Una cosa me llamó especialmente la atención en la vida de Margot Loyola: fue una eterna aprendiz. Fue una maestra que nunca dejó de aprender; que recorrió Chile de casa en casa para que la gente le enseñara las cuecas, los cachimbos, las tonadas que aprendieron de sus antepasados.
Ella supo llegar allí donde está la música de raíz, esa que no se hace para ganar dinero, ni para el espectáculo. Esa música que acompaña la fiesta de los pueblos, que expresa las alegrías y penas más profundas. Esa música que brota de la sangre, del trabajo, del dolor, de la tierra.
En una sociedad que cree que solo los doctos son los que saben y pueden enseñar, Margot Loyola llegó a las casas de la gente sencilla para aprender de su sabiduría. La mayoría de las canciones que cantaba tenían el nombre y apellido de aquel o aquella que se la había enseñado. En la visita, el encuentro, la conversación, se fue dando este intercambio de saberes.
Tal vez por eso llegó a ser tan reconocida como maestra: porque siempre supo que le quedaba mucho por aprender.
En estos tiempos en que se sobrevalora el aporte de los expertos, nos hace bien sentarnos a la mesa de los hombres sabios y las mujeres sabias para aprender de ellos. En esta época con exceso de ciencia, nos hace bien el aire fresco de la sabiduría.
Alex Vigueras Cherres ss.cc.
SS.CC. Chile
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