Friday, August 07, 2009

El coraje sin límites de las mujeres


A nadie que tenga dos dedos de frente se le escapa lo retrógrado y lo pernicioso que es el régimen sudanés, enfrascado desde hace decenas de años en una intensa campaña de islamismo político y de intolerancia cultural y religiosa con tremendas consecuencias para la población de aquel país. Pero, como ocurre con frecuencia, esta situación no es lo suficientemente seria como para suscitar en otros países comités de solidaridad, ni tampoco para que los grupos de musulmanes moderados en el exterior hagan llamamientos para pararles los pies a esta reata de descerebrados con chilaba que llevan las riendas ideológicas y fácticas del país.

Para su desgracia, parece ser que la última jugarreta de tan peculiar régimen les está saliendo mal, es más, se está convirtiendo en una bola de nieve que rueda y alcanza más volumen, más velocidad y más envergadura. Me refiero al caso de Lubna Hussein, la chica que ya mencioné en este blog hace unos días y que junto a otras compañeras se enfrenta a una pena de 40 latigazos por el horrible y detestable crimen de llevar pantalones. Creían que, como ocurre siempre, iban a imponer su ley y la cosa iba a pasar desapercibida (están acostumbrados a la impunidad y a la desidia de la "comunidad internacional" y de los países árabes que tan rápidos son en denunciar otros atropellos cuando estos les favorecen). Pero con Lubna, pincharon en hueso.

La chica en cuestión es periodista que trabaja para la oficina de la ONU. Como joven periodista, tiene pasión por comunicar la verdad y "contar su historia". Cuando le ocurrió la desgracia de encontrarse con aquellos policías que arbitrariamente la detuvieron y la humillaron, no perdió la oportunidad de dar a conocer las lindezas que el régimen de un presidente -condecorado con una orden internacional de búsqueda y captura- prodiga entre sus fieles súbditos. Lubna envió cientos de correos electrónicos a sus amistades y colegas de los medios, pidiendo que asistieran en masa a la corte del justicia el día que su caso fuera juzgado. La respuesta no se hizo esperar y, gracias al efecto en cadena de esta petición, la atención de muchos medios de comunicación internacionales se dirigió hacia Jartum, la corte de justicia e, indirectamente, hacia un régimen para el cual todavía una mujer con pantalones es un peligro público.

El día de su juicio (que quedó aplazado hasta el 4 de septiembre), un nutrido número de mujeres aparecieron también en el juzgado y protestaron por la situación de opresión y de intolerancia a la que se ven sometidas diariamente, juzgadas y sometidas siempre por hombres, que son maestros en todas las materias pero lectores de un solo libro y cuya anchura de miras deja muchísimo que desear. Como era de esperar, debido a la peligrosidad para el orden social del grupo que se juntó a puertas del juzgado, la policía antidisturbios lo tuvo que dispersar disparando botes con gases lacrimógenos. Qué hombres, qué muestra de tolerancia islámica, qué maravilla de diálogo de civilizaciones.

Ante tal situación, Lubna parece haberse investido de una fuerza superior que le ha hecho convertirse en abanderada de una nueva causa que aboga por una sociedad más libre y más abierta. La cosa ha llegado hasta tal punto que, en caso de confirmarse la primera sentencia de castigo corporal, Lubna ha pedido oficialmente ser azotada en público para exponer así más claramente si cabe la dureza y la realidad del régimen y su intrínseca intolerancia.

Mucho me temo que el caso de Lubna se ha convertido en una piedra en el zapato de este intransigente régimen. Los fieles del régimen no se esperaban que "una simple mujer" pudiera mover los hilos hasta llegar a merecer tanta atención. Se equivocan una y otra vez porque se olvidan de que, incluso en los tiempos más fieros de violencia y represión, fueron siempre las mujeres sudanesas las que desafiaron a las autoridades más corrosivas y amenazantes y salieron a las calles protestando por la guerra, gritando por los muchos hijos muertos en una "yihad" inventada y orquestada contra el sur del país, la zona que no aceptaba los dictados árabes e islámicos del norte. Ellas fueron las que se organizaron y desafiaron a las fuerzas de seguridad y a la temida policía secreta... los hombres - los que tanto cacareaban, fanfarroneaban de su valía y tanto defendían sus posiciones políticas - se quedaron en casa como verdaderos caguetas al calor de una taza de té viendo la televisión. Ellas, como siempre, fueron los elementos más activos y valerosos de una sociedad corrompida por la utilización política de la religión, por la intolerancia y la obcecación mental.

Menos mal que, ante tanta estulticia y tanto fanatismo, a Sudán le queda por lo menos el sentido común, el arrojo y el ejemplo de las mujeres. Benditas sean.
Alberto Eisman
Muzungu

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