Hno. Bill Firman (Traduccion Paula Merelo Romojaro) - Miércoles 23 de Febrero del 2011
Al comienzo de esta semana, una de las hermanas combonianas de Nzara llevaba en su coche a un grupo de gente a una reunión en otra ciudad, Maridi. Desafortunadamente, perdió el control del vehículo y se salió de la pista de grava. El sólido todoterreno quedó seriamente dañado pero nadie resultó herido. Aquí la grava roja recibe comúnmente el nombre de “marrom”, aunque todavía no he encontrado la palabra en el diccionario y no sé bien cómo se deletrea. Es fácil patinar en este tipo de carretera, especialmente si hay ondulaciones o “parcheados” de arena.
El día antes del accidente, yo conduje de Juba a Riimenze, un viaje de más de siete horas por carreteras llenas de grietas y baches. Siempre doy gracias después de llegar sano y salvo a mi destino. ¡Es irónico cómo las peores carreteras, con los socavones mayores (porque son demasiado grandes como para llamarles simplemente baches) son las zonas más seguras porque te obligan a ir muy despacio! Las zonas más arregladas invitan a correr más… ¡y hay más peligro de accidentes!
Aquí en Sur-Sudán, no me tengo que preocupar de atropellar a un canguro que salga de improviso pero sí he atropellado a dos serpientes hace poco, creo. Quizás adoptaron medidas de evasión en el último instante, pero he de suponer que fui un peligro mortal para ellas.
Los controles en la carretera son también un peligro. La mayor parte de la gente que está de guardia, simplemente levantan la barrera e indican a los vehículos que pueden avanzar pero a veces uno se encuentra con alguien que es un poco quisquilloso. Mi último viaje de regreso me costó dos paquetes de tabaco –que llevaba encima con la expresa intención de sobornar a alguien si fuera necesario. Suena horroroso pero en la práctica es la realidad. Prefiero pasar un paquete de tabaco, que cuesta una libra sudanesa (unos treinta y cinco céntimos), que tener que sacar todo mi equipaje del maletero y sufrir un enorme retraso sin sentido.
Uno de los peligros ocultos más perniciosos es el más pequeño, el mosquito. La hermana Betty, de Irlanda, y yo tomamos Lariam una vez a la semana y ninguno de los dos ha tenido malaria. La mayoría de los miembros de nuestro equipo de SSS sí y algunos varias veces. Parece ser que no todo el mundo puede tomar Lariam (o Mephaquin como se conoce aquí) porque tiene graves efectos secundarios. Yo tengo la suerte de no presentar ninguno, al menos conscientemente, pero quizás la medicación en sí misma es un peligro oculto.
Apenas tenemos refrigeración en esta casa, así que debemos consumir todas las sobras rápidamente si no queremos que se conviertan en un peligro para la salud. Es extraño como la vida parece ser siempre un equilibrio entre “demasiado” y “escaso”, o entre “demasiado pronto” y “demasiado tarde”. O quizás simplemente es necesario que aceptemos quiénes somos y en qué situación estamos y actuemos para sacar lo mejor de ella.
La mayoría de la gente aquí recorre grandes distancias para llegar a donde quieren ir. Los más afortunados ahora tienen bicicletas. Un puñado de gente con medios ordinarios parece poder permitirse una pequeña motocicleta, pero sólo los “grandes hombres” –y los blancos, como yo- tienen coches, o más comúnmente, todoterrenos. Las nubes de polvo causadas por los otros coches son un peligro para mí pues dificultan la visibilidad cuando vas conduciendo. Pero supongo que yo soy un peligro aún mayor para los peatones y los ciclistas cuando paso a toda velocidad por su lado con mi todoterreno –aunque ahora mismo es un todoterreno al que no le funciona muy bien el aire acondicionado. ¡Estoy seguro que los pobres peatones llenos de polvo sienten mucho mi situación!
¿Peligros ocultos? Quizás puedan esconderse de otros pero no podemos esconderlos tan fácilmente de nosotros mismos. La mayoría de nosotros estamos más atentos a nuestros problemas y debilidades que a nuestros dones y fortalezas. Los mayores peligros provienen de uno mismo y el mayor daño es caer en la tentación de la autocompasión o adoptar una actitud derrotista.
Ir a buscar agua razonablemente limpia para la casa aquí en Riimenze supone conducir por un camino de cabras con diez o doce bidones en el asiento de atrás, hasta llegar a un agujero de unos cien metros de profundidad del que sacamos agua a mano. Siempre me llevo a uno o dos trabajadores locales conmigo –y a veces también a la porteadora que hace auto-stop por el camino llevando un bidón en la cabeza. Yo siempre hago alguno de los turnos para bombear el agua pero me siento muy agradecido de darles suficiente pena por ser un “hombre mayor” como para que no me dejen seguir haciéndolo. El agua sucia es un peligro real. El acceso al agua limpia es una de las prioridades fundamentales aquí. Mientras bombean, la gente habla y comparte y se ayudan entre ellos a sacar el agua. Es un lugar feliz donde los niños se reúnen. ¡Muchas veces me pregunto si sabrán que el agua puede utilizarse también para lavarse, además de para beber y cocinar! Los niños tienen unas sonrisas preciosas. ¡Ni siquiera el peligro de una vida adversa como esta puede frenar la alegría! Quizás ayude el tener menos y el aprender a estar sin ello. Demos gracias a Dios por las alegrías sencillas.
Ciudad Redonda
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