viernes, 10 de diciembre de 2010
("II Viernes de Adviento, 10 diciembre 2010, por Ángel Moreno de Buenafuente");
Liturgia de la Palabra: Is 48,17-19; Mt 11,16-19
“No se apartará de Jacob el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que venga aquel a quien está reservado, y le rindan homenaje los pueblos” (Gn 49, 10).
“Con estas palabras, se proclama de antemano que aquel que había de nacer de una doncella y ser semejante a Adán habría de quebrantar la cabeza de la serpiente. Pues el enemigo no hubiese sido derrotado con justicia si su vencedor no hubiese sido un hombre nacido de mujer.” (San Ireneo, Tratado contra las herejías)
Si te acercas a la revelación y la acoges de manera creyente, como lo han hecho los Padres de la Iglesia, tantos santos y los fieles más humildes, si dejas que entre hasta lo más hondo de tu conciencia la noticia del proyecto de Dios sobre el ser humano, sobre ti, descubrirás que el Creador está enamorado de su criatura y, que por ella, Él mismo se ha hecho humano, nacido de mujer, y ha dado a nuestra naturaleza la dignidad de la filiación divina.
Si superas toda ideología, y te atreves a descubrir en tu propia debilidad la mirada compasiva de Dios, sentirás en tu misma carne el destello de la humanidad del Verbo encarnado, del Hijo de María.
Contempla cómo Dios ha respetado, en la genealogía de su propio Hijo, la contingencia humana, hasta llegar a la plenitud del tiempo, y cómo se han cumplido las profecías en “Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mt 1, 1).
Por el Hijo de María de Nazaret, el Hijo de Dios, tú puedes superar todo complejo, romper toda esclavitud, restaurar tu historia, y comprender que a través de todos los eslabones de tu historia, como sucedió en la genealogía de Jesús, Dios te ofrece una historia de salvación.
“Efectivamente, todo lo que la inteligencia de la fe ha tratado con relación a María se encuentra en el centro más íntimo de la verdad cristiana. En realidad, no se puede pensar en la encarnación del Verbo sin tener en cuenta la libertad de esta joven mujer, que con su consentimiento coopera de modo decisivo a la entrada del Eterno en el tiempo. Ella es la figura de la Iglesia a la escucha de la Palabra de Dios, que en ella se hace carne.” (Benedicto XVI, Verbum Domini 27).
Ecclesia
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