Thursday, August 06, 2009

La Iglesia de Latinoamérica opta por los indígenas


(Juan Ignacio Cortés) A principios de junio, el estallido de violencia en Bagua, localidad de la Amazonía peruana, sacó a la luz una silenciosa y dramática lucha que se libra desde hace decenios en la cuenca amazónica. ¿Quiénes son los protagonistas? Los pueblos indígenas y las empresas que buscan explotar los inmensos recursos naturales de sus tierras. ¿Qué está en juego? Derechos humanos, sabiduría ancestral, el medio ambiente del planeta y miles de millones de dólares. El panorama no es halagüeño para los que creen en otras sociedades posibles, no dominadas sólo por el afán de lucro. Pero hay lugar para su esperanza. Y en ello tiene mucho que ver la Iglesia.

No se puede negar el papel de sanción moral de la conquista de América Latina que tuvo la Iglesia en siglos pasados. La evangelización de los pueblos justificó y camufló el ardor guerrero y depredador de los conquistadores. Pero las cosas han cambiado. En gran parte, porque el concepto de evangelización también lo ha hecho.

Un buen ejemplo es el testimonio del hermano Carlo Zacquini, misionero de la Consolata, al que conocí en Boa Vista, la capital del Estado brasileño de Roraima, en 2003. En casi 40 años de presencia entre los yanomami, había contribuido decisivamente a crear organizaciones indígenas y a que el Estado reconociera y protegiese el territorio ancestral yanomami. Sin embargo, aseguraba que no había bautizado a ningún indio. Qué sentido tenía, pues, su trabajo entre ellos, le pregunté. Con la mayor paz del mundo, respondió: “Nuestra presencia busca, sobre todo, que sobrevivan. Bueno, no sólo que sobrevivan, sino que tengan vida y vida en abundancia, como dice el Evangelio”.

Este ideal de presencia generosa de la Iglesia en medio de los pueblos indígenas no es una cuestión personal. La Iglesia latinoamericana en su conjunto lo acepta y proclama, como refleja el documento final de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en el santuario de la Virgen de Aparecida (Brasil), en mayo de 2007. Ese documento profundiza en la línea abierta por el Episcopado latinoamericano en Santo Domingo, en 1992. Ya ahí se fijaban los dos objetivos fundamentales a los que debería encaminarse la acción de la Iglesia entre los pueblos indígenas: llevar a cabo una evangelización inculturada y defender sus derechos.

Según Rodolfo Valenzuela, obispo de Vera Paz (Guatemala) y responsable de la Sección Pueblos Originarios, del Departamento de Cultura y Educación del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), “la evangelización debe respetar los modos culturales y no pretender la implantación del cristianismo en su modo europeo, occidental, sino el surgir del cristianismo en cada cultura, partiendo de sus pensamientos, expresiones y valores”.

Esta opción indigenista se ha abierto paso no sin dificultad. En 1997, un documento de la Articulación Ecuménica Latinoamericana de Pastoral Indígenas (AELAPI), organización que reunía a agentes de pastoral de diversas confesiones cristianas, constataba las dificultades que tenía o había tenido la opción por los indígenas en la Iglesia. “Muchos agentes de pastoral o comisiones nacionales de pastoral indígena vivieron momentos de tensión con sus superiores… Había cierta resistencia de sectores de las Iglesias respecto a una pastoral o evangelización inculturada y liberadora”.


Formación de líderes

Sin duda, esas tensiones aún existen, pero el compromiso de la Iglesia latinoamericana con la defensa de los derechos de los indígenas se ve en multitud de ejemplos. La tarea ha desbordado las fronteras del asistencialismo religioso y local y ha optado por la estrategia de la formación de líderes y la conservación y valorización de las culturas indígenas. Iniciativas como el CAAAP han sido decisivas en lo primero. Un buen ejemplo de lo segundo lo tenemos en Ecuador. Allí opera la editorial Abya Yala, una de las más prestigiosas de Sudamérica en lo que a temas indígenas se refiere. Creada por el P. Juan Botasso y ligada a instituciones misioneras, ha sido distinguida con numerosos premios. Tiene más de 1.600 títulos de 2.000 autores, 320 de los cuales son indígenas. Ecuador es, precisamente, uno de los países de la cuenca amazónica en los que el trabajo de la Iglesia al lado de los indígenas tiene una trayectoria más larga.
Y un referente indiscutible: Leónidas Proaño. El llamado “obispo de los indios” fue titular de Riobamba durante 31 años. Muy adelantado a su tiempo, impulsó en 1957 un proyecto de reparto de tierras de la diócesis entre las comunidades indígenas. Su ejemplo fue la semilla para que la Conferencia Episcopal de Ecuador cuente con un activo Departamento Nacional de Pastoral Indígena, desde 1985, para “evangelizar las Culturas de los Pueblos Indígenas, con respeto afectivo y práctico hacia su entidad, cosmovisión y valores propios”, y para “escuchar sus justas aspiraciones, promover su formación integral y acompañar pastoralmente sus organizaciones”.

Más información en el nº 2.671 de Vida Nueva

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