Monday, April 13, 2020

Mucho más que una enfermedad por Ana Rueda Legorburo



Enfermedad. Es la palabra del momento. Muchos dirían que esto es más que una enfermedad, pues en ocasiones lleva a aislarnos de nuestra familia y, en todo caso, de los amigos. Nos lleva a no poder visitar a nuestros abuelos o a pedirle a un familiar que acuda solo al hospital para evitar más contagios. Es una enfermedad que, en el peor de los casos, empuja a la soledad y en el mejor de ellos, a la compañía de unos pocos.
Mi opinión es que, desde luego, esto sí que es mucho más que una enfermedad: es una oportunidad de trazar puentes con los otros, con uno mismo, y con Dios.
A parte del ingente crecimiento de videollamadas para echarse cañas por Internet y jugar online partidas multitudinarias, esto nos está llevando a algo que, aunque es tan antiguo como el mundo, parece que lo hemos redescubierto en pleno siglo XXI: la conversación. Estamos ya tan aburridos de las redes sociales, las series y de las recetas de bizcochos que añoramos la conversación con otros seres humanos y sentir que otras historias (más allá de la nuestra) tienen cabida en nuestro interior.
Parece que todo lleva a intentar sumergirse un poco más en uno mismo para ver qué hay dentro. Inicialmente, empieza como una forma de buscar entretenimiento a través de la creatividad o la imaginación, pero puede acabar siendo mucho más. Y esa es la gran oportunidad. La historia está en que uno, dentro de sí, tiene un universo infinito. Las opiniones, los gustos personales y las habilidades son sólo la punta del iceberg.
Hay mucho más. La ilusión de creer que se puede vivir para algo más nos impulsa a la búsqueda de opciones. La solidaridad que parece que ha creado esta pandemia acota esas opciones, poniendo el foco en el otro. La creatividad y la imaginación son las que nos hacen saltar de una posibilidad a otra, soñando fuerte. Los recuerdos y aprendizajes nos hacen estudiar cada una con detenimiento… y finalmente, el deseo es lo que nos hace elegir. Pasado, presente y futuro dejan su huella en nuestro interior a través de recuerdos, vivencias y sueños.
Entre medias, acechando, encontramos las dudas y miedos, que, a veces, paralizan y otras, nos enderezan. Llegar a aprender a distinguir la parálisis por miedo de la cautela requiere tiempo… más que lo que dura una cuarentena, el Adviento o la Cuaresma. Casi más que una vida entera donde uno trata de escucharse.
Escucharse… y escucharle. Redescubrir el centro, ese núcleo de fuego que da vida a todo lo demás, a todo lo que somos y a todo nuestro universo. Ese fuego que es Dios y que ahogamos con el ritmo frenético de la vida. Unas ascuas que, cuando paramos a coger un poco de aire, aprovechan para encenderse de nuevo, colarse en nuestro universo, abrasar los miedos y avivar la esperanza.
Creo que este tiempo se nos ha dado la gran oportunidad de coger esa bocanada de aire… ytratar de volver a vivir de verdad.
Ana Rueda Legorburo
pastoralsj

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