Eran todavía las noches largas. En el pleno silencio de la medianoche, cuando la primavera nace, duerme y sueña la reina Maya. Ve descender de los cielos un elefante blanco como la nieve.
Seis colmillos, cumbres de marfil, irradian fulgores disipando las tinieblas. Maya siente penetrar en su seno un torrente de vida mientras se despliega ante su vista una procesión de divinidades resplandecientes. Se levanta a su encuentro, pero la fragancia florida del jardín nocturno hace vacilar sus pasos. Se apoya en el tronco de un bambú y se estremece su costado derecho. Se abre sin herida su talle y, envuelta en tules de siete colores, aparece la figura irisada de un recién nacido. Había venido a este mundo Sidhartha Gautama, al que llamarán el Buda o Iluminado. La criatura se puso en pie, señaló al cielo con su índice y a la tierra con su mano izquierda, diciendo: “Desde ahora me llamarán Bienaventurado en todo el mundo”. (Inspirado en las leyendas Lalita-Vistara, sobre la vida del Buda).
Unos pastores pasaban la noche al raso velando el rebaño por turno. Se les presentó un ángel del Señor, la gloria del Señor los envolvió de claridad y se asustaron mucho. El ángel les dijo: No temáis, os traigo la buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo. Ha nacido el que os libera, lo encontraréis envuelto en pañales y acostado en un pesebre, porque se convertirá en alimento, pan de vida para todo el pueblo.
Se oyó entonces el canto de una procesió angélica que entonaba: ¡Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a todos los hombres y mujeres, porque a todos los ama el Señor”. (Inspirado en el evangelio según Lucas).
Leemos estos dos textos para ambientar una celebración interreligiosa navideña en la que oramos juntos por la paz. Después, tomando un té y pastas, comentamos.
Una persona cristiana, algo escrupulosa, me pregunta con preocupación si no corremos peligro de confundir la historia y la leyenda. La tranquilizo con la explicación del filósofo Paul Ricoeur:
Los sofistas, para persuadir, dicen la mentira por medio de la retórica. Los racionalistas buscan la verdad por medio de la lógica. Los poetas y pensadores profundos se acercan a la realidad por medio de la ficción...
El catecismo del P. Jerónimo Ripalda (1591), decía que Jesús nació milagrosamente de madre virgen “saliendo del vientre de la Virgen como el rayo del sol por el cristal sin romperlo ni mancharlo”. Comenta el P. Gabino Márquez (edic. De 1940) el “hecho histórico de la Encarnación” (sic) diciendo que fue igual que cuando “salió del sepulcro a través de la losa sin romperla, abrirla ni separarla”.
Después de la modernidad, olvidado el sentido mito-poético de los antiguos creyentes, la teología apologética se creía obligada a exponer la fe al modo racionalista, con lo cuál ,caía en el mismo modo de hablar y pensar de quienes la atacaban. Ambos sin el sentido poético de Lucas, el evangelista que supo “decir la Realidad por medio de la ficción”.
La Realidad, con mayúscula, es más que historia y por eso sólo se la puede captar simbólicamente. Pero en la era de lo digital nos falta sensibilidad para los símbolos. Por eso los teístas fundamentalistas leen los textos mitopoéticos de la religiosidad al pie de la letra y dan así pie para que antiteistas como Dawkins los ataquen, creyendo que los creyentes creemos de esa forma.
Necesitamos dormir a la intemperie de la hermenéutica para que nos despierte el canto de los ángeles y nos alegremos con la noticia de la “eudokía”: la buena voluntad con que somos queridos por la Fuente de la Vida...
Juan Masiá Clavel
Convivencia de religiones
RD
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