1.- El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. Hay muchas cosas buenas e importantes en nuestra vida, pero siempre hay algo que es lo más importante y, por amor de esto más importante, necesitamos saber prescindir de otras cosas secundarias. La familia cristiana, por ejemplo, se construye sobre el amor cristiano; también son importantes otros valores, como pueden ser la economía familiar, o saber respetar los distintos gustos de cada miembro de la familia, pero estos otros valores siempre deben estar subordinados al valor primero, que es el amor. Cada uno de nosotros debe saber discernir, en cada caso, qué es lo más importante en nuestra vida y subordinar todo lo demás a lo más importante. Este discernimiento puede resultar a veces difícil de hacer, pero merece la pena que lo busquemos con insistencia y humildad, mediante el diálogo y la oración, y que actuemos siempre con generosidad y sinceridad. En la primera lectura se nos habla del rey Salomón, a quien el Señor le prometió darle lo que le pidiera; el rey pidió al Señor “un corazón dócil para gobernar a su pueblo, para discernir el mal del bien”. Esto era lo más importante para el rey Salomón, en aquel momento, y a esto subordinó una vida larga para él y las riquezas, tal como se nos dice en este texto del libro de los Reyes. “Al Señor le agradó que Salomón le hubiera pedido aquello” y por eso le concedió una gran sabiduría para gobernar a su pueblo, dándole “un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni después de él”. Vamos a pedirle también nosotros al Señor que nos dé un corazón sabio e inteligente, para saber discernir en cada momento qué es lo que más nos conviene y actuar en consecuencia. Porque si, en nuestra vida, nos equivocamos en la elección de valores y de amores, nos equivocamos en lo más importante de la vida.
2.- Un letrado que entiende del Reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo. Parece evidente que, en este texto del evangelio según san Mateo, Jesús compara el Reino de los Cielos con el tesoro escondido, y con la perla preciosa, y con los peces buenos. Jesús nunca definió con palabras concretas y directas qué es lo que entendía él por Reino de los Cielos; prefería hablar de él en parábolas. Pero está claro que el Reino de los Cielos era, esencialmente, él mismo y su evangelio. El discípulo de Cristo es, automáticamente, discípulo del Reino de los Cielos; el que tiene a Cristo tiene ya el Reino de los Cielos, por eso, Jesús pudo decir a sus discípulos que el Reino de los Cielos ya estaba entre ellos (Lc 17, 21). Es cierto que el Reino de los Cielos no se hará realidad definitiva y última mientras vivamos en este mundo, pero si vivimos en comunión con Cristo ya vivimos, de alguna manera, en el Reino de los Cielos. Busquemos el Reino de Dios con sinceridad y amor y todo lo demás se nos dará por añadidura.
3.- Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien. Todos conocemos a personas optimistas y vitales, que siempre encuentran alguna razón para la alegría y el entusiasmo. Yo creo firmemente que para muchas personas su fe en Dios y su amor a Dios son motivo suficiente para aceptar las contrariedades de la vida, sin perder el ánimo y la sonrisa. Como nos dice hoy san Pablo, en su carta a los Romanos, a estas personas que aman de verdad a Dios realmente todo les sirve para el bien. Por supuesto, que tienen momentos mejores y momentos peores, pero aun ante las mayores dificultades consiguen mantener firme su fuerza y su entusiasmo. También Cristo en el Huerto de los Olivos sufrió un momento de tristeza y desasosiego, pero su amor al Padre le dio inmediatamente fuerza para subir al monte calvario y ofrecer su vida amando y perdonando, hasta a sus enemigos. Amemos a Dios de tal manera que las dificultades de la vida nunca consigan romper nuestra fe y nuestra esperanza, para que así todo termine siempre sirviendo para nuestro bien.
Betania
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