Jesús sabe que sus horas están contadas. Sin embargo, no piensa en ocultarse o huir. Lo que hace es organizar una cena especial de despedida con sus amigos y amigas más cercanos. Es un momento grave y delicado para él y para sus discípulos: lo quiere vivir en toda su hondura. Es una decisión pensada. Consciente de la inminencia de su muerte, necesita compartir con los suyos su confianza total en el Padre incluso en esta hora.
Los quiere preparar para un golpe tan duro; su ejecución no les tiene que hundir en la tristeza o la desesperación. Tienen que compartir juntos los interrogantes que se despiertan en todos ellos: ¿qué va a ser del reino de Dios sin Jesús? ¿Qué deben hacer sus seguidores? ¿Dónde van a alimentar en adelante su esperanza en la venida del reino de Dios?
Jesús se dispone a animar la cena contagiando a sus discípulos de su esperanza. Comienza la comida siguiendo la costumbre judía: se pone en pie, toma en sus manos el pan y pronuncia, en nombre de todos, una bendición a Dios, a la que todos responden diciendo “amén”. Luego rompe el pan y va distribuyendo un trozo a cada uno. Todos conocen aquel gesto. Probablemente se lo habían visto hacer a Jesús en más de una ocasión.
Entrega hasta el final
Saben lo que significa aquel rito de que preside la mesa: al obsequiarles con este trozo de pan, Jesús les hace llegar la bendición de Dios. ¡Cómo les impresionaba cuando se lo daba los pecadores, recaudadores y prostitutas! Al recibir aquel pan, todos se sentían unidos entre sí y con Dios. Pero aquella noche, Jesús añade unas palabras que le dan un contenido nuevo e insólito a su gesto. Mientras les distribuye el pan les va diciendo estas palabras: “Esto es mi cuerpo. Yo soy este pan. Vedme en estos trozos entregándome hasta el final, para haceros llegar la bendición del reino de Dios”. ¿Qué sintieron aquellos hombres y mujeres cuando escucharon por primera vez estas palabras de Jesús?
Les sorprende mucho más lo que hace al acabar la cena. Todos conocen el rito que se acostumbra. Hacia el final de la comida, el que presidía la mesa, permaneciendo sentado, cogía en su mano derecha una copa de vino, la mantenía a un palmo de altura sobre la mesa y pronunciaba sobre ella una oración de acción de gracias por la comida, a la que todos respondían “amén”. A continuación bebía de su copa, lo cual servía de señal a los demás para que cada uno bebiera de la suya.
La copa de la salvación
Sin embargo, aquella noche Jesús cambia el rito e invita a sus discípulos y discípulas a que todos beban de una única copa: ¡la suya! Todos comparten esa “copa de la salvación” bendecida por Jesús. En esa copa que se va pasando y ofreciendo por todos, Jesús ve algo “nuevo” y peculiar que quiere explicar: “Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Mi muerte abrirá un futuro nuevo para vosotros y para todos”. Jesús no piensa solo en sus discípulos más cercanos. En este momento decisivo y crucial, el horizonte de su mirada se hace universal: la nueva Alianza, el reino definitivo de Dios será para muchos, “para todos”.
Con estos gestos proféticos de la entrega del pan y del vino, compartidos por todos, Jesús convierte aquella cena de despedida en una gran acción sacramental, la más importante de su vida, la que mejor resume su servicio al reino de Dios, la que quiere dejar grabada para siempre en sus seguidores. Quiere que sigan vinculados a él y que aumenten su esperanza. Que lo recuerden siempre entregado a su servicio.
Seguirá siendo “el que sirve”, el que ha ofrecido su vida y su muerte por ellos, el servidor de todos. Ahí está ahora en medio de ellos en aquella cena y así quiere que lo recuerden siempre. El pan y la copa de vino les evocará antes que nada la fiesta final del reino de Dios; la entrega de ese pan a cada uno y la participación en la misma copa les traerá a la memoria la total entrega de Jesús.
Una vida al servicio
“Por vosotros”: estas palabras resumen bien lo que ha sido su vida al servicio de los pobres, los enfermos, los pecadores, los despreciados, las oprimidias, todos los necesitados… Estas palabras expresan lo que va a ser ahora su muerte: se ha “desvivido” por ofrecer a todos, en nombre de Dios, acogida, curación, esperanza y perdón. Ahora entrega su vida hasta la muerte ofreciendo a todos la salvación del Padre.
Así fue la despedida de Jesús, que quedó grabada para siempre en las comunidades cristianas. Sus seguidores no quedarán huérfanos: la comunión con él no quedará rota por su muerte; se mantendrá hasta que un día beban todos juntos la copa de “vino nuevo” en el reino de Dios. No sentirán el vacío de su ausencia: repitiendo aquella cena podrán alimentarse de su recuerdo y su presencia.
Él estará con los suyos sosteniendo su esperanza; ellos prolongarán y reproducirán su servicio al reino de Dios hasta el reencuentro final. De manera germinal, Jesús está diseñando en su despedida las líneas maestras de su movimiento de seguidores: una comunidad alimentada por él mismo y dedicada totalmente a abrir caminos al reino de Dios, en una actitud de servicio humilde y fraterno, con la esperanza puesta en el reencuentro de la fiesta final.
Dar ejemplo
¿Hace además Jesús un nuevo signo invitando a sus discípulos al servicio fraterno? El Evangelio de Juan dice que, en un momento determinado de la cena, se levantó de la mesa y “se puso a lavar los pies de los discípulos”. Según el relato, lo hizo para dar ejemplo a todos y hacerles saber que sus seguidores deberían vivir en actitud de servicio mutuo: “Lavándoos los pies unos a otros”.
La escena es probablemente una creación del evangelista, pero recoge de manera admirable el pensamiento de Jesús. El gesto es insólito. En una sociedad donde está tan perfectamente determinado el rol de las personas y los grupos, es impensable que el comensal de una comida festiva, y menos aún el que preside la mesa, se ponga a realizar esta tarea humilde reservada a siervos y esclavos.
Según el relato, Jesús deja su puesto y, como un esclavo, comienza a lavar los pies a los discípulos. Difícilmente se puede trazar una imagen más expresiva de lo que ha sido su vida, y de lo que quiere dejar grabado para siempre en sus seguidores. Lo ha repetido muchas veces: “El que quiera ser grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, sea esclavo de todos”. Jesús lo expresa ahora plásticamente en esta escena: limpiando los pies a sus discípulos está actuando como siervo y esclavo de todos. Dentro de unas horas morirá crucificado, un castigo reservado sobre todo a esclavos.
José Antonio Pagola
De ‘Jesús. Aproximación histórica’ (PPC Editorial)
Vida Nueva
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