Tuesday, September 18, 2007

Un momento para la oración


Lucas 7, 11-17
Jesús se dirigió poco después a un pueblo llamado Naím, y con él iban sus discípulos y un buen número de personas. Cuando llegó a la puerta del pueblo, sacaban a enterrar a un muerto: era el hijo único de su madre, que era viuda, y mucha gente del pueblo la acompañaba. Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron. Dijo Jesús entonces: «Joven, yo te lo mando, levántate». Se incorporó el muerto inmediatamente y se puso a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Un santo temor se apoderó de todos y alababan a Dios, diciendo: «Es un gran profeta el que nos ha llegado. Dios ha visitado a su pueblo». Lo mismo se rumoreaba de él en todo el país judío y en sus alrededores.
¿Qué me estás diciendo, Señor?
Reflexiones sobre la lectura de hoy

Jesús sintió compasión por ella. Compasión, una acto de piedad desde el corazón, es usado repetidamente por Jesús. Está abierto a la miseria humana, y abierto a mis necesidades cuando estoy agobiada(o).
De Espacio sagrado

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