Un árbol se eleva treinta metros sobre el dosel de la selva,a la orilla del Gran Río, testigo del tiempo que pasa, antiguo como el Tiempo mismo.
En otro lugar, muy lejos, a través del laberinto de agua y vegetación, Pedro Casaldáliga se sienta frente a la corriente, cobijado por la sombra de tres mangos plantados por sus propias manos cuando llegó a Sao Felix de Araguaia.
Es un hombre humilde, y parece un hombre frágil, sobrecogido por la inmensidad del río y de la tarea que le llevó allí, pero no hay que engañarse.
Es un árbol fuerte con muchas ramas y las raíces profundamente clavadas en el suelo fértil del Evangelio. Cuando ninguno de nosotros estemos, cuando nuestras preocupaciones ya no sean nada, su palabra seguirá sonando en la selva sin caminos en la que Dios sigue buscando a sus hijos.
Toru Okada
Jesuitas de Castilla
No comments:
Post a Comment