Sunday, March 08, 2009

La homilía de Betania: CONTEMPLACIÓN Y COMPROMISO

Por José María Martín OSA


1.- La prueba nos hace más fuertes. Aprendemos cómo triunfar cuando somos probados. Necesitamos obedecer a Dios. La orden de sacrificar a su hijo debe haber sido incomprensible y extremadamente traumática para Abraham. Y durante los tres días que duró el viaje hacia el lugar que Dios le había indicado seguro que aumentaba su dolor. En nuestro caminar hacia la montaña de la prueba, los días se hacen más largos, caóticos e insostenibles. Aunque no comprendamos lo que está sucediendo, y aunque nos duela, debemos obedecer. Para triunfar cuando somos probados, necesitamos confiar en Dios. Al tercer día de viaje, Abraham “Alzo sus ojos y divisó el lugar de lejos” A pesar de todo, tuvo confianza. Los tres días implica la prolongación de la prueba pero también una obediencia y una confianza sostenida. Así debemos confiar nosotros alzando los ojos de la fe y divisar de lejos el propósito de Dios, debemos creer que nos ama y todas las cosas nos ayudan a bien, esto es a los que conforme a sus propósitos somos llamados. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Aprendemos que las pruebas tienen una salida de parte de Dios. Dios proveerá, fue un lema de toda la vida de este patriarca Abraham, y desde entonces lo ha sido en la vida de muchos cristianos en el mundo.


2.- ¿La montaña como “lugar” de encuentro con Dios? Cristo sube a una montaña. ¿Qué montaña? No sabemos. Algunos señalan que es el monte Tabor. Pero es más que ese monte en concreto. Se trata de un monte simbólico, por eso se omite el nombre. No es solamente un lugar físico, sino que tiene que ver con las realidades y con las concepciones que del mundo se tenían en esa época. El mundo era visto como una superficie cuadrada que flotaba sobre las aguas inferiores, en cuyo centro se elevaba una montaña que con su cima se acercaba a la parte más alta de la bóveda del cielo, sobre la cual Dios tenía su trono. Son muchas las montañas en la vida del Señor A la montaña se sube con cierta dificultad, es la dificultad de la vía para el encuentro con Dios, que requiere la constancia y la paciencia en la oración y en la búsqueda de Dios. A una montaña no se sube por un camino recto ni asfaltado, sino por senderos con altos y bajos, con caídas, rasguños, heridas y dolor. Pero cuando se llega a la cima se contempla el mundo, el paisaje con otros ojos, unos ojos más cercanos a los de Dios. Una vez que se ha llegado a la cima, se sabe también que el encuentro con Dios ya no depende de que uno pueda seguir escalando, se ha llegado a la cumbre; desde allí es Dios quien tiene que bajar para hacer posible el encuentro con el hombre.

3.- Hay que saber bajar al llano. Nuestra actitud tiende a ser el quedarse en la cima de la montaña contemplando el espectáculo que significa el descenso de Dios, por eso Pedro propone hacer tres tiendas: “¡Qué bueno es estar aquí! El discípulo que llega a la cima del monte debe también aprender a bajar de ella para bien de sus hermanos, así lo hizo Moisés cuando recibió las tablas de la Ley, y así lo hicieron los discípulos del Señor después de su Transfiguración, porque es necesario contar a los hermanos la gloria de Dios que se ha visto en la cima del monte, para que sean muchos más los que se atrevan a escalar hasta la cima para contemplar a Dios. Simbólicamente Jesucristo se transfiguró en presencia de sus discípulos. Pero hoy el Señor sigue transfigurándose para nosotros. Cada vez que asistimos a la Eucaristía revivimos el prodigio de la presencia de Dios, que desciende a la cima del monte y a quien nosotros podemos contemplar. Pero la Eucaristía no termina en el templo, hemos de salir al mundo para anunciar a todos lo que hemos contemplado. La Eucaristía es contemplación y compromiso.

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