Cuaresma es, sin duda, una experiencia de desierto. El desierto, ese lugar hostil que paraliza, lleno de dificultades y de obstáculos, de tentaciones que invitan a dejarlo todo. A no seguir buscando, a tirar la toalla y resignarse. A dejar de sentir.
Jesús estuvo en el desierto, tuvo sus noches, sus tormentas y también sus tentaciones. Pero confiaba, pues sabía que era un lugar de paso, porque...¿quién va a construir una casa en el desierto?
A lo sumo, uno se limita a plantar la tienda, ya que no sabe cuánto va a durar esta estancia, del enfrentamiento con tus propias miserias y realidades.
Dicen que tras esta experiencia te conviertes en un hombre nuevo, te "purificas". "Renovarse o morir" lo llaman otros.
De nuevo acude rauda la tentación: "no es posible la vida en el desierto de la soledad y el dolor, me siento débil, frágil, pequeño. No tengo ilusiones".Y ahí está Él, en forma de mirada tierna que limpia mis lágrimas, en forma de otros que me cogen de la mano.
Ya lo ha hecho más veces, realmente siempre que se lo he pedido. Él, que mantiene viva la débil llama que hay en mí, me lleva "como un Padre a su hijo".
Y de pronto, como un susurro, mi corazón confía, esperando que amanezca...
pastoralsj
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