“Algún día escribiré la crónica de nuestras tribulaciones. Lo haré en una nueva lengua que compondré para ello y si no tuviere ocasión de escribir nada, lo conservaré todo dentro mí. Quedaré anulada y volveré a la vida, caeré en tierra y me levantaré, y llegará un día, tal vez, un lejano día, en que tendré de nuevo a mi alrededor y para mí sola una habitación en completa calma, en la que permaneceré todo el tiempo que quiera, un año si fuere necesario, para que la vida vuelva a resurgir en mí y vengan las palabras necesarias para expresar el testimonio de todo aquello que deberá ser testimoniado.” (Diario. 18 de julio, 1942)
Etty
Sobre la mujer que Etty fue habría mucho que decir; de hecho su figura, su pensamiento y experiencia han dado mucho que hablar desde hace unos treinta años; desde que su Diario y sus Cartas de Westerbork se hicieran conocidas (el año de publicación de su Diario en holandés data de 1981, años después las Cartas. Obra hoy traducida en 14 lenguas).
Etty fue una joven judía holandesa que a los 29 años muere en el Campo de exterminio nazi de Auschwitz (1943). Durante los últimos dos años de su vida escribe un diario y un conjunto de cartas desde el Campo de Westerbork antes de llegar a Auschwitz. Este Diario es también una relectura de su vida, de sus relaciones, de su camino espiritual. El Diario es el testimonio de una vida en movimiento, llena de preguntas sin respuestas y de hondas búsquedas de un ser humano amanta, libre y abierto.
Aquí nos remitiremos a adentrarnos en su experiencia de oración y en la articulación entre oración y sufrimiento, pues es lo que en ella gatilla una fe tan profunda como maravillosa. Esperamos que el testimonio de esta vida real nos ayude como religiosos y religiosas a realizar, junto a Etty, el camino de la cruz orante que nos lleva a la actitud creyente.
Etty fue una joven judía holandesa que a los 29 años muere en el Campo de exterminio nazi de Auschwitz (1943). Durante los últimos dos años de su vida escribe un diario y un conjunto de cartas desde el Campo de Westerbork antes de llegar a Auschwitz. Este Diario es también una relectura de su vida, de sus relaciones, de su camino espiritual. El Diario es el testimonio de una vida en movimiento, llena de preguntas sin respuestas y de hondas búsquedas de un ser humano amanta, libre y abierto.
Aquí nos remitiremos a adentrarnos en su experiencia de oración y en la articulación entre oración y sufrimiento, pues es lo que en ella gatilla una fe tan profunda como maravillosa. Esperamos que el testimonio de esta vida real nos ayude como religiosos y religiosas a realizar, junto a Etty, el camino de la cruz orante que nos lleva a la actitud creyente.
La Palabra
Una vez un profesor me dijo “los místicos son sus textos”. Aunque es una frase provocativa y que podría ser matizada, posee mucho de verdad. El acceso que tenemos a la experiencia de los místicos es aquello que nos dejaron, aquellos que balbucearon de su propia experiencia de fe. En ese sentido la frase de mi profesor es cierta. Etty es su diario. Y la puerta de acceso a su vida extraordinaria es la palabra escrita (o contada en algunos casos) que nos dejó.
En el caso de Etty pasa algo particular, pues para ella la palabra escrita posee un doble valor: el decirse y el decir. La palabra tiene el poder (y la pretensión, a veces, vana) de decir la realidad tal cual es, tal cual la vivenciamos; y al mismo tiempo decirnos a nosotros, aquello que somos y deseamos ser en cuanto seres humanos particulares. Me explico, decir la realidad es una cosa y decirse a sí mismo es otra. Si estas dos realidades pueden ser separadas es una gran cuestión. Sin embargo para Etty la respuesta era afirmativa; y tan afirmativa que por momentos se nos muestra realmente obsesiva por la palabra justa, la frase perfecta, la expresión adecuada. Como si pusiera todas sus fuerzas en decir una realidad que se pasea delante de sus ojos, de solamente sus ojos. La palabra es en Etty, la visión, la mirada, son sus ojos prestados para que nosotros también veamos.
El domingo 8 de junio de 1941 a las nueve y media de la mañana (la minuciosidad de los detalles) Etty escribe: “Antes eras incapaz de escribir nada debido a tu ambición. Necesitabas lo excepcional, lo perfecto, y cosas por el estilo, te impedías simplemente escribir lo que fuera, a pesar de que a veces te morías de ganas de hacerlo”. Más tarde el 4 de julio: “Me encuentro agitada por una agitación extraña, diabólica, que podría ser productiva si supiera qué hacer de ella: es una agitación «creadora», no física —ni una docena de noches tórridas de amor bastarían para aplacarla. Es una agitación casi «sagrada». ¡Dios mío, llévame de la mano y haz de mí un instrumento tuyo, haz que pueda escribir!”. Y el 5 de agosto: “Todavía no soy capaz de escribir. Quiero escribir lo que hay en el corazón de la realidad, pero todavía no consigo alcanzarlo…”. Esta sensación de incapacidad de escribir es reflejo de una personalidad frágil aun, de una autoestima pequeña que lucha contra algo. La palabra se transforma, en Etty, en el campo de batalla contra ella misma. Autoexigente y excesivamente autocritica, Etty nos muestra como a través de la palabra escrita podemos realizar un autentico camino de conocimiento personal y de liberación. La palabra es fundamental, pues será ella la que permitirá a fin de cuentas el diálogo con Dios. “Podría, sí, escribir un libro entero sobre esa hora y media pasada con W., sobre su tersa cara de chiquillo y sus ojos insolentes. Espero poder recordar todo lo de este periodo, para escribir algo sobre él aunque sea de manera fragmentaria. Nada de lo que vivimos es como aparece en los libros, nada.” (7 de julio, 1942)
En el caso de Etty pasa algo particular, pues para ella la palabra escrita posee un doble valor: el decirse y el decir. La palabra tiene el poder (y la pretensión, a veces, vana) de decir la realidad tal cual es, tal cual la vivenciamos; y al mismo tiempo decirnos a nosotros, aquello que somos y deseamos ser en cuanto seres humanos particulares. Me explico, decir la realidad es una cosa y decirse a sí mismo es otra. Si estas dos realidades pueden ser separadas es una gran cuestión. Sin embargo para Etty la respuesta era afirmativa; y tan afirmativa que por momentos se nos muestra realmente obsesiva por la palabra justa, la frase perfecta, la expresión adecuada. Como si pusiera todas sus fuerzas en decir una realidad que se pasea delante de sus ojos, de solamente sus ojos. La palabra es en Etty, la visión, la mirada, son sus ojos prestados para que nosotros también veamos.
El domingo 8 de junio de 1941 a las nueve y media de la mañana (la minuciosidad de los detalles) Etty escribe: “Antes eras incapaz de escribir nada debido a tu ambición. Necesitabas lo excepcional, lo perfecto, y cosas por el estilo, te impedías simplemente escribir lo que fuera, a pesar de que a veces te morías de ganas de hacerlo”. Más tarde el 4 de julio: “Me encuentro agitada por una agitación extraña, diabólica, que podría ser productiva si supiera qué hacer de ella: es una agitación «creadora», no física —ni una docena de noches tórridas de amor bastarían para aplacarla. Es una agitación casi «sagrada». ¡Dios mío, llévame de la mano y haz de mí un instrumento tuyo, haz que pueda escribir!”. Y el 5 de agosto: “Todavía no soy capaz de escribir. Quiero escribir lo que hay en el corazón de la realidad, pero todavía no consigo alcanzarlo…”. Esta sensación de incapacidad de escribir es reflejo de una personalidad frágil aun, de una autoestima pequeña que lucha contra algo. La palabra se transforma, en Etty, en el campo de batalla contra ella misma. Autoexigente y excesivamente autocritica, Etty nos muestra como a través de la palabra escrita podemos realizar un autentico camino de conocimiento personal y de liberación. La palabra es fundamental, pues será ella la que permitirá a fin de cuentas el diálogo con Dios. “Podría, sí, escribir un libro entero sobre esa hora y media pasada con W., sobre su tersa cara de chiquillo y sus ojos insolentes. Espero poder recordar todo lo de este periodo, para escribir algo sobre él aunque sea de manera fragmentaria. Nada de lo que vivimos es como aparece en los libros, nada.” (7 de julio, 1942)
Las paradojas
La paradoja de Etty es la de muchos (si no todos) los místicos. El deseo de callar diciéndolo. El deseo de silencio pidiéndolo. La añoranza de ese estado en que las palabras sobran cuando al mismo tiempo una verborrea interior nos sobrepasa como deseando contarle todo al Dios que ya lo sabe. “Observo que junto a mis sufrimientos personales tengo siempre una curiosidad objetiva, un interés apasionado por todo lo que afecta al mundo, a los hombres, y a los movimientos de mi alma. A veces creo que esta es la tarea que me toca realizar: clarificar todo lo que sucede a mi alrededor, para describirlo más tarde. ¡Pobre cabeza y pobre corazón, cuántas cosas vais a tener que digerir! ¡Rica cabeza, rico corazón, que tenéis una vida tan bella! Y dejo de llorar. Pero mi cabeza me da vueltas horriblemente. Esto es un infierno. Para describirlo tendría que saber escribir muy bien” (13 de agosto, 1941). Y un año después, aun buscando decir lo indecible Etty escribe: “La vida me confía un montón de historias, que yo debería contar a mi vez y exponer, en términos claros, a todos los que no saben leer a libro abierto el texto de la vida. Dios mío, tú me has dado el don de leer. ¿Querrás darme también el de escribir?” (4 de octubre, 1942).
Otra paradoja es la vida afectiva de Etty. No vamos a beatificar su historia ni tampoco diabolizarla, pues es justamente en esa ambigüedad, en esa mezcla contradictoria de deseos, pulsiones, atisbos y silencios; donde se da lo de Dios. Dicho de otro modo, la experiencia de una amante apasionada de la vida, de los hombres, de Dios, de la naturaleza; es la que permitirá a Etty des-cubrir al Dios escondido en lo profundo de su propio pozo. “Hay en mí un pozo muy profundo. Y en ese pozo está Dios. A veces consigo llegar a él, pero lo más frecuente es que las piedras y escombros obstruyan el pozo, y Dios queda sepultado. Entonces es necesario volver a sacarlo a la luz.” (Diario, 26 de agosto, 1941)
La paradoja de Etty Hillesum es la paradoja de la vida real: un camino incierto lleno de idas y vueltas, de caídas y descubrimientos, de sufrimiento y alegría. Tal vez por eso su Diario –es decir ella- nos sobrecoge e ilumina tanto, porque dijo lo que vivía tal cual, sin flores ni adornos, sin el voyerismo contemporáneo y sin el exceso de cuidado de una autoimagen falsa de nosotros mismos. Nada menos humano que sistematizar un camino que en realidad se vive desde y como una paradoja, desde y como una imposibilidad. Desde la cruz hacia la resurrección. Donde cruz y resurrección se entrelazan y mezclan a medida que el tiempo se va abriendo camino pese y contra todo.
La paradoja de Etty Hillesum es la paradoja de la vida real: un camino incierto lleno de idas y vueltas, de caídas y descubrimientos, de sufrimiento y alegría. Tal vez por eso su Diario –es decir ella- nos sobrecoge e ilumina tanto, porque dijo lo que vivía tal cual, sin flores ni adornos, sin el voyerismo contemporáneo y sin el exceso de cuidado de una autoimagen falsa de nosotros mismos. Nada menos humano que sistematizar un camino que en realidad se vive desde y como una paradoja, desde y como una imposibilidad. Desde la cruz hacia la resurrección. Donde cruz y resurrección se entrelazan y mezclan a medida que el tiempo se va abriendo camino pese y contra todo.
El sufrimiento
El sufrimiento es clave para comprender el camino a la oración y la fe en Etty. Es imposible comprender su descubrimiento a la fe en Dios sin el contexto de guerra y dolor que se vivía en la Europa nazi. Fue justamente en la historia de sufrimiento, personal y de “su” pueblo, donde Etty se deja transformar por Aquel que sin conocer toca a su puerta interior. ¿Cómo adentrarse en una experiencia tan única de fe y oración? ¿Cómo comprender a alguien que dice: “A pesar de todo, vuelvo a la misma idea: la vida es bella. Y creo en Dios. Y quiero plantarme en medio de todo eso que los hombres llaman «atrocidades», para decir y repetir: «La vida es bella». Pero, por ahora, aquí estoy acostada en un rincón, con fiebre y mareos, sin poder hacer nada.”? (Diario, 8 de octubre, 1942). ¿Cómo rezar en la oscuridad de los barracones nazis? ¿Cómo hacer frente, espiritualmente, a la antesala del infierno?
Podemos identificar en Etty tres fuentes de su experiencia espiritual: el sufrimiento, la belleza y la historia de su pueblo judío. Ahondemos un poco en cada una deteniéndonos más hondamente en la experiencia del sufrimiento. Respecto a la belleza, Etty desde su sensibilidad, bebió de la poesía, en particular de Rilke. Los versos de Rilke se fueron tornando palabra humana y palabra de Dios. Rilke fue para ella una biblia a la cual recurrir para exprimir aquello que la sobrecogía, que le llenaba el alma de gozo. “No puedo dejar de citar a Rilke para todo. ¿No es curioso? Rilke era un hombre frágil, que escribió la mayor parte de su obra entre los muros de los castillos que lo hospedaron; si hubiese vivido en las condiciones en que nos hallamos, probablemente no habría podido resistir. ¿Pero no es justamente un signo de buena economía el hecho de que en épocas pacíficas y circunstancias favorables, artistas de gran sensibilidad puedan buscar con toda tranquilidad la forma más bella y más propia para expresar sus intuiciones profundas, de modo que todos aquellos que vengan después y les toque vivir épocas más turbulentas y devastadoras puedan reconfortarse con esas creaciones y encontrar en ellas un refugio siempre disponible para las angustias y cuestionamientos, que ellos mismos no sabrán expresar ni resolver, dado que su energía estará empeñada en las necesidades cotidianas?”(13 de octubre, 1942). Etty siempre atenta a la belleza, a los detalles y destellos de Dios en lo cotidiano: “Debe haber un poeta en un campo de concentración, que viva como poeta esa vida (¡sí, esa misma vida!) y sepa cantarla” (3 de octubre, 1942).
La belleza y el dolor se mezclan en cada frase –oracion- de Etty: “¡Fíjate cómo cuido de ti (Dios)! No te ofrezco sólo mis lágrimas y mis tristes presentimientos. ¡En este domingo ventoso y grisáceo, te traigo hasta este jazmín oloroso! Y te regalaré todas las flores que encuentre en mi camino; son muchas, ya lo verás. ¡Así te sentirás todo lo bien que sea posible en mi casa!” (12 de julio, 1942). El proceso espiritual de Etty se llevo a cabo desde y a partir del sufrimiento, el dolor de los otros se volvió su propio dolor. “En este mundo destrozado, los caminos más cortos entre un ser humano y otro pasan sólo por el alma.” (11 de julio, 1942). El sufrimiento en la experiencia de Etty Hillesum tomo varios rostros a lo largo de su vida, desde el sufrir de amor, hasta el sufrir de enfermedad. Para finalmente sufrir la reclusión, el castigo y el horror de los campos de concentración. Habría que decir que la fuerza interior le viene de la experiencia de sufrimiento, “incluso del sufrimiento se pueden sacar fuerzas. Con el amor que siento por él (Julius Spier, su psicoanalista, amante; con quien habría descubierto los Evangelios y a San Agustín) puedo nutrir mi vida y la de otros juntos con la mía” (7 de julio, 1942). Sufrimiento y amor, inseparables. De lo contrario solo hay muerte, y un silencio absurdo y sin sentido. Una nada.
El sufrimiento puede vivirse de diferentes maneras, una de ellas puede transformarse en una experiencia profunda de transformación. Aquí no hay recetas, pero podemos afirmar con fuerza que aquello que nos permitirá sobrellevar el sufrimiento y darle la oportunidad de que sea también un lugar de revelación y conversión –como lo fue para Etty- es la apertura al otro. El infierno es el “enfer-mement” (en francés, enfer es infierno y enfermement es el cerrarse, el repliegue sobre sí mismo). Cerrarse sobre sí mismo es la muerte, es el cierra también del sufrimiento sobre sí mismo sin la mínima oportunidad de que sea transfigurado. En este sentido, el Diario y el ejercicio de la palabra es el medio que Etty encuentra para abrirse a la relación. Su preocupación por el otro que sufre la llevara a fecundar su propio sufrimiento transformándolo en fruto, en esperanza; incluso en gozo en medio de los oscuros pasillos de Auschwitz y Westerbork.
El sufrimiento ha sido tratado muchas veces –y más que nunca en nuestros tiempos- como algo que hay que extirpar o eliminar. Si no es el caso, se trata como algo que hay que explicar, comprender; como si fuera una manera de sobrepasarlo. Nos parece que el camino es otro. Ni explicación ni eliminación. Al sufrimiento hay que nombrarlo, llamarlo por su nombre. El Diario es en gran medida eso: decir el sufrimiento. Solo al llamarlo logramos hacer dos cosas con él: exteriorizarlo, es decir transformarlo en una alteridad con la cual podemos relacionarnos, tratarla y tratarnos. Y darle un sentido. Darle un sentido al sufrimiento es esencial y este no viene por sí solo, sino justamente desde los otros y desde el Otro. La teóloga protestante suiza Lytta Basset nos puede ayudar a entender esto: “Cuando los otros me decían el sentido que su dolor les había dado, yo estaba lejos de entenderlos. Pero les creía: si algo les había pasado, algo que para mí era un sentido; entonces quería decir que el Reino del Sentido no había sido eliminado y ahogado del todo” .
En otras palabras podemos decir que al sufrimiento se le dialoga con amor. Tarea nada fácil y empresa casi irrealizable de manera solitaria. Frente a la amargura, al dolor y al sufrimiento ni la indignación, ni la rebeldía, ni la cólera serán la respuesta; sino solamente el deseo de ser amado, en Dios; hasta la muerte . El amor adquiere todo su vigor frente al sufrimiento. Es el amor mismo el que asume su sentido primigenio: protección, acogida, cobijo, resguardo (cf. Gn 2,18). Cuando dialogamos con el sufrimiento le damos un rostro y con ello lo revestimos de esperanza. En caso contrario, cuando el sufrimiento pierde su rostro, entonces es la muerte del sujeto, la muerte del amor. La mudez.
En el caso de Etty, el deseo nunca satisfecho de ser fiel a sí misma, a su vocación por la palabra, es aquello que justamente la salva de la mudez. Al decir el sufrimiento ella lo asume. Y al alimentar su corazón con amor, ella lo fecunda. Etty, dentro del sufrimiento deja abierta una pequeña ventana -gracias a la palabra dirigida a otro-, es esta ventana la condición de posibilidad de la oración; es esta pequeña ventana por la que se cuela una promesa: la de un Dios que a pesar de todo está allí. Por esa ventana se cuela un don, algo que viene de afuera, del exterior: la Gracia, la Palabra que nos encuentra. En fin, no seremos nosotros los que le diremos algo al sufrimiento, es el sufrimiento el que tiene algo que decirnos.
El vínculo entre la historia de su pueblo judío y la oración Etty la expresa en una lucida pagina del 9 de julio de 1942: “Un día pesado, muy pesado de asumir… Estamos en presencia de un “destino colectivo”, y debemos aprender a asumirlo, desembarazándonos de todas nuestras puerilidades personales. Quien intente salvarse debe saber que si él no va en el tren, meterán a otro en su lugar. ¿Qué más da que sea yo, o ese o aquel? Nuestra suerte se ha convertido en un destino colectivo, y es preciso saberlo. ¡Un día pesado de vivir! Pero yo me encuentro siempre conmigo misma en la oración — y orar, podré hacerlo siempre, incluso en el espacio más estrecho. Lo que yo puedo cargar de este destino colectivo, lo cargo cada vez más sólidamente sobre mi espalda como un equipaje atado a mí con fuertes nudos, y me habitúo a él, y lo llevo conmigo por las calles.” Etty proviene de una familia judía no practicante. Desde niña solo participaban de los ritos “tradicionales”, sin una adhesión profunda al judaísmo. Solo a partir de 1940 comienza personalmente un camino de descubrimiento de la fe “de su pueblo”; camino original que la llevó a una experiencia mística y única, que de todas maneras será inclasificable.
La posibilidad que da el sufrimiento es acceder a otro nivel de fe, de relación con el Misterio. La experiencia mistagógica de Etty nos libera de cualquier canon y al mismo tiempo nos conecta con lo más hondo de la propia tradición y comunión con los otros.
La belleza y el dolor se mezclan en cada frase –oracion- de Etty: “¡Fíjate cómo cuido de ti (Dios)! No te ofrezco sólo mis lágrimas y mis tristes presentimientos. ¡En este domingo ventoso y grisáceo, te traigo hasta este jazmín oloroso! Y te regalaré todas las flores que encuentre en mi camino; son muchas, ya lo verás. ¡Así te sentirás todo lo bien que sea posible en mi casa!” (12 de julio, 1942). El proceso espiritual de Etty se llevo a cabo desde y a partir del sufrimiento, el dolor de los otros se volvió su propio dolor. “En este mundo destrozado, los caminos más cortos entre un ser humano y otro pasan sólo por el alma.” (11 de julio, 1942). El sufrimiento en la experiencia de Etty Hillesum tomo varios rostros a lo largo de su vida, desde el sufrir de amor, hasta el sufrir de enfermedad. Para finalmente sufrir la reclusión, el castigo y el horror de los campos de concentración. Habría que decir que la fuerza interior le viene de la experiencia de sufrimiento, “incluso del sufrimiento se pueden sacar fuerzas. Con el amor que siento por él (Julius Spier, su psicoanalista, amante; con quien habría descubierto los Evangelios y a San Agustín) puedo nutrir mi vida y la de otros juntos con la mía” (7 de julio, 1942). Sufrimiento y amor, inseparables. De lo contrario solo hay muerte, y un silencio absurdo y sin sentido. Una nada.
El sufrimiento puede vivirse de diferentes maneras, una de ellas puede transformarse en una experiencia profunda de transformación. Aquí no hay recetas, pero podemos afirmar con fuerza que aquello que nos permitirá sobrellevar el sufrimiento y darle la oportunidad de que sea también un lugar de revelación y conversión –como lo fue para Etty- es la apertura al otro. El infierno es el “enfer-mement” (en francés, enfer es infierno y enfermement es el cerrarse, el repliegue sobre sí mismo). Cerrarse sobre sí mismo es la muerte, es el cierra también del sufrimiento sobre sí mismo sin la mínima oportunidad de que sea transfigurado. En este sentido, el Diario y el ejercicio de la palabra es el medio que Etty encuentra para abrirse a la relación. Su preocupación por el otro que sufre la llevara a fecundar su propio sufrimiento transformándolo en fruto, en esperanza; incluso en gozo en medio de los oscuros pasillos de Auschwitz y Westerbork.
El sufrimiento ha sido tratado muchas veces –y más que nunca en nuestros tiempos- como algo que hay que extirpar o eliminar. Si no es el caso, se trata como algo que hay que explicar, comprender; como si fuera una manera de sobrepasarlo. Nos parece que el camino es otro. Ni explicación ni eliminación. Al sufrimiento hay que nombrarlo, llamarlo por su nombre. El Diario es en gran medida eso: decir el sufrimiento. Solo al llamarlo logramos hacer dos cosas con él: exteriorizarlo, es decir transformarlo en una alteridad con la cual podemos relacionarnos, tratarla y tratarnos. Y darle un sentido. Darle un sentido al sufrimiento es esencial y este no viene por sí solo, sino justamente desde los otros y desde el Otro. La teóloga protestante suiza Lytta Basset nos puede ayudar a entender esto: “Cuando los otros me decían el sentido que su dolor les había dado, yo estaba lejos de entenderlos. Pero les creía: si algo les había pasado, algo que para mí era un sentido; entonces quería decir que el Reino del Sentido no había sido eliminado y ahogado del todo” .
En otras palabras podemos decir que al sufrimiento se le dialoga con amor. Tarea nada fácil y empresa casi irrealizable de manera solitaria. Frente a la amargura, al dolor y al sufrimiento ni la indignación, ni la rebeldía, ni la cólera serán la respuesta; sino solamente el deseo de ser amado, en Dios; hasta la muerte . El amor adquiere todo su vigor frente al sufrimiento. Es el amor mismo el que asume su sentido primigenio: protección, acogida, cobijo, resguardo (cf. Gn 2,18). Cuando dialogamos con el sufrimiento le damos un rostro y con ello lo revestimos de esperanza. En caso contrario, cuando el sufrimiento pierde su rostro, entonces es la muerte del sujeto, la muerte del amor. La mudez.
En el caso de Etty, el deseo nunca satisfecho de ser fiel a sí misma, a su vocación por la palabra, es aquello que justamente la salva de la mudez. Al decir el sufrimiento ella lo asume. Y al alimentar su corazón con amor, ella lo fecunda. Etty, dentro del sufrimiento deja abierta una pequeña ventana -gracias a la palabra dirigida a otro-, es esta ventana la condición de posibilidad de la oración; es esta pequeña ventana por la que se cuela una promesa: la de un Dios que a pesar de todo está allí. Por esa ventana se cuela un don, algo que viene de afuera, del exterior: la Gracia, la Palabra que nos encuentra. En fin, no seremos nosotros los que le diremos algo al sufrimiento, es el sufrimiento el que tiene algo que decirnos.
El vínculo entre la historia de su pueblo judío y la oración Etty la expresa en una lucida pagina del 9 de julio de 1942: “Un día pesado, muy pesado de asumir… Estamos en presencia de un “destino colectivo”, y debemos aprender a asumirlo, desembarazándonos de todas nuestras puerilidades personales. Quien intente salvarse debe saber que si él no va en el tren, meterán a otro en su lugar. ¿Qué más da que sea yo, o ese o aquel? Nuestra suerte se ha convertido en un destino colectivo, y es preciso saberlo. ¡Un día pesado de vivir! Pero yo me encuentro siempre conmigo misma en la oración — y orar, podré hacerlo siempre, incluso en el espacio más estrecho. Lo que yo puedo cargar de este destino colectivo, lo cargo cada vez más sólidamente sobre mi espalda como un equipaje atado a mí con fuertes nudos, y me habitúo a él, y lo llevo conmigo por las calles.” Etty proviene de una familia judía no practicante. Desde niña solo participaban de los ritos “tradicionales”, sin una adhesión profunda al judaísmo. Solo a partir de 1940 comienza personalmente un camino de descubrimiento de la fe “de su pueblo”; camino original que la llevó a una experiencia mística y única, que de todas maneras será inclasificable.
La posibilidad que da el sufrimiento es acceder a otro nivel de fe, de relación con el Misterio. La experiencia mistagógica de Etty nos libera de cualquier canon y al mismo tiempo nos conecta con lo más hondo de la propia tradición y comunión con los otros.
GUATEMALA
No hay lugar para la oración
Sufrimiento y oración son de la misma familia semántica (precariedad proviene de preces, ruego, súplica). La precariedad de los humanos es la precariedad de Dios; tal vez en medio del sufrimiento terrible es Dios quien le reza al hombre, suplicándole que crea en El, en su Bondad . Aquí no estamos lejos de la experiencia espiritual de Etty. Experiencia que la lleva a decir: “Voy a ayudarte, Dios mío, a no apagarte en mí, pero no puedo garantizarte nada por adelantado. Sin embargo, hay una cosa que se me presenta cada vez con mayor claridad: no eres tú quien puede ayudarnos, sino nosotros quienes podemos ayudarte a ti y, al hacerlo, ayudarnos a nosotros mismos. Esto es todo lo que podemos salvar en esta época, y también lo único que cuenta: un poco de ti en nosotros, Dios mío” (12 de julio, 1942). Palabras de una alta conciencia espiritual. Palabras que pueden llegar a ser escandalosas, sin embargo nos parecen propias de alguien que ha adquirido un “conocimiento” de Dios y de lo humano sumamente rico, revelador y epifanico. En la experiencia de oración de Etty Hillesum, el Dios de Jesús se nos ha dicho de una manera nueva.
Llama la atención como el Diario nos transmite una fuerte maduración y densidad en la experiencia religiosa de Etty; a partir de la segunda mitad del año 1942. Escuchemos la riqueza de su propio testimonio: “Sin duda, conocerás también momentos de escasez en mí, Dios mío, momentos en los que mi confianza ya no te alimentará con tanta abundancia. Pero, créeme, seguiré trabajando para ti, te seguiré siendo fiel y no te echaré de mi recinto.” (12 de julio, 1942) Y luego: “El ser humano está lleno de convencionalismos, de ideas preconcebidas sobre actos que cree necesario cumplir en determinadas circunstancias. A veces, en momentos en que menos se espera, alguien se arrodilla de pronto en un rincón de mi ser. Estoy caminando por la calle, o en plena conversación con un amigo, y hay alguien que se arrodilla, y ese alguien soy yo.” (16 de septiembre, 1942).
No hay lugar para la oración quiere decir que no hay UN lugar especifico para entrar en dialogo y comunión con Dios. Etty oraba en el baño, en el pasillo, en el patio, en los barracones, en su cuarto, mirando la ciudad, frente a un sufriente… Algo en ella, en su interior “se arrodillaba” para amar y dejarse amar por el Señor. “Este retirarme a la celda cerrada de mi oración se convierte para mí en una realidad cada vez más intensa, en un hecho cada vez más objetivo. La concentración interior construye altos muros, dentro de los cuales me reencuentro conmigo misma y con mi propia unidad, lejos de toda distracción. Y puedo imaginar un tiempo en el que estaré arrodillada días y días, hasta no sentir estos muros en torno a mí, que me libran de deshacerme, perderme y arruinarme”. (18 de mayo, 1942). Etty se vuelve una profecía viviente, se transforma en la mujer samaritana al borde del pozo que realiza las palabras de Jesús: “Llega la hora, y ya estamos en ella, en que los adoradores verdaderos adoraran al Padre en espíritu y verdad” (Jn 4,23). Etty se sitúa mas allá de templos y cultos, las allá de doctrinas y sacrificios. Por eso encanta y seduce, porque en ella; en su realidad de deportada, en su calidad de sufriente se realiza el Evangelio de Jesús (¡!). Etty se sitúa en el “orden de la compasión”, en un horizonte escatológico en donde el amor es lo que prima, el amor sin fronteras ni diferencias: “No hay fronteras entre los que sufren. Se sufre en ambos lados de todas las fronteras, y tenemos que rezar por todos”. (3 de julio, 1942). Como la misma samaritana, el encuentro de Etty con Dios la lleva a albergar en su corazón orante toda la fuerza de la vida: “Podría quizá aguantar durante años, sola, arrodillada en el suelo, en una fría celda. Incluso en esas circunstancias habría en mí una vida intensa y fecunda. Todo lo que la vida hace posible estaría siempre en mí.” (23 de mayo, 1942). Samaritana de Auschwitz, Etty ha llenado su pozo de Dios y la oración –mas allá de todo formato preconcebido- ha alcanzado su esplendor.
Llama la atención como el Diario nos transmite una fuerte maduración y densidad en la experiencia religiosa de Etty; a partir de la segunda mitad del año 1942. Escuchemos la riqueza de su propio testimonio: “Sin duda, conocerás también momentos de escasez en mí, Dios mío, momentos en los que mi confianza ya no te alimentará con tanta abundancia. Pero, créeme, seguiré trabajando para ti, te seguiré siendo fiel y no te echaré de mi recinto.” (12 de julio, 1942) Y luego: “El ser humano está lleno de convencionalismos, de ideas preconcebidas sobre actos que cree necesario cumplir en determinadas circunstancias. A veces, en momentos en que menos se espera, alguien se arrodilla de pronto en un rincón de mi ser. Estoy caminando por la calle, o en plena conversación con un amigo, y hay alguien que se arrodilla, y ese alguien soy yo.” (16 de septiembre, 1942).
No hay lugar para la oración quiere decir que no hay UN lugar especifico para entrar en dialogo y comunión con Dios. Etty oraba en el baño, en el pasillo, en el patio, en los barracones, en su cuarto, mirando la ciudad, frente a un sufriente… Algo en ella, en su interior “se arrodillaba” para amar y dejarse amar por el Señor. “Este retirarme a la celda cerrada de mi oración se convierte para mí en una realidad cada vez más intensa, en un hecho cada vez más objetivo. La concentración interior construye altos muros, dentro de los cuales me reencuentro conmigo misma y con mi propia unidad, lejos de toda distracción. Y puedo imaginar un tiempo en el que estaré arrodillada días y días, hasta no sentir estos muros en torno a mí, que me libran de deshacerme, perderme y arruinarme”. (18 de mayo, 1942). Etty se vuelve una profecía viviente, se transforma en la mujer samaritana al borde del pozo que realiza las palabras de Jesús: “Llega la hora, y ya estamos en ella, en que los adoradores verdaderos adoraran al Padre en espíritu y verdad” (Jn 4,23). Etty se sitúa mas allá de templos y cultos, las allá de doctrinas y sacrificios. Por eso encanta y seduce, porque en ella; en su realidad de deportada, en su calidad de sufriente se realiza el Evangelio de Jesús (¡!). Etty se sitúa en el “orden de la compasión”, en un horizonte escatológico en donde el amor es lo que prima, el amor sin fronteras ni diferencias: “No hay fronteras entre los que sufren. Se sufre en ambos lados de todas las fronteras, y tenemos que rezar por todos”. (3 de julio, 1942). Como la misma samaritana, el encuentro de Etty con Dios la lleva a albergar en su corazón orante toda la fuerza de la vida: “Podría quizá aguantar durante años, sola, arrodillada en el suelo, en una fría celda. Incluso en esas circunstancias habría en mí una vida intensa y fecunda. Todo lo que la vida hace posible estaría siempre en mí.” (23 de mayo, 1942). Samaritana de Auschwitz, Etty ha llenado su pozo de Dios y la oración –mas allá de todo formato preconcebido- ha alcanzado su esplendor.
Dios y Una vida entregada
“Dios, por su parte, no es responsable de los absurdos que nosotros cometemos. ¡Los responsables somos nosotros! He muerto ya mil veces en mil campos de concentración. Sé todo lo que pasa y ya no me preocupo de las noticias que pueden venir: de un modo u otro, lo sé todo. Y sin embargo, encuentro la vida bella y llena de sentido. A cada instante”. (29 de junio, 1942)
“Ese pequeño fragmento de eternidad que llevamos en nosotros mismos puede ser evocado tanto con una sola palabra como con diez voluminosos tratados. Soy una mujer feliz y canto las alabanzas de esta vida –¡sí, ha leído usted bien!–, en el año del Señor –todavía y siempre del Señor– de 1942, enésimo año de la guerra”. (20 de junio, 1942)
“Ese pequeño fragmento de eternidad que llevamos en nosotros mismos puede ser evocado tanto con una sola palabra como con diez voluminosos tratados. Soy una mujer feliz y canto las alabanzas de esta vida –¡sí, ha leído usted bien!–, en el año del Señor –todavía y siempre del Señor– de 1942, enésimo año de la guerra”. (20 de junio, 1942)
“Y quise añadir esto: creo haber llegado poco a poco a aquella simplicidad que siempre he deseado”. (21 de julio, 1942)
“En mi vida hay sitio para muchas cosas. ¡Tengo tanto sitio, Dios mío! Al atravesar hoy estos pasillos abarrotados, he sido presa de un impulso repentino: he sentido deseos de arrodillarme en el suelo en medio de toda esa gente. Es el único gesto de dignidad humana que nos queda en esta época terrible: arrodillarnos ante Dios”. (23 de julio, 1942)
(Texto publicado en TESTIMONIO, De la oración a la fe, n° 269, Mayo/junio 2015, Santiago, Chile)
Pedro Pablo Achondo ss.cc.
Reflexiones Itinerantes
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SS.CC. Chile
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