La tarea de una vida es como la de un gran músico con su violín.
Tiene que afinarlo para que alcance la gran armonía con toda la orquesta. Cuando suena así, a su tiempo, sin desafinar, contribuye al milagro artístico de la sinfonía.
Afinar el ego no es hacer mortificaciones, ni negarse a la vida, ni renunciar a nada. Es ser capaz de ir más allá de él mismo y observarlo. Cuando se armoniza con la sinfonía ,él sólo se afina, ocupa su puesto con el acorde justo.
Lejos de lo que mucha gente cree, esto no es un acto de voluntarismo.
Es dejarse ser, no poner trabas, perderse en el maravilloso poema sinfónico de la vida. Como un pétalo, un árbol, un valle, un ave, un insecto, un río o una montaña, el ego tiene también su papel en el poema del universo.
El concierto se estropea cuando un instrumento se empeña en destacar en todo momento o cuando suena cuando no le corresponde entrar en la partitura. No hay como mirar a los “famosos”, determinados políticos, modelos, periodistas, escritores y estrellas de cine que no paran de figurar. Es el ego ridículo que dice “aquí estoy”.
Afinar el ego es hacerlo tan sutil que no estorbe con sus condicionamientos, que no son más que creaciones de su mente, y resituarlo para que deje ver...
y escuchar la armonía del resto del universo.
Pedro Miguel Lamet SJ
Del blog "El alegre cansancio"
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