Thursday, September 20, 2007

Un momento para la oración

Lucas 7, 36-50
Un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró en casa del fariseo y se reclinó en el sofá para comer. En aquel pueblo había una mujer conocida como una pecadora; al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, tomó un frasco de perfume, se colocó detrás de él, a sus pies, y se puso a llorar. Sus lágrimas empezaron a regar los pies de Jesús y ella trató de secarlos con su cabello. Luego le besaba los pies y derramaba sobre ellos el perfume. Al ver esto el fariseo que lo había invitado, se dijo interiormente: «Si este hombre fuera profeta, sabría que la mujer que lo está tocando es una pecadora, conocería a la mujer y lo que vale». Pero Jesús, tomando la palabra, le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». Simón contestó: «Habla, Maestro». Y Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a ambos. ¿Cuál de los dos lo querrá más?» Simón le contestó: «Pienso que aquel a quien le perdonó más». Y Jesús le dijo: «Has juzgado bien». Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me has recibido con un beso, pero ella, desde que entró, no ha dejado de cubrirme los pies de besos. Tú no me ungiste la cabeza con aceite; ella, en cambio, ha derramado perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le quedan perdonados, por el mucho amor que ha manifestado. En cambio aquel al que se le perdona poco, demuestra poco amor». Jesús dijo después a la mujer: «Tus pecados te quedan perdonados». Y los que estaban con él a la mesa empezaron a pensar: «¿Así que ahora pretende perdonar pecados?» Pero de nuevo Jesús se dirigió a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».

¿Qué me estás diciendo, Señor?
Reflexiones sobre la lectura de hoy

Imagínense a Jesús reclinado en la mesa del patio de la casa de Simón, apoyado en su codo izquierdo mientras su brazo derecho lo usa para comer. Las gentes que habían escuchado de su presencia, podían asomarse desde la calle para escucharlo. Vemos esta mujer con su cabello suelto - lo que ya era escandaloso - acercándose a los pies de Jesús, llorando sobre ellos, secándolos con sus cabellos, y ungiéndolos con perfumes. Vemos un íntimo y emocional encuentro. Jesús está cómodo, ralajado y sonriente. Simón está asombrado y enojado. Meditemos sobre cada elemento de esta escena inolvidable.
De Espacio Sagrado

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