La llegada. Foto de Leonardo Proverbio, composición de Emiliano I. Rodriguez
Destino, la Antártida, una inmensa extensión de hielo y de silencio. Muchas veces dejé volar la imaginación, como hicieron tantos otros a través del tiempo. Incluso escribí una novela para chicos sobre una nena caprichosa de Manaos, en el Amazonas, que obliga a sus padres a hacer una expedición hasta ese mundo helado para cazar un pingüino y llevárselo a su casa, donde la temperatura supera los 40 grados. Y ahora, por una de esas increíbles oportunidades que se presentan en la vida, el continente blanco está allí, al alcance de la mano, a diez horas de vuelo de Buenos Aires. En la pista de El Palomar, la base de la Fuerza Aérea Argentina, un equipo de gente trabaja en los preparativos, alrededor de un Hércules 130 que probablemente vivió horas gloriosas en el conflicto de Malvinas y hoy transporta tranquilamente carga y pasajeros hasta las cinco bases de la Antártida. Uno de los compañeros de viaje es un sacerdote, el padre Leónidas Adrián Torres, capellán militar desde el año 2000; es la primera vez que celebrará en la Base Esperanza la Primera Comunión de 10 niños y niñas, hijos del personal civil y militar que cumplen servicio durante un año y son relevados al siguiente por otros que llegan del continente. En la enorme panza del Hércules también se acomodan cuatro técnicos de Telecom y dos de Movistar; deben cambiar la antena satelital que permite el flujo de comunicaciones de la base con tierra firme. José Rosales, uno de ellos, no es un novato. Éste es su quinto viaje y él instaló el primer sistema de telefonía celular antártico en 1997. Fueron cuarenta y cinco días de trabajo a una temperatura inverosímil, y después llegó el primer mensaje, un breve texto de MMS con una foto adjunta, sistema que hoy ya no se usa y fue reemplazado por los SMS y el Whatsapp. “Era la foto del hijo de un militar de la base”, recuerda. “Cuando la vio, se puso a llorar de emoción”. Entre los pasajeros del inoxidable avión a hélice hay además un grupo de paleontólogos y geólogos que van a buscar fósiles vertebrados para reconstruir la historia de la tierra entre 80 y 35 millones de años atrás. Sergio Santillana se dedica a este trabajo desde hace treinta años y Mónica Boni, del Instituto Antártico Argentino, está haciendo sus primeras armas, aunque ya vanta en su curriculum el descubrimiento del fósil de ballena más antiguo del mundo, de 35 millones de años aproximadamente. También viaja un maestro que se hará cargo de los 14 niños en edad escolar de la base. Otros compañeros providenciales son 3 operadores del canal argentino Encuentro, especializados en documentales ambientalistas. Quieren filmar un trailer para una película ambientada en los hielos polares y un largometraje sobre la vida cotidiana de las familias que viven en la base Esperanza.
En este mismo Hércules modelo ’67 fabricado por Lockheed transportaron el solideo del Papa Francisco que “congelaron” en la base Esperanza, separada de Marambio por un trayecto de media hora volando a ras del suelo en un pequeño Twinotter. Se lo dio el Papa en octubre de 2014 al General del Ejército Argentino Horacio Formica por intermedio del capellán del ejercito monseñor Oscar Naef. El solideo papal cumplió sus diez horas de vuelo dentro de un cofrecito de vidrio y desembarcó en medio de los hielos para ser expuesto en la capilla Nuestra Señora de Luján de la base Marambio, acompañado por un pergamino con la bendición para todas las personas que trabajan allí.
Todos descendemos en Rio Gallegos antes de dar el último salto hasta el casquete polar. Equipamiento de rigor: una primera capa de ropa interior térmica, overol entero negro, campera térmica para temperaturas inferiores a los 50 grados, guantes bien acolchados, tres pares de medias y botas anfibias. El kit antártico también incluye un pasamontaña, anteojos para el mortífero resplandor del sol y protector de factor 60. Un simpático oficial de la Marina nos entretiene con anécdotas de su viaje a Europa a bordo de la Fragata Libertad en 1986 y la visita a Juan Pablo II, con la bendición papal al terminar. Hay más familiaridad con los Papas en los hielos polares de lo que uno imagina. Los anales antárticos registran la entronización de la Virgen de Luján el 20 de febrero de 1946, durante el papado de Pio XII, a quien el sacerdote jesuita Felipe Lérida solicitó una bendición que después fue transportada hasta la Antártida en la corbeta “Ara Chaco”. En los archivos no hay rastros de la bendición, pero la tradición oral que se transmite de misión en misión, afirma que sí existió.
A las 12 volvemos a embarcar después de recibir la información necesaria sobre las condiciones meteorológicas de la zona y recomendaciones sobre las normas ambientales que se deben respetar. No molestar las colonias de pingüinos, una de las más grandes de la Antártida, con 250 mil parejas que se asientan en “manchas” en los alrededores de la base, no acercarse a las focas, prestar mucha atención dónde se ponen los pies, cómo actuar ante síntomas de descompostura y otros malestares.
Al llegar, un recepción que corta el aliento…
Tierras de América
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