Sunday, June 15, 2008

Oraciones "al contado"


Alguna otra vez he mencionado que, en África, una de las modalidades de picaresca más lucrativa y recurrente es la religiosa. El último caso me pasó esta semana con una señora que se me acercó por la calle y me dijo “deme algo de dinero porque estoy enferma y necesito que recen por mí”. No me hizo falta mucho tiempo para comprender de qué iba la cosa.


En una situación donde los servicios sanitarios brillan por su poca eficiencia, su pobre infraestructura y por la corrupción de sus responsables, no es raro que haya por ahí desaprensivos que aprovechen para hacer el agosto prometiendo curas milagrosas, ya sea utilizando medios alternativos, hierbas y sahumerios ya sea a través de intercesiones espirituales que prometen curar absolutamente todo, comenzando por la pandemia del SIDA, nada más y nada menos.


Tales charlatanes, sobre todo religiosos, ofrecen curaciones y soluciones para todo, no hay nada que esté fuera “del poder de Dios”, dicen ellos. Sin embargo, para llegar a la solución o la curación ansiadas – eso sí – hay que pasar primero por caja. El carismático predicador impondrá sus manos sobre el enfermo y recitará sus portentosas oraciones siempre y cuando reciba una confirmación que la cantidad de dinero requerida ha sido ingresada en su cuenta o en la de su iglesia. A veces puede ser un donativo puntual, a veces puede ser un óbolo de hasta el 10% de los ingresos de la persona (a imagen de los diezmos mencionados en la Biblia).



Hace poco se arrestó en Kenia a un pastor que anunciaba a los cuatro vientos que podía curar el SIDA en una o dos sesiones de intercesión. En un país severamente afectado por esta pandemia, se pueden imaginar cómo de la noche a la mañana se puso de concurrida su feligresía. Los candidatos para ser curados “sólo” necesitaban venir con un simple justificante de haber pagado sus diezmos a la iglesia. Aparentemente, eso es todo lo que Dios requería de ellos. Para demostrar la eficacia de su mediación espiritual y de su línea directa con Dios, después de su sesión de intercesión obligaba a la clientela a pasar por una clínica determinada en la cual al enfermo seropositivo le volvían a hacer la prueba del SIDA y - ¡oh milagro! - el resultado del test era infaliblemente negativo: el virus había desaparecido. Cuando algunos creyentes más escépticos o desconfiados quisieron cerciorarse y fueron a una segunda clínica, el resultado – paradójicamente – volvía a ser positivo. Con tan refinado método, obviamente, nuestro beatífico reverendo no llegó muy lejos. Se descubrió que el pastor estaba conchabado con la clínica de marras y les pasaba parte de los beneficios si manipulaban los tests y los convertían en negativos. Todo un chollo para él, pero un circo cruel y manipulador para los que, en su buena fe, pusieron su destino y sus magros ahorros en manos de tan irresponsable capullo y de la infame capilla que le acompañaba en sus gritos y alabanzas.


A pesar de haber habido ya algunos casos sonados, el timo sigue ocurriendo y no sé qué es más grande, si la desfachatez de estos falsos curadores o la credulidad de estas personas que, en su desesperación, siguen poniendo su confianza en soluciones tan magníficas, abruptas y fantasiosas. No seré yo quien ponga en duda que Dios cura, es más, creo que en nuestro mundo hay muchos más milagros de los que pensamos, pero lo que sí dudo es que Él se digne a sanar a alguien “previo golpe de talón”. Ese Dios, si lo hubiera, sería un sinvergüenza. No, señores, esto es una villanía con todas las letras y a tan espabilado reverendo habría que darle de tortas hasta en el cielo de la boca, al más puro estilo de Gedeón, de quien se dice que tenía manos como espuertas y las sabía utilizar convenientemente cuando se trataba de repartir leña. Curiosamente, el evangelio de este domingo nos viene a recordar aquello que Jesús les dice a sus apóstoles, “gratis lo habéis recibido, dadlo gratis”. No sé qué versión evangélica utilizarán tales rufianes vestidos de ropa talar y con olor de ángeles celestiales, pero definitivamente no leemos el mismo libro ni creemos en el mismo Dios. Hoy comprendo mejor aquel mandamiento de “no tomar el nombre de Dios en vano”, malditos sean aquellos que, utilizándolo para el propio beneficio, se aprovechan de la miseria, la desesperación, la buena fe y la vulnerabilidad de los pobres.



Alberto Eisman
Del blog "En clave de África"
El Periodista Digital

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