Queridos hermanos:
Seguimos con el campo en este tiempo de cosechas. La expresión “es, o no es, trigo limpio” que usamos para definir a algunas personas, (no entremos en las situaciones políticas o económicas), no cabe en este Evangelio. Nadie somos trigo limpio, todos somos pecadores, aunque, eso sí, intentamos sacar lo mejor de nosotros.
Tres son las parábolas que nos trae San Mateo.La primera compara el Reino a un campo en el que, si bien se siembra trigo, luego aparece la cizaña y el dueño espera hasta el tiempo de la cosecha para separar los dos elementos. Debemos evitar dos tentaciones de entrada, el pensar que los cristianos somos el trigo del mundo, o que algunas personas son o somos la parte buena de la humanidad y otros la cizaña o la parte mala. La parábola refleja la situación de la humanidad con un criterio realista, la historia esté tejida de luz y de sombra, en nosotros mismos crece simultáneamente el trigo y la cizaña. Por el hecho de ser hombres y por lo tanto limitados y en constante crecimiento descubrimos nuestra cuota de imperfección. Si en alguna época se pensó que el mal era una anormalidad hoy podemos pensar que el que se cree absolutamente bueno parece ser el anormal (la experiencia de los santos nos lo podría explicar, muchos se sintieron grandes pecadores).
Así, descubrimos en nosotros dos fuerzas antagónicas que pertenecen a nuestra condición humana, por eso hablamos del perdón y la conversión. Esto lejos de inmovilizarnos debe impulsarnos y apoyarnos en nuestros núcleos buenos y sanos, en esto consiste la historia de la humanidad y nuestra propia historia. Como humanos debemos saber aceptar y tolerar a los otros, y no juzgarlos mal, ni condenarlos, ni tratar de arrancarlos de cuajo como la cizaña. La tolerancia con los otros, con sus defectos y debilidades, nace de la humildad en el reconocimiento de las nuestra. Sorprende en la parábola el sentido del tiempo que tiene el sembrador. Saber esperar es una cualidad fundamental.
Las otras dos parábolas la del grano de mostaza y la de la levadura nos muestran otro aspecto. El inicio del Reino es pobre y de escasas apariencias. Nuestra tarea, nuestra misión, es ser levadura en el mundo, predicar el Evangelio. Nuestra meta no es convertir el mundo en una Iglesia, sino poner la Iglesia al servicio del mundo, del hombre. Nuestra misión es el hombre, la humanidad. Y nuestra tarea la de la levadura que fermenta la masa o la del grano de mostaza que, a pesar de su insignificancia como la nuestra, crece y crece hasta desarrollarse como un árbol. Crecen por que son semillas de Dios y por el espíritu que las habita.
En definitiva estas parábolas nos invitan a trabajar con esperanza, y a ser tolerantes, sin impaciencia, dejando que sea Dios el que vaya edificando su Reino, (que es más amplio que nuestra Iglesia), con la aportación de nuestro grano de mostaza, de nuestra pequeñez de levadura. Cuando llegue el momento, Dios será quien decida separar el trigo de la cizaña. Dejémosle el juicio, él dirá quién es “trigo limpio” y sigamos en la tarea.
PD: Dice el Evangelio de hoy: “Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada”, aún con el temor de alargarme, para este día viene muy bien leer ésta parábola moderna de Dolores Aleixandre, no necesita explicación.
“Una vecina de Jesús, Juana, estaba amasando el pan. Jesús era muy pequeño, y miraba con enorme atención. Lo dejó amasar un rato y lo vio disfrutar hundiendo sus manos torpemente en la masa.
Le dijo que le trajera la levadura de la despensa y vino con un trozo enorme. Se echó a reír y le dijo:
¡Con esto podría fermentar el pan de más de cien familias!, mira, sólo hace falta un poquito.
Él mismo lo metió en la masa con cuidado y ella lo cubrió después con un lienzo limpio, para reposar.
¿No estará ya?, la preguntó cien veces.
Ella replicó que a la levadura hay que darle tiempo y que no hay que tener prisa, sino confiar en la fuerza secreta que hay en ella.
Pasaron los años. Juana y Jesús volvieron a encontrarse.
¿No te das cuenta, Jesús, de que tú y tus amigos no vais a poder arreglar las cosas? Está muy bien todo eso del Reino, pero tienes que darte cuenta de la poca fuerza que tenéis, de los pocos que sois y de lo inútil que va a resultar meteros en líos y oponerse a los que mandan.
¡Ay, Juana, Juana! Parece mentira que me digas estas cosas precisamente tú, que me enseñaste eso de la levadura, que tanto puede, aunque sea tan pequeñita, que hay en ella una fuerza escondida… Justo es lo que pasa con el Reino”.
Ciudad Redonda
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