Nacida en Logroño, Gloria Sáez Blanco es una laica misionera que llegó a San Pedro Sula, Honduras, donde es obispo el claretiano burgalés Ángel Garachana para ser misionera. Nacida en una familia católica, estudiante en un colegio católico y participante de la vida de su parroquia, con 18 años, sin saber muy bien el por qué, surgió en ella la vocación misionera, participando de una eucaristía.
Cuando llegó a casa le comunicó su deseo a su madre, a lo que ésta le respondió que era muy joven y debía estudiar una carrera y prepararse. No conforme con la respuesta se fue a la parroquia de los claretianos para hablar con el sacerdote que acompañaba a los jóvenes, de quien recibió la misma respuesta.
Comenzó a estudiar Empresariales y a través de su hermana conoció la Delegación de Misiones, donde les informaron que había un grupo de jóvenes que se preparaban para ir a la misión, del que comenzó a participar, como puente que le ayudase en su formación académica y humana. Sus veranos eran atípicos, pues era tiempo para participar en campos de trabajo en diferentes lugares.
Poco a poco va estrechando sus lazos de contacto con los salvatorianos y las hermanas blancas y después de tres años de estudios decidió abandonar la Administración de Empresas, pues no respondía al deseo de corazón, y comenzar a estudiar Trabajo Social. Acabada esta carrera y después de trabajar durante un año y medio en una ONG, en 1999, decidió embarcarse en la misión, pues esa llamada no sólo no se había apagado sino que cada vez la sentía con más fuerza, llegando el momento en que ella misma percibía que tenía que dar ese paso.
En su primera presencia misionera estuvo ocho años, viviendo en una colonia marginal, entre los pobres, un lugar marcado profundamente por la violencia. Recuerda que cuando llegó, Monseñor Garachana le dijo, “está todo por hacer en Honduras”. A partir de ahí decidió trabajar la formación en valores en las escuelas, tanto con los niños como posteriormente con los profesores. Junto con esto ayudaba en la pastoral vocacional, en el coro y en el acompañamiento a diferentes grupos.
En 2007 terminó esta primera experiencia con una formación en Centro de Espiritualidad de los jesuitas en Guatemala sobre crecimiento psico-espiritual, donde descubrió que quería ayudar en su proceso de crecimiento a los que sufren internamente, a nivel individual y grupal, hasta el punto de que en los años que pasó en España comenzó esta experiencia en las parroquias de Logroño.
Después de ocho años en España, el corazón seguía latiendo con fuerza cuando pensaba en Honduras, a donde regresaba siempre que era posible. Por eso, después de conversar con Monseñor Ángel Garachana, en noviembre de 2015 ha regresado a la diócesis de San Pedro Sula.
¿Cuáles son las perspectivas en esta nueva etapa misionera?
En el área laboral trabajar siempre en educación con niños, jóvenes y adultos sobre todo, padres y profesores. Ahora en Honduras el estado está exigiendo la escuela para padres y madres por la poca implicación que éstos tienen en la educación de los hijos, sobre todo en el tema de valores. Pretendo aprovechar esa formación en valores para incorporar el aspecto del crecimiento interior y ya estoy pasando por las escuelas para ofrecer acompañamiento personalizado psico espiritual, que no es una mera consulta psicológica, pero tampoco es una confesión, porque yo no soy sacerdote.
¿Qué dificultades que enfrentas como misionera laica?
Yo dependo de la diócesis, pero el tema sanitario es una dificultad, pues ahora estamos con un convenio especial por el que sólo tenemos derecho al paro, pero si yo me pongo enferma en España no tengo derecho a asistencia sanitaria y aquí en Honduras la sanidad pública es penosa, es mejor no ponerse enfermo porque directamente uno se muere y la privada es exageradamente carísima, o sea que en el tema sanitario estamos colgados.
Otra cosa por la que es complicado ser misionera laica, sobre todo si vienes sola como yo, es la soledad, que fue una de las cosas que más me costó en los ocho años. No porque estuviese físicamente sola, pues en este país me siento súper querida, súper apoyada, súper acompañada, todo mundo está pendiente de mí. Ahorita que me vine, me he alquilado una casa y entre toda la gente que me conoce me han amueblado la casa… Pero no es esa soledad a la que me refiero, sino el hecho de no tener alguien con quien poder compartir la oración, la vida, lo que te duele, lo que no entiendes, pues es una cultura totalmente distinta y hay muchas cosas que se salen de nuestros esquemas. Esas cosas se necesita compartirlas de vez en cuando, en el día a día, y al no tener a nadie, para mí eso es lo que más difícil se me ha hecho.
¿Notas si la llegada del Papa Francisco, que ha insistido mucho en la importancia del papel de los laicos, está ayudando a que esto cambie?
Yo quiero verlo así.
Yo quiero verlo así.
¿Pero de hecho lo ves?
Sí. Yo estoy fascinada con el Papa Francisco.
Y el Papa Francisco, ¿está llegando a los obispos, a los curas, para que esa valorización de los laicos sea de hecho efectiva?
Pues no lo sé, pues las cosas avanzan despacio. Lo importante es que vaya llegando a las conciencias para que si los cambios no se producen ya, por los menos que se vayan dando en algún momento.
El Papa ha dicho varias veces que el futuro de la Iglesia depende de los laicos, sobre todo de las mujeres. ¿Por qué eso nos cuesta tanto asumirlo, aceptarlo, llevarlo a la práctica?
Porque han sido muchos siglos así como estamos, pero va a tener que cambiar la versión, la forma de verlo de todos, porque la realidad, y más en países como España, en occidente, las vocaciones cada vez son menos a la vida sacerdotal y a la vida religiosa, por lo que, o se da más papel a los laicos, y no sólo se da sino que nosotros asumimos nuestra responsabilidad y tomamos las riendas, porque tampoco es que nadie nos tenga que dar, sino que asumamos nuestra responsabilidad y no echemos balones fuera. Pero cada vez se va a dar más papel, yo creo que el Espíritu va a soplar por otros lados. Yo tengo grandes amigos religiosos, pero no tengo vocación a la vida religiosa, sin embrago sí que tengo vocación a la vida en comunidad, ese es mi deseo. La casa que he alquilado es una casa grande, hay mujeres que la vida religiosa no es para ellas, pero sienten la llamada a vivir en comunidad. Hay que abrir puertas.
¿Cómo hacer esto realidad?
Nosotros por nosotros mismos no somos nada. No soy yo, hay algo ahí, Dios, el Espíritu y yo creo que soy un instrumento, y si tiene que ser, y es de Dios será y si no, no será.
Luis Migueñl Modino
Misionero enBrasil
RD
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