Tuesday, December 28, 2010

Vaticano 2010: el año en que el Papa inició la lucha contra los abusos


(Antonio Pelayo –Roma) “¿Cuántos años tiene el Papa?”, me preguntan muchas veces, y cuando respondo: “Cumplió 83 en abril”, la gente me mira con cierto asombro, como si le costase creerlo. No me extraña, porque recorriendo el itinerario de sus actividades durante el año que concluye, resulta sorprendente su, podríamos decir, “productividad”, muy superior, sin duda, a la de cualquier anciano de su misma edad. No hablo de los hechos extraordinarios –a los que dedicamos esta crónica–, sino de esa actividad callada, de despacho, que nadie ve. Pongo un ejemplo: durante 2010, Benedicto XVI ha hecho en torno a 270 nombramientos episcopales. Sin duda el aspecto más notorio de la actividad de los papas son sus viajes fuera de Roma. Pero 2010, creo, pasará a la historia como el año que marcó el gran viraje de la Iglesia en el espinoso tema de los abusos sexuales contra menores de edad de ambos sexos cometidos por miembros del clero católico: sacerdotes, frailes, religiosas e incluso más de un obispo.

El problema de la pederastia estaba en los escaparates de la opinión pública desde hace años. Pero al inicio del año reverdeció la información sobre lo que había sucedido no sólo en los Estados Unidos, sino en Irlanda, Alemania, Bélgica, etc. y, sobre todo, se pretendió involucrar personalmente al Papa –primero a través de su hermano, Georg Ratzinger– durante su etapa como arzobispo de Múnich y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Desde diversos ángulos se le quiso presentar como encubridor de estos crímenes y partidario de una sanación endogámica del problema. Nada más falso.
Carta a Irlanda
El 19 de marzo, Benedicto XVI hace pública su Carta a los católicos de Irlanda, en la que “comparto la desazón y el sentimiento de traición que muchos de vosotros habéis experimentado al enteraros de esos actos pecaminosos y criminales y del modo con que fueron afrontados por las autoridades de la Iglesia en Irlanda”, y propone un “camino de curación, renovación y reparación”.

El valiente documento se dirige después a las víctimas de abusos y a sus familias (“Vuestra confianza ha sido traicionada y violada vuestra dignidad. Es comprensible que os sea difícil perdonar o reconciliaros con la Iglesia”) y a los niños: “Todos estamos escandalizados por los pecados y errores de algunos miembros de la Iglesia, en particular, de los que fueron elegidos especialmente para guiar y servir a los jóvenes”.
Como medidas concretas, anunciaba una visita apostólica a algunas diócesis, seminarios y congregaciones religiosas de Irlanda, que se está desarrollando con la eficacia y discreción que exige el terrible problema.
Poco después de esta Carta, a primeros de abril se hizo pública la Guía para comprender los procedimientos básicos de la Congregación para la Doctrina de la Fe en los casos de abusos de menores.
El 15 de julio, el alto organismo vaticano hizo pública la puesta al día de las Normas sobre los delitos más graves en las que, con el consentimiento expreso del Papa, el cardenal William J. Levada y el arzobispo Luis F. Ladaria actualizaban y endurecían donde era necesario las normas vigentes sobre los delitos que la Iglesia considera excepcionalmente graves, entre ellos, los abusos.
Casi paralelamente, el Papa hacía un nombramiento importante: Velasio de Paolis, presidente de la Prefectura de Asuntos Económicos de la Santa Sede y experto en Derecho Canónico, era designado delegado pontificio para la Congregación de los Legionarios de Cristo.
El prelado –que meses más tarde sería nombrado cardenal– tiene ante sí la nada fácil tarea de “purificar y renovar” la congregación fundada por Maciel; ya se han dado los primeros pasos, aunque, en opinión de algunos observadores, no lo suficientemente firmes como lo exige la gravedad del caso, sin precedentes en la milenaria historia de la Iglesia.
Y todo esto, en el contexto de un Año Sacerdotal que, iniciado en 2009, fue clausurado en Roma el 11 de junio con una Eucaristía en la que participaron 16.000 sacerdotes, casi el doble de los mejores augurios.
Lágrimas pontificias
En cuanto a los viajes internacionales de 2010, cada uno de ellos merecería un detenido análisis a posteriori para medir su impacto.
Malta (17 y 18 de abril, es decir, dos días antes de que se cumpliese el quinto aniversario de la elección de Ratzinger como Papa) fue un viaje alegre y festivo, como era previsible, pero también tuvieron su momento las lágrimas: las de Benedicto XVI al recibir a ocho víctimas de los abusos sexuales del clero en la Nunciatura y escuchar de sus labios el drama que habían vivido cada uno de ellos.
Sin lugar a dudas, el viaje del año fue el que tuvo lugar del 16 al 19 de septiembre al Reino Unido, que superó al alza todas las previsiones y que demostró una vez más cómo ciertos prejuicios –sabiamente cultivados y propagados– no resisten el choque con la realidad.
Los escoceses primero y después los galeses y los ingleses pudieron contemplar con sus propios ojos quién era el hombre que les visitaba, tan diferente de la caricatura que de él venían presentando algunos medios de comunicación particularmente sectarios y mal informados.
El Papa pudo dirigirse a todo el país desde la más prestigiosa de sus sedes institucionales, Westminster Hall, y allí pronunció su discurso sobre la compleja relación entre religión y política:
“Para los legisladores, la religión no debe ser un problema que resolver, sino una contribución vital a la convivencia nacional. Hay signos preocupantes de no querer reconocer no sólo los derechos de los creyentes a su libertad de conciencia, sino también la legitimidad del papel de la religión en la vida pública”.-
COMUNICACIÓN, por Antonio Pelayo
Repasando el año vaticano-papal, encuentro un déficit mayúsculo en el capítulo de la comunicación. Es un mal que viene de muy atrás, pero la histórica cerrazón de los sagrados palacios a la información produce cada vez efectos más devastadores en una sociedad donde las noticias circulan en todos los sentidos a velocidad de vértigo.

La Iglesia no aspira a vedettismos y sabe que, por mucho que se esfuerce en este campo, no logrará nunca que sus propuestas sean acogidas por unanimidad, pero no puede permitirse el lujo de ser malinterpretada o malentendida porque no sabe, no quiere o no puede explicarse ante la opinión pública. Eso daña a la evangelización, que es su misión fundamental.
Y no bastan las buenas intenciones: hay que profesionalizarse, saber utilizar los medios y poner a trabajar a las personas competentes. En caso contrario, seremos ineficaces y hasta ridículos.
Vida Nueva

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