Sunday, August 09, 2009

Cuquejo pidió mayor comunión eclesial


Asunción, Paraguay (Patricio Downes, RD).- El arzobispo de Asunción, Pastor Cuquejo, inició la novena de la Virgen de Asunción, con una invitación a la Iglesia Católica en Paraguay a experimentar "esa gran experiencia de la comunión entre nosotros". Cuquejo, quien además es presidente de la Conferencia Episcopal de Parguay, señaló que se trata de "una experiencia tan necesaria hoy día, porque necesitamos purificarnos de tantas maldades que vemos surgir día tras día en nuestra sociedad, cuando los nubarrones de las malas intenciones y los malos comportamientos nos impiden ver el horizonte donde está la luz del Señor".En coincidencia con la fiesta de la transfgiruación, agregó que "todos nos sentimos sobrecogidos, al igual que los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, que sintieron un gran temor, que no es otra cosa sino el estar totalmente compenetrados en ese gran acontecimiento que estaban viviendo". "El mensaje que el Señor quiere darnos lo hace a través de la apertura del novenario de Nuestra Señora de la Asunción, con la fiesta de la Transfiguración del Hijo de María Santísima", dijo.
El arzobispo asunceno explicó que "la Transfiguración, descrita por los otros evangelistas como una gran luz resplandeciente que envuelve a Jesús, a Moisés y a Elías, y también con el vestido blanco como la nieve, como lo describen otros, Jesús experimenta esta Transfiguración en su condición humana. Su cuerpo humano es el que se transfigura ante los apóstoles, aquellos tres escogidos especialmente para vivir un momento de comunión intensa con el Señor; comunión que estaban aprendiendo a vivir mediante este acontecimiento grandioso que ellos podían percibir también en su humanidad".
Agregó que "la segunda gran experiencia de Dios – y la mayor de todas – había sido la resurrección de Jesús; resurrección que no podía ser contemplada por ningún ojo humano, porque era Dios quien estaba presente en la plenitud de su divinidad cuando el cuerpo humano de Jesús desaparece del sepulcro para convertirse en un ser incorruptible".
"Por eso la Transfiguración del Señor tiene un mensaje para nosotros -subrayó Cuquejo- y nos dice que también nosotros podemos transfigurarnos, sentir la alegría de la presencia de Dios y podemos sentir esa alegría profunda del Señor mediante la oración, conversando con Él, para que Él nos llene de su luz, para que llene nuestro corazón de la alegría de la fe, la fe que nos hace pronunciar: 'Yo creo en ti, Señor. Yo te amo con todo mi ser'. Y, al decirlo, nos sentimos en comunión con toda la Iglesia. Formamos un solo cuerpo iluminado y vivificado por el Señor, por su gracia resucitadora, gracia que hizo posible también la glorificación de su Madre, quien es nuestra Madre".
También reflexionó que al pensar en "la Palabra de Dios, sobre todo en la profecía de Daniel, nos damos cuenta, aunque sea imperfectamente, de la grandiosidad de Dios, esa grandiosidad que vemos reflejada en la visión de este profeta, quien vio al Señor en su trono rigiendo todo el universo, purificándolo todo, y haciendo de este mundo el estrado de sus pies. Con esa visión, Daniel nos habla del reinado de Dios en la vida de sus hijos e hijas, en la posibilidad de que cada uno de nosotros podamos tener esa experiencia de Dios, así como la tuvo María: la perfectamente humana, en su ser humano, porque ella no era divina, no era como su Hijo Jesús – verdadero Dios, ciertamente – pero también verdadero hombre. María era verdaderamente un ser humano, como mujer predestinada. Mujer que vio la gloria de su Hijo; mujer que creyó también en la resurrección de todos, resurrección transfigurada en ese momento solemne del Monte Tabor".
"Fijémonos en María recibiendo el relato de los tras apóstoles, sobre todo el de Juan, quien le había relatado durante las tantas travesías por Israel, quizá también como memoria viva en Éfeso, y en otros tantos lugares donde habrían estado juntos el apóstol con María, después de la muerte de Jesús. Con cuánta atención María habría escuchado el relato de la Transfiguración de su Hijo, la gloria en su humanidad. La profecía de la resurrección para todos nosotros. Ese momento que les hizo pronunciar a Pedro, Santiago y Juan: ¡Qué alegría estar aquí! Significaba qué alegría estar con el Señor, y solamente con Él podemos tener la mayor alegría y el gozo más profundo en la vida. Esto es posible para cada uno de nosotros cuando vivimos una experiencia de comunión con el Señor, una experiencia de comunión con los hermanos; y la Iglesia nos da esa posibilidad; la Iglesia nos muestra el camino, enseñándonos y haciendo se sí misma Casa y Escuela de comunión".

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