Sunday, December 14, 2008

Oficialmente viejo

12-Diciembre-2008 Leonardo Boff


En este mes de diciembre cumplo 70 años. Según los parámetros brasileros, paso a ser oficialmente viejo. Esto no significa que esté próximo a la muerte, porque ésta puede ya ocurrir en el primer momento de la vida. Pero es otra etapa de la vida, la última.


Posee una dimensión biológica, pues irremediablemente el capital vital se agota, nos debilitamos, perdemos el vigor de los sentidos y nos despedimos lentamente de todas las cosas. De hecho, también nos olvidan más y, quien sabe, nos volvemos impacientes y sensibles a los gestos de bondad, que nos mueven fácilmente a las lágrimas.


Pero hay otra parte, más interesante. La vejez es la última etapa del crecimiento humano. Nacemos enteros, pero nunca estamos acabados. Tenemos que completar nuestro nacimiento al construir la existencia, al abrir caminos, al superar dificultades y al moldear nuestro destino. Estamos siempre en génesis. Comenzamos a nacer, y vamos naciendo en prestaciones a lo largo de la vida hasta acabar de nacer. Entonces entramos en el silencio. Y morimos.


La vejez es la última oportunidad que nos ofrece la vida para acabar de crecer, de madurar, y para finalmente acabar de nacer. En este contexto es iluminadora la palabra de san Pablo: «En la medida en que el hombre exterior decae, en esta misma medida rejuvenece el hombre interior» (2Cor 4,16). La vejez es una exigencia de la persona interior. ¿Qué es la persona interior? Es nuestro yo profundo, nuestro modo singular de ser y de actuar, nuestra marca registrada, nuestra identidad más radical. Esta identidad tenemos que encararla frente a frente.


Es personalísima y se esconde detrás de muchas máscaras que la vida nos impone, pues la vida es un teatro en el cual desempeñamos muchos papeles. Yo, por ejemplo, fui franciscano, cura, ahora laico, teólogo, filósofo, profesor, conferenciante, escritor, editor, redactor de algunas revistas, investigado por las autoridades doctrinales del Vaticano, sometido a «silencio obsequioso», y algunos papeles más. Pero hay un momento en que todo esto se relativiza y pasa a ser pura paja. Entonces dejamos el escenario, nos quitamos las máscaras y nos preguntamos: A fin de cuentas, ¿quien soy yo? ¿Qué sueños me mueven? ¿Qué ángeles me habitan? ¿Qué demonios me atormentan? ¿Cuál es mi lugar en el designio del Misterio? En la medida que intentamos, con temor y temblor, responder a estas indagaciones sale a la luz el hombre interior. La respuesta nunca es concluyente; se pierde hacia dentro del Inefable.


Este es el desafío para la etapa de la vejez. Entonces, nos damos cuenta de que necesitaríamos muchos años de vejez para encontrar la palabra esencial que nos define. Sorprendidos descubrimos que no vivimos porque simplemente no morimos, sino que vivimos para pensar, meditar, abrir nuevos horizontes y crear sentidos de vida. Especialmente para intentar hacer una síntesis final, integrando las sombras, realimentando los sueños que nos sostuvieron toda una vida, reconciliándonos con los fracasos y buscando sabiduría. Es ilusorio pensar que ésta viene con la vejez. La sabiduría viene del espíritu con el cual vivenciamos la vejez como la etapa final del crecimiento y de nuestra verdadera Navidad.


Por fin, es importante preparar el gran Encuentro. La vida no está estructurada para terminar en la muerte, sino para transfigurarse a través de la muerte. Morimos para vivir más y mejor, para sumergirnos en la eternidad y encontrarnos con la Última Realidad, hecha de amor y misericordia. Ahí sabremos verdaderamente quién somos y cuál es nuestro verdadero nombre.


Participo del mismo sentimiento que el sabio del Antiguo Testamento: «contemplo los días pasados y tengo los ojos vueltos hacia la eternidad».


Alimento dos sueños, sueños de un joven anciano: el primero es escribir un libro sólo para Dios, si es posible con la propia sangre; el segundo es imposible, pero bien expresado por Herzer, niña de la calle y poeta: «yo sólo quisiera nacer de nuevo para enseñarme a vivir». Pero como esto es irrealizable, sólo me queda aprender en la escuela de Dios. Parafraseando a Camões, concluyo: «más viviera si no fuera, para tan gran ideal, tan corta la vida».


[Traducción de MJG]

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