Wednesday, March 25, 2009

Juba, espejo de la incongruencia


La primera vez que aterricé en Juba, la capital de Sudán meridional, fue en Julio de 2006, y me dejó una impresión de ser una ciudad somnolienta y mísera. Hacía poco más de un año que se había firmado el acuerdo de paz entre los rebeldes del SPLA y el régimen islamista de Jartum, y esta ciudad situada a orillas del Nilo mostraba abundantes señales de haber sufrido los efectos de 22 años de una guerra que se cobró más de dos millones de muertos. Juba estuvo bastantes años sitiada por las fuerzas rebeldes, que la bombardearon repetidamente y la dejaron hecha un montón de ruinas que se alzaban entre las míseras cabañas donde los que no pudieron escapar malvivieron al no tener otra opción.

Hace pocos días estuve en Juba de nuevo, por cuarta vez, y el contraste que presencié no pudo ser más brutal: carreteras nuevas de asfalto, edificios modernos de cristal y hormigón, y hoteles recién construidos donde funcionarios de Naciones Unidas y empresarios petroleros pagan 200 dólares por noche. Nuevas construcciones que, sin embargo, contrastan con los enormes arrabales de casitas de barro y latón que se levantan entre lodazales malolientes y montañas de basura que nadie recoge. Indigna pensar que por todas partes se construyen hoteles pero apenas se ve una escuela o un centro de salud de nueva construcción que pueda beneficiar a la población.
La Iglesia es una de las pocas organizaciones que está seriamente comprometida en apostar por el desarrollo, muy particularmente por la educación. A los dirigentes, antiguos guerrilleros rápidamente reconvertidos en jefes de despachos con aire acondicionado, no parece afectarles mucho esta falta de servicios, sobre todo teniendo en cuenta que muchos de ellos tienen buenas casas en Kampala o en Nairobi, ciudades donde además acuden regularmente para seguir la marcha de sus negocios y recibir tratamientos médicos cuando los necesitan. Aunque nadie sabe a ciencia cierta cuánta gente puede vivir hoy en Juba, sus nuevos habitantes no paran de afluir a la capital del que puede convertirse en el Estado número 54 de África dentro de dos años si se celebra le referéndum previsto para entonces sobre la secesión del sur animista y cristiano del norte árabe y musulmán con el que comparten muy poco.
Me llamó la atención especialmente la cantidad de personas, en su mayoría de etnia Bari, que se han reasentado en las afueras de la ciudad, especialmente en la vecindad de Gumbo, al otro lado del Nilo, donde hace poco más de dos años no vivía nadie y el territorio era tierra quemada y desolada, donde seguían merodeando las temibles bandas armadas del Ejército de Resistencia del Señor (LRA), los rebeldes ugandeses que durante muchos años tuvieron sus bases logísticas a las afueras de la capital. Una visita a estos nuevos asentamientos deja una sensación de tristeza ante el derrumbe humano con el que uno se encuentra: niños desatendidos, adultos a quienes el alcohol hace tambalearse desde primeras horas de la mañana, y poblados donde nadie cultiva y las únicas ocupaciones parecen ser la recogida y venta de una canasta de mangos, o de haces de leña o de hierba seca para techar cabañas y que las mujeres llevan al mercado de la ciudad para sacar un poco de dinero. Después de tantos años de guerra, en Juba como en la mayor parte del Sudán meridional apenas hay personas preparadas en ningún campo profesional, y los constructores y comerciantes vienen en su mayoría de las vecinas Uganda y Kenia.
Los habitantes de Juba los necesitan para tener acceso a servicios esenciales, pero al mismo tiempo no dejan de crecer sentimientos de xenofobia hacia estos inmigrantes que de vez en cuando son el blanco de las iras de los sudaneses del Sur. Durante los últimos años ha habido bastantes incidentes de ataques a ugandeses, con asesinatos incluidos. Si las autoridades, que parecen disfrutar de una vida bastante confortable y alejada de los problemas reales de la población, no se toman más en serio el reto de dotar a sus ciudadanos de los servicios que necesitan, Sudán del sur podría ser muy pronto el escenario de otra oleada de violencia xenófoba como la que vimos el año pasado en Suráfrica contra los trabajadores procedentes de países africanos vecinos.
JCR
"En clave de África"

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