Sospecho que todos nosotros estamos familiarizados con la famosa frase de Juliana de Norwich, ahora un axioma en nuestra lengua. Escribió una vez esta famosa frase: Al final, todo resultará bien, y todo resultará bien, y toda forma de ser resultará bien. A lo cual se dice que Oscar Wilde añadió: “Y si no resulta bien, entonces es que aún no llega el final”.
Pocas palabras expresan mejor lo que celebramos en la resurrección de Jesús. Creer en la resurrección, creer que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos constituye el verdadero fundamento de nuestra fe cristiana. Todo lo demás en que creemos como cristianos está basado en esa verdad y, como dice san Pablo, si eso no es cierto, si Jesús no fue resucitado de entre los muertos, somos los más desgraciados de todos. Pero si Dios resucitó a Jesús y nosotros creemos que lo hizo, entonces no sólo puede ser creído el resto del mensaje de Jesús; podemos también vivir con el mayor consuelo de que el final de nuestra historia ya ha sido escrito y es un final feliz, un desenlace extático. Viviremos al fin, viviremos felizmente para siempre. La vida es verdaderamente un cuento de hadas.
¿Cómo garantiza eso la resurrección de Jesús? Así es como respondió Pierre Teilhard de Chardin, ese maravilloso científico y místico de la generación anterior. Una vez, recién hecha una presentación en la que dio a conocer una visión de cómo el cosmos y toda vida vendrán a juntarse en una harmonía final en el Cristo Cósmico al final de los tiempos, un escéptico le desafió en este sentido: “Eso es un conjunto de ilusiones y optimismo. Pero suponga que hacemos volar el mundo con una bomba nuclear: ¿Qué pasa entonces con sus ilusiones?” La respuesta de Teilhard distingue admirablemente la genuina esperanza cristiana de las ilusiones y del natural optimismo, aun cuando afirma lo que la resurrección de Jesús garantiza. Respondió con palabras en este sentido: “Si hacemos volar el mundo con una bomba nuclear, bien sería eso un retroceso de dos millones de años. Pero lo que yo estoy proponiendo sucederá, no porque así lo desee yo o tenga evidencia empírica para justificarlo. Sucederá porque Cristo lo prometió; y, en la resurrección, Dios mostró que Dios tiene el poder de cumplir esa promesa”.
Aquello en lo que creemos como cristianos no está basado en ilusiones o natural optimismo; está basado en la palabra y las promesas de Jesús; y la integridad de esa palabra y de esas promesas está garantizada por la resurrección de Jesús. Cuando creemos esto, podemos vivir nuestras vidas sin la indebida ansiedad sobre nada, confiando que el final de nuestra historia ya está escrito, y que es un final feliz.
Si creemos que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos, si creemos en la resurrección, entonces, en esencia, creemos que el mundo ya está salvado. No tenemos que salvar el mundo; sólo tenemos que vivir ante el hecho de que lo que creemos ha sido ya salvado. Y, si vivimos con esa creencia, podemos arriesgar todo, arriesgar nuestras vidas mismas, sabiendo que el final de nuestra historia ya ha sido escrito y que es feliz, sin importar qué cosas más horribles se pueden ver en el presente.
Vemos un admirable ejemplo de esta manera de creer en el Arzobispo Desmond Tutu, una de las figuras claves en la oposición y finalmente en la caída del apartheid en Sudáfrica. En el corazón de la lucha por la caída del apartheid, enfrentándose a toda forma de amenaza, permaneció firme e incluso alegre ante las amenazas e increíbles posibilidades. ¿Qué le aferró en su firmeza y gozo? La creencia en la resurrección de Jesús.
A veces, un domingo por la mañana, cuando él estaba predicando, soldados armados entraban en la iglesia y se alineaban a lo largo de las islas con sus armas en la mano, esperando intimidarlo. Tutu, por su parte, les sonreía y decía: “¡Me alegro de que hayáis venido a uniros al lado ganador! ¡Ya hemos ganado!” Al decir esto, él no estaba hablando de la lucha contra el apartheid que, en aquel momento, estaba aún lejos de ser ganada. Hablaba de la resurrección de Jesús, el definitivo triunfo de la bondad sobre el mal, la cual asegura que, al final, la bondad triunfará definitivamente sobre el mal, el amor sobre la división, la justicia sobre la injusticia y la vida sobre la muerte.
Sabiendo eso, podemos vivir en confianza y esperanza. Acabará bien no porque lo deseemos así o porque las cosas nos parezcan de esa manera. Acabará bien porque Jesús prometió que sería así, y en la resurrección Dios respalda esa promesa.
Por esto, no hay nada que temer, nada: ninguna derrota, ninguna amenaza, ninguna pérdida, ninguna enfermedad, ni siquiera la muerte. La resurrección de Jesús nos asegura que al final todo resultará bien, y todo resultará bien, y toda forma de ser resultará bien; y si no resulta bien… bueno, ¡entonces resulta que aún no es el final!
Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano)
Ciudad Redonda
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