En el Reino de Dios, son los actos los que se toman en cuenta, no las palabras.
Algunos de los sucesos más cristianos son realizados sin palabras.
Me tocó vivir con dos viejos jesuítas: Piaras (que era un apasionado de Irlanda), y Willie (apasionado por el ejercicio). Poseían cálidos corazones, bajo un exterior que se mostraba malhumorado para un desconocido. En verdad parecían malhumorados entre ellos. Luego de años de intercambio de enojos, entraron en silencio y dejaron de hablarse. Lo podían hacer sin ser detectados, pues vivían en una comunidad numerosa. Willie, el mayor de los dos, empleaba los momentos ociosos de sus mañanas recogiendo leña para su chimenea; pero al llegar al final de sus ochenta años, a medida que se volvió más debil y encorvado, la tarea fué muy dura para él. Apenas podía caminar fuera de su habitación. Una mañana, al volver de su caminata, encontró su chimenea encendida y leña seca acopiada en un costado. Esto se repitió todos los días siguientes. Piaras se había fijado en el apremio de su viejo camarada, y cada día le juntaba un atado de leña. No hubo ningún intercambio de palabras. Por su parte, Willie empleaba su caminata para ir al almacén de la esquina y comprar una bolsa de los dulces favoritos de Piaras, y cada Viernes la dejaba en la puerta de Piaras, sin cambiar palabras.
El intercambio continuó así, dulces por leña, semana a semana, hasta que Willie cayó en su enfermedad terminal. Piaras fué a verlo para hacer las paces, pero las palabras fueron innecesarias. Habían hecho las paces mucho antes, y sin palabras.
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