En el encuentro con Eugenio Scalfari, el Papa insta a los católicos a un nuevo compromiso en la política: "No por el poder, sino para derribar muros y desigualdades".
ESCRIBO este artículo al día siguiente de la inesperada victoria electoral de Donald Trump sobre Hillary Clinton. Sin embargo, el verdadero tema no es lo acaecido en los Estados Unidos, sino una invitación que desde hace tiempo deseaba para reunirme con el papa Francisco. La semana pasada mantuve con él una larga conversación telefónica ya que Su Santidad quería discutir conmigo la visita que haría tres días después en Suecia a los representantes de la religión luterana y de la reforma de la que nació hace medio milenio. He mencionado esta conversación sólo para decir que me siento honrado de recibir llamadas telefónicas frecuentes del papa Francisco, pero no nos veíamos personalmente desde hacía más de un año y por eso su invitación me hizo feliz. Nos encontramos el lunes 7 y pasamos juntos más de una hora. Dos días antes, es decir, el sábado 5, el Papa se había reunido con los representantes de Movimientos Populares. Se trata de una organización que tiene cientos de miles de seguidores en los principales países donde hay una amplia presencia cristiana. El discurso que el papa Francisco dirigió a estos voluntarios de la fe ocupa seis páginas de L'Osservatore Romano. Por supuesto, cuando nos vimos dos días después, yo ya había leído el texto completo del discurso. He escrito muchas veces que Francisco es un revolucionario, pero esta vez aún más... Y ahora vamos a ver cómo y por qué.
***
Nos abrazamos después de mucho tiempo. "Le encuentro muy bien", me dijo.
Yo también a Usted, a pesar de las constantes fatigas de su vida.
"Es el Señor quien decide".
"Y 'nuestra hermana muerte corporal'".
"Sí, corporal".
Nuestra conversación empezaba abordando enseguida temas profundos.
Santidad - le pregunté - ¿qué opina de Donald Trump?
"Yo no opino sobre las personas ni los políticos, sólo quiero entender qué sufrimientos provocan con su manera de actuar a los pobres y excluidos".
¿Cuál es pues, en este momento tan difícil, su principal preocupación?
"Los refugiados y los inmigrantes. Sólo una pequeña parte son cristianos, pero esto no cambia la situación en lo que a nosotros respecta . Sus sufrimientos y sus angustias. Las causas son muchas y hacemos todo lo posible para eliminarlas. Desgraciadamente, con frecuencia se trata de medidas rechazadas por la gente que tiene miedo a perder el trabajo o a que disminuya su salario. El dinero está en contra de los pobres, y además en contra de los inmigrantes y los refugiados, pero también están los pobres de los países ricos, que temen que se acoja a sus similares provenientes de los países pobres. Es un círculo vicioso que hay que detener. Hay que derribar los muros que dividen: intentar aumentar el bienestar y hacer que sea más difundido, pero para lograr esto necesitamos derribar esos muros y construir puentes que permitan disminuir las desigualdades y aumentar la libertad y los derechos. Más derechos y mayor libertad".
Le pregunté al papa Francisco si tarde o temprano se acabarían las causas que obligan a las personas a emigrar. Es difícil comprender por qué un hombre, una familia, y comunidades y pueblos enteros quieren abandonar su tierra, los lugares donde nacieron, su idioma.
Usted, Santidad, a través de los puentes que se construirán facilitará el reagrupamiento de los desesperados, pero las desigualdades nacen en los países ricos. Hay leyes que tienden a disminuir esto, pero no tienen mucho efecto. ¿Nunca va a terminar este fenómeno?
"Usted ha escrito y hablado a menudo sobre este problema. Uno de los fenómenos que las desigualdades fomentan es el movimiento de muchos pueblos de un país a otro, de un continente a otro. Después de dos, tres, cuatro generaciones, esos pueblos se integran y su diversidad tiende a desaparecer del todo".
Yo lo llamo un mestizaje universal en el sentido positivo del término.
"Muy bien, es la palabra correcta. No sé si será universal, pero será más generalizado que hoy en día. Lo que queremos es luchar contra las desigualdades, este es el mayor mal que existe en el mundo. El dinero es lo que las crea y lo que está en contra de las medidas que tienden a nivelar el bienestar y favorecer, por lo tanto, la igualdad".
Hace tiempo me dijo Usted que el mandamiento "Ama a tu prójimo como a ti mismo" tenía que cambiar debido a los tiempos oscuros que estamos atravesando, y convertirse en "más que a ti mismo". Así que anhela Usted una sociedad dominada por la igualdad. Como Usted sabe, este es el programa del socialismo de Marx y después, del comunismo. ¿Piensa, por lo tanto, en una sociedad de tipo marxista?
"Se ha dicho a menudo y mi respuesta siempre ha sido que, en todo caso, son los comunistas los que piensan como los cristianos. Cristo habló de una sociedad donde fueran los pobres, los débiles, los marginados, quienes decidieran. No los demagogos, no los Barrabás, sino el pueblo, los pobres, independientemente de que tengan o no fe en el Dios trascendente, es a ellos a los que debemos ayudar para que logren la igualdad y la libertad".
Santidad, yo siempre he pensado y escrito que Usted es un revolucionario e incluso un profeta. Sin embargo, hoy me parece entender que le gustaría que el Movimiento de los Populares y especialmente el pueblo de los pobres entraran directamente en la política propiamente dicha.
"Sí, es cierto. No en la palabrería política, en las disputas por el poder, el egoísmo, la demagogia, el dinero, sino en la alta política, creativa, en las grandes visiones. Lo que Aristóteles escribió en su obra".
He visto que en su discurso a los "movimientos populares" del pasado sábado Usted se refirió al Ku Klux Klan como un movimiento vergonzoso, al igual que el de signo opuesto pero semejante, de las Panteras Negras. Y ha definido como admirable a Martin Luther King. ¿Él también es un profeta, por lo que dijo en la América libre?
"Sí, lo mencioné porque lo admiro".
He leído esa cita; creo que conviene recordársela al lector de este encuentro nuestro.
"Cuando te elevas al nivel del amor, de su gran belleza y poder, lo único que buscas derrotar son los sistemas malignos. Amas a las personas atrapadas en ese sistema, pero tratas de derrotarlo: odio por odio sólo intensifica la existencia del odio y del mal en el universo. Si yo te golpeo y tú me golpeas, y te devuelvo el golpe y tú me lo devuelves, y así sucesivamente, es evidente que se llega hasta el infinito. En algún lugar, alguien debe tener un poco de sentido común, y esa es la persona fuerte. La persona fuerte es la persona que puede romper la cadena del odio, la cadena del mal".
Y ahora volvamos a la política y a su deseo de que sean los pobres y los marginados los que conviertan esa política en una voluntad democrática de alcanzar los ideales y la voluntad de los movimientos populares. Usted ha apoyado ese interés en la política porque es Cristo el que lo desea. "Los ricos tendrán que pasar por el ojo de la aguja". Cristo lo desea no porque sea también el hijo de Dios, sino sobretodo porque es el hijo del hombre. Sin embargo habrá un choque, el poder está en juego, y el poder, Usted mismo lo dijo, implica guerra. Por lo tanto, ¿tendrán los movimientos populares que soportar una guerra, aunque sea política, sin armas y sin derramamiento de sangre?
"No he pensado nunca en guerra ni en armas. Puede que sí se derrame sangre, pero será la de los cristianos martirizados, como está ocurriendo en la mayor parte del mundo a manos de fundamentalistas, terroristas y verdugos del Isis. Esos son horribles y los cristianos son víctimas".
Pero usted, Santo Padre, sabe muy bien que muchos países también reaccionan con armas para derrotar al Isis. Por otra parte, los judíos también utilizaron las armas contra los árabes, e incluso entre ellos.
"Bueno, no es este tipo de conflicto el que llevan a cabo los movimientos populares cristianos. Nosotros los cristianos siempre hemos sido mártires, sin embargo, a lo largo de los siglos, nuestra fe ha conquistado gran parte del mundo. Sin duda ha habido guerras apoyadas por la Iglesia contra otras religiones, e incluso ha habido guerras dentro de nuestra religión. La más cruel fue la matanza de San Bartolomé y, por desgracia, muchas otras similares. Pero ocurrieron cuando las distintas religiones y la nuestra, como las otras y a veces más, anteponían el poder temporal a la fe y a la misericordia".
Sin embargo Usted, Santidad, ahora incita a los movimientos populares a que entren en política. Quien entra en política se choca inevitablemente con sus adversarios. Una guerra pacífica, pero no deja de ser un conflicto, y la historia nos dice que en los conflictos está en juego la conquista del poder. Sin el poder no se gana.
"Se olvida usted de que también existe el amor. El amor a menudo convence y por lo tanto vence a los que estamos ahora. Los católicos son un billón y medio, los protestantes de varias confesiones ochocientos millones; los ortodoxos son trescientos mil, después hay otras denominaciones como anglicanos, valdenses, coptos. Sumados todos ellos, los cristianos alcanzan los dos mil quinientos millones de creyentes y tal vez más. ¿Se necesitaron armas y guerras? No. ¿Mártires? Sí, y muchos".
Y así conquistasteis el poder.
"Difundimos la fe siguiendo el ejemplo de Jesucristo. Él fue el mártir de los mártires y lanzó la semilla de la fe a la humanidad. Pero yo no le pido el martirio a los que intenten elaborar una política orientada hacia los pobres, a favor de la igualdad y la libertad. Esta política es algo distinto a la fe, y son muchos los pobres que no tienen fe. Sin embargo, tienen necesidades urgentes y vitales, y tenemos que apoyarlos como vamos a apoyar a todos los demás. Como podamos y como sepamos".
Mientras le escucho, se confirma en mí lo que siento por Usted: ha habido pocos pontificados como el suyo. Por cierto, tiene a muchos adversarios en su Iglesia.
"Yo no diría adversarios. La fe nos unifica a todos. Por supuesto, cada uno de nosotros como individuo ve las mismas cosas de manera diferente; objetivamente, el cuadro es el mismo, pero subjetivamente es diferente. Ya lo hemos hablado en repetidas ocasiones, usted y yo".
Santidad, tal vez lo he entretenido demasiado tiempo y ya es hora de que me vaya.
Nos despedimos con un abrazo muy cariñoso. Le dije que descansara de vez en cuando, y él me contestó: "Usted también tiene que descansar porque un no creyente como usted tiene que mantenerse lo más lejos posible de "la muerte corporal".
Era el día 7 de noviembre.
traducción de Luis y Rocío Moriones
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LA REPÚBLICA
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