Madres bolivianas venidas de Potosí buscan en la capital la solidaridad de algunas instituciones católicas
Ronald Grebe- La Paz) “Estoy haciendo fila para recibir una ración de chocolate y juguetes para mis dos hijos”, confiesa una mujer que llegó a La Paz desde el norte de Potosí junto a sus dos niños para beneficiarse de las campañas de solidaridad que impulsan diferentes grupos bolivianos por Navidad. Ella y sus dos hijos duermen debajo del puente Abaroa, en la avenida Buenos Aires. “No somos muchos, hay como diez familias que duermen con nosotros”, dice la entrevistada, quien junto a unas 700 personas recibieron una taza de chocolate, pan, dulces y juguetes.
Las comunidades del norte de Potosí de San Pedro de Buenavista, Pocoata o Colquechaca, sobre todo mujeres y niños, se desplazan en masa durante estas fechas a varias ciudades del país, especialmente a La Paz, para mendigar en calles, plazas y a la entrada de locales comerciales. El largo viaje desde Potosí tiene su recompensa, porque las habituales caritas tristes, de ojos llorosos, se torna alegres rostros cuando reciben un regalo, algo de comida y bebidas calientes, gracias a dos valiosos representantes de la Iglesia católica, que año a año arrancan la sonrisa de miles de niños en La Paz y El Alto.
Esta vez fueron más de 110.000 niños los que se llevaron un juguete, dulces y refrescos, que sus padres no les pueden comprar, recolectados en largas y esforzadas jornadas por cientos de voluntarios convocados por Eduardo Pérez, SJ, de Radio Fides, y el sacerdote alemán Sebastián Obermaier, de la ‘Fundación Cuerpo de Cristo’ que trabaja en El Alto. Es esta solidaridad la que atrae a padres y niños de las zonas más pobres de Bolivia, como una señora potosina, que viajó hasta La Paz por sus hijos, porque “ellos quieren regalos”, agregando que recibieron su juguete de la campaña Por la sonrisa de un niño, de Radio Fides.
Muchos se preguntan si, dado que no se les puede prohibir la libertad de desplazarse por el territorio a estos miles de indígenas pobres, ¿no sería posible acogerlos en sitios apropiados y elaborar con ellos planes de emergencia en los que se hable de trabajos dignos, educación, nutrición e higiene? ¿Por qué en pleno siglo XXI, cuando el lema del gobierno del presidente indígena, Evo Morales, es Vivir bien, se permite este espectáculo anual que avergüenza a muchos bolivianos? Los 100 millones de dólares para invertir en armas o los 300 en un satélite espacial podrían tener la respuesta.
Vida Nueva
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