OH SEÑOR, TU QUE ERES LA LUZ DEL MUNDO
Por Javier Leoz
Señor, ilumina nuestra mente y nuestro corazón,
para que siguiéndote a Ti
no caminemos en tinieblas,
sino que tengamos la luz de la vida.
Tú, que has abierto los ojos
al ciego de nacimiento,
abre también nuestros ojos,
para que reconozcamos en Ti al Hijo de Dios,
te proclamemos
como nuestro Señor y Redentor,
te adoremos y te rindamos culto
con toda nuestra vida.
Tú, que con el don del Espíritu Santo,
nos haces hijos de la luz y del día,
haz que nos revistamos de las armas de la luz
y nos comportemos como en pleno día,
coherentes y valientes
para difundir y defender la fe,
siempre dispuestos para dar razón
de la esperanza que llevamos dentro,
con dulzura, respeto y conciencia recta,
felices de sufrir por el Evangelio
con una donación total de nosotros mismos,
que no tema ni siquiera la muerte.
Tú que nos has hecho sal de la tierra
y luz del mundo,
aumenta nuestra poca fe
y fortifica nuestra adhesión al Evangelio,
para que vivamos
en la historia y en el mundo
al servicio del Reino de Dios.
Que resplandezca nuestra luz ante los hombres,
seamos siempre tus testigos
con nuestra propia vida
y te hagamos visible a Ti,
nuestro Señor crucificado y Resucitado,
única esperanza que jamás defrauda,
única alegría que puede saciar
el hambre del corazón de cada ser humano.
Por Javier Leoz
Señor, ilumina nuestra mente y nuestro corazón,
para que siguiéndote a Ti
no caminemos en tinieblas,
sino que tengamos la luz de la vida.
Tú, que has abierto los ojos
al ciego de nacimiento,
abre también nuestros ojos,
para que reconozcamos en Ti al Hijo de Dios,
te proclamemos
como nuestro Señor y Redentor,
te adoremos y te rindamos culto
con toda nuestra vida.
Tú, que con el don del Espíritu Santo,
nos haces hijos de la luz y del día,
haz que nos revistamos de las armas de la luz
y nos comportemos como en pleno día,
coherentes y valientes
para difundir y defender la fe,
siempre dispuestos para dar razón
de la esperanza que llevamos dentro,
con dulzura, respeto y conciencia recta,
felices de sufrir por el Evangelio
con una donación total de nosotros mismos,
que no tema ni siquiera la muerte.
Tú que nos has hecho sal de la tierra
y luz del mundo,
aumenta nuestra poca fe
y fortifica nuestra adhesión al Evangelio,
para que vivamos
en la historia y en el mundo
al servicio del Reino de Dios.
Que resplandezca nuestra luz ante los hombres,
seamos siempre tus testigos
con nuestra propia vida
y te hagamos visible a Ti,
nuestro Señor crucificado y Resucitado,
única esperanza que jamás defrauda,
única alegría que puede saciar
el hambre del corazón de cada ser humano.
Fuente Betania
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