“Con Cristo y con las mujeres en el camino de la cruz”, fue el título asignado por la Hermana Bonetti para las meditaciones de este Vía Crucis en el que estuvieron al centro las víctimas de la trata personas, los menores mercantilizados, las mujeres forzadas a prostituirse, los migrantes y los refugiados. "Ellos son los nuevos crucificados de nuestro tiempo, cuyo sufrimiento debe despertar las conciencias de todos nosotros".
Ciudad del Vaticano
El Viernes Santo 19 de abril, en torno a las 9 de la noche, el Papa Francisco presidió la celebración del Vía Crucis en el Coliseo de Roma.
Las profundas meditaciones de las XIV estaciones que recorrió Jesús desde el pretorio hasta al Monte Calvario, estuvieron a cargo de la religiosa Sor Eugenia Bonetti, italiana, misionera de la Consolata, y directora de la Asociación “Slaves no more”, que en español significa "no más esclavos" y que lucha para ayudar a las víctimas del tráfico de seres humanos.
Con Cristo y las mujeres en el camino de la cruz
“Con Cristo y con las mujeres en el camino de la cruz”, fue el título asignado por la Hermana Bonetti para estas meditaciones en las que estuvieron al centro las víctimas de la trata personas, los menores mercantilizados, las mujeres forzadas a prostituirse, los migrantes y los refugiados. "Ellos son los nuevos crucificados de nuestro tiempo, cuyo sufrimiento debe despertar las conciencias de todos nosotros", escribió la religiosa.
Un Vía Crucis en memoria de todos los pobres, los excluidos de la sociedad, "víctimas de nuestros cierres, poderes y legislaciones, ceguera y egoísmo, pero sobre todo de nuestros corazones endurecidos por la indiferencia", añadió sor Bonetti.
Jóvenes fallecidas en el Mediterráneo
Entre los conmemorados en esta noche en la que recordamos con dolor la muerte de Jesús, destacaron las 26 jóvenes nigerianas ahogadas en el Mediterráneo cuyos funerales se celebraron en Salerno, y su compatriota Favour, una bebé de 9 meses, que perdió a sus padres en el mar.
Oración del Papa
Al finalizar las estaciones, el Papa Francisco pronunció una oración final cuya transcripción compartimos a continuación:
«Señor Jesús, ayúdanos a ver en Tu Cruz todas las cruces del mundo: la cruz de la gente que tiene hambre de pan y de amor; la cruz de los solitarios y abandonados, incluso por sus propios hijos y parientes, la cruz de personas sedientas de justicia y paz, la cruz de la gente que no tiene el consuelo de la fe.
La cruz de los ancianos que se arrastran bajo el peso de los años y la soledad; la cruz de los migrantes que encuentran sus puertas cerradas a causa del miedo y los corazones blindados por cálculos políticos, la cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y pureza, la cruz de la humanidad que vaga en la oscuridad de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura de lo provisorio, la cruz de las familias rota por la traición, por las seducciones del maligno o por la ligereza asesina y el egoísmo, la cruz de las personas consagradas que buscan incansablemente llevar tu luz al mundo y se sienten rechazadas, burladas y humilladas.
La cruz de las personas consagradas que, en el camino, han olvidado su primer amor; la cruz de tus hijos que, creyendo en ti y tratando de vivir según tu Palabra, se encuentran marginados y descartados incluso por sus familias y por sus compañeros, la cruz de nuestras debilidades, de nuestras hipocresías, de nuestras traiciones, de nuestros pecados y de nuestras muchas promesas rotas; la cruz de tu Iglesia que, fiel a tu Evangelio, lucha por llevar tu amor también entre los bautizados.
La cruz de la Iglesia, Tu esposa, que se siente continuamente atacada por dentro y por fuera; la cruz de nuestra casa común que se marchita seriamente ante nuestros ojos egoístas y está cegada por la codicia y el poder.
Señor Jesús, reaviva en nosotros la esperanza de la resurrección y de Tu victoria definitiva contra todo mal y toda muerte. ¡Amén!»
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