

Si algo nos ha dejado claro esta crisis es que no podemos seguir consumiendo de la misma manera. Decía un profesor mío hace unos años que cuando los chinos y los indios entraran de lleno en la economía de mercado no habría en el mundo suficientes árboles para hacer frente a la demanda de papel higiénico mundial. Es imposible que nuestro nivel creciente de consumo sea universalizable para todos. Algo tiene que cambiar. Y si no, se lo podemos preguntar a nuestro planeta que grita como loco ante tanto atropello, o a millones de personas que no tienen qué meterse en la boca.
Es cierto que según tenemos montado nuestro mundo, si no consumimos a un buen ritmo el sistema se puede ir a pique. Pero, ¿estamos seguros que nos hace más felices el tener cada vez más cosas, el llegar con la lengua fuera a todos los sitios mientras otros crían a nuestros hijos,…?
Muchos pensarán “¿y qué van a hacer tantas empresas en la bancarrota y tanta gente que se está quedando en la calle?”. Se habla muy bien de moderar el consumo cuando no te has quedado sin trabajo, o tienes la nevera llena. Toda la razón…
Igual es tiempo de dejar de vender el “sueño del Norte” a todo el mundo, a valorar de otra manera las cosas como lo que son… cosas; medios para ayudarnos a ser más felices, no fines en sí mismos.
Pienso que nuestra manera de consumir forma parte del modo en que expresamos nuestra propia condición de personas. Con mucha humildad y limitación me atrevo a decir que mi forma de consumir deja entrever mi nivel de madurez como ser humano y pone a prueba la manera en que mi vida es testimonio de aquello en lo que creo.Y entonces qué… ¿Igual de bien, igual de mal?
Jesuitas de Castilla
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