Thursday, March 27, 2008

Vía Lucis, por Jose Luis Martín Descalzo

Durante siglos las generaciones cristianas han acompañado a Cristo camino del Calvario, en una de las más hermosas devociones Cristianas: el Vía Crucis.

¿Por qué no intentar -no (en lugar de), sino (además de)- acompañar a Jesús también en las catorce estaciones de su triunfo?
Esta meditación pascual es la que encierran las páginas que siguen.

Sexta estación JESÚS DEVUELVE LA ESPERANZA A DOS DISCÍPULOS DESNIMADOS


El mismo día, dos de ellos iban a una aldea, que dista de Jerusalén sesenta estadios, llamada Emaús, y hablaban entre sí de todos esos acontecimientos.
Mientras iban hablando y razonando, el mismo Jesús se les acercó e iba
con ellos, pero sus ojos no podían reconocerle.
Y les dijo: ¿Qué discursos son estos que vais haciendo entre vosotros mientras camináis? Ellos se detuvieron entristecidos, y tomando la palabra uno de ellos, por nombre Cleofás, le dijo: ¿eres tú el único forastero en Jerusalén que no conoce los sucesos en ella ocurridos estos días?
El les dijo: ¿Cuáles? Contestáronle: lo de Jesús Nazareno, varón profeta, poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo; cómo le entregaron los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados para que fuese condenado a muerte y crucificado.
Nosotros esperábamos que sería él quien rescataría a Israel; mas, con todo, van ya tres días desde que esto ha sucedido. Nos dejaron estupefactos ciertas mujeres de las nuestras que, yendo de madrugada al monumento, no encontraron su cuerpo, y vinieron diciendo que había tenido una visión de ángeles que les dijeron que vivía. Algunos de los nuestros fueron al monumento y hallaron las cosas como las mujeres decían, pero a él no le vieron.
Y él les dijo: ¡Oh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo lo que vaticinaron los profetas!
¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria?
Y comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando cuanto a él se refería en todas las Escrituras.
Se acercaron a la aldea adonde iban, y él fingió seguir adelante.
Obligáronle diciéndole: Quédate con nosotros, pues el día ya declina.
Y entró para quedarse con ellos.
Puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio.
Se les abrieron los ojos y le reconocieron, y despareció de su presencia.
(Lc 24, 13-31)


Lo mismo que los dos de Emaús aquel día
también yo marcho ahora decepcionado y triste
pensando que en el mundo todo es muy fuerte y fracaso.

El dolor es más fuerte que yo,
me acogota la soledad y digo
que tú, Señor, nos has abandonado.

Si leo tus palabras me resultaron insípidas,
si miro a mis hermanos me parecen hostiles,
si examino el futuro sólo veo desgracias.

Estoy desanimado. Pienso que la fe es un fracaso,
que he perdido mi tiempo siguiéndote y buscándote
y hasta me parece que triunfan y viven más alegres
los que adoran el dulce becerro del dinero y del vicio.

Me alejo de tu cruz, busco el descanso en mi casa de olvidos,
Dispuesto a alimentarse desde hoy en las viñas de la mediocridad.

No he perdido la fe, pero sí la esperanza,
sí el coraje de seguir apostando por ti.

¿Y no podrías salir hoy al camino
y pasear conmigo como aquella mañana con los dos de Emaús?

¿No podrías descubrirme el secreto de tu santa Palabra
y conseguir que vuelva a calentar mi entraña?

¿No podrías quedarte a dormir con nosotros
y hacer que descubramos tu presencia en el Pan?

Ecclesaia Digital

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