Como una piedra en el zapato, una mota en el ojo, un grito al oído, así fueron los poderes públicos irlandeses con el Papa, cuyo viaje al país estorbaron por todos los medios a su alcance. Hubo detalles refinadamente malignos, como obligar a celebrar la misa del domingo a las tres de la tarde, en un país que se acuesta a las nueve. Una maratón para los fieles del norte y del sur del país.
Con la excusa de la seguridad policial se nos obligó a caminar más de una hora para encontrarnos con Francisco en el Phoenix Park, y lo mismo a la vuelta. En un recinto dos veces más grande que Hyde Park y capaz de albergar dos millones de personas se redujo por decreto a medio millón el número de entradas disponibles. Y hasta se amedrentó por TV a la gente con el fantasma de posibles contagios y epidemias: había expendedores de líquido antiséptico en las entradas al recinto. Lo nunca visto.
La cobertura mediática fue una de las mayores manipulaciones a las que he asistido. Tomas semi desiertas de los actos –cogidas cuando habían terminado–, entrevistas a personas iletradas y a menudo bobas, y pantalla partida para situar la misa del Fénix Park al mismo nivel de relevancia que una manifestación de protesta desarrollada el domingo contra la Iglesia y que concentró a 10.000 personas. La fecha del «affaire Viganó», que opacó la información de domingo y lunes pasados no fue casualidad. Fue la guinda de un pastel largamente cocinado.
La Razón
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