Wednesday, December 30, 2009

Espacio Sagrado


Lucas 2: 36-40
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
¿Qué me estás diciendo, Señor?
Reflexiones sobre la lectura de hoy

María, José y su hijo retornan a Nazaret, su pueblo natal, y Lucas nos relata que "el niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría." Con el objeto de ser un modelo para sus discípulos, Jesús debía ser totalmente humano. San Pablo nos dice que, en la Encarnación, el Hijo "se vació", renunciando libremente al uso de sus divinos poderes. Adoptando una metáfora, Él se produjo una "amnesia" sobre quién era, de modo de poder compartir con nosotros la búsqueda de su propia identidad y del destino que Dios le había entregado. Jesús aprendió, paso a paso, todo lo que los humanos aprendemos: cómo amarrarnos las sandalias, cómo reaccionar al herirse las rodillas en una caída, y qué le significaba ser Jesús de Nazaret y ser el Hijo de Dios.
Qué me dice todo esto, sobre la imágen que tengo de Jesús?

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