Monday, March 31, 2008

Vía Lucis, por Jose Luis Martín Descalzo


Durante siglos las generaciones cristianas han acompañado a Cristo camino del Calvario, en una de las más hermosas devociones Cristianas: el Vía Crucis.
¿Por qué no intentar -no (en lugar de), sino (además de)- acompañar a Jesús también en las catorce estaciones de su triunfo?

Esta meditación pascual es la que encierran las páginas que siguen.
Undécima estación JESÚS DEVUELVE A SUS APÓSTOLES LA ALEGRÍA PERDIDA

Después de esto se apareció Jesús a los discípulos junto al mar de Tiberíades, y se apareció así:
Estaban junto Simón pedro y Tomás, llamado Dídimo; Natanael, el de Caná de Galilea, y los de Zebedeo, y otros discípulos.

Díjoles Simón Pedro: Voy a Pescar. Los otros le dijeron: Vamos también nosotros contigo. Salieron y entraron en la barca, y en aquella noche no pescaron nada.

Llegada la mañana, se hallaba Jesús en la playa, pero los discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús.

Díjoles Jesús: Muchachos, ¿no tenéis en la mano nada que comer? Le respondieron: No.
El les dijo: Echad la res a la derecha de la barca y hallaréis. La echaron, pues, y ya no podían arrastrar la red por la muchedumbre de los peces.

Dijo entonces aquel discípulo a quien amaba Jesús: ¡Es el Señor! Así que oyó Simón Pedro que era el Señor, se ciñó la sobre túnica -pues estaba desnudo- y se arrojó al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino como unos doscientos codos, tirando de la red con los peces.

Así que bajaron a tierra, vieron unas brasas encendidas y un pez puesto sobre ellas y pan.
Díjoles Jesús: Traed de los peces que habéis pescado ahora.

Subió Simón Pedro y arrastró la red a tierra, llena de ciento cincuenta y tres peces grandes; y con ser tantos, no se rompió la red.

Jesús les dijo: Venid y comed. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle:
¿Tú quién eres?, sabiendo que era el Señor.

Se acercó Jesús, tomo el pan y se lo dio, e igualmente el pez.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitado de entre los muertos.
(Jn 21, 1-14)

Desde que tú te fuiste no hemos pescado nada.

Llevamos veinte siglos echando inútilmente las redes de la vida
y entre sus mallas sólo pescamos el vacío.

Vamos quemando horas y el alma sigue seca.

Nos hemos vuelto estériles
lo mismo que una tierra cubierta de cemento.
¿Estaremos ya muertos? ¿Desde hace cuántos años
no nos hemos reído? ¿Quién recuerda
la última vez que amamos?

Y una tarde tú vuelves y nos dices: «Echa tu red a tu derecha,
atrévete de nuevo a confiar, abre tu alma,
saca del viejo cofre las nuevas ilusiones,
dale cuerda al corazón, levántate y camina.»

Y lo hacemos, sólo por darte gusto. Y, de repente,
nuestras redes rebosan alegría,
nos resucita el gozo
y es tanto el peso de amor que recogemos
que la red se nos rompe, cargada
de ciento cincuenta nuevas esperanzas.

¡Ah, tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla,
camina sobre el agua de nuestra indiferencia,
devuélvenos, Señor, a tu alegría!
Fuente: ecclesia Digital

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