ROMA.- Detrás de la delicada cuestión de la comunión a los divorciados vueltos a casar, compleja sobre todo a nivel teológico-doctrinal, se esconde una verdadera lucha entre un ala conservadora y una progresista de la Iglesia.
La primera teme que con Francisco, que insiste en el concepto de misericordia, pueda cambiar la doctrina católica tradicional. La segunda aspira a un cambio de actitud pastoral, más inclusiva, ya sea agilizar los procesos de nulidad matrimonial o analizar caso por caso y, eventualmente, recorrer un camino penitencial y de reconciliación, propuesta realizada por el cardenal alemán y teólogo Walter Kasper.
Liderados por el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el teólogo y cardenal alemán, Gerhard Müller, los conservadores creen que con el sínodo de obispos del año pasado (primera parte de un proceso que culminará con el sínodo de octubre próximo) se abrió una peligrosa caja de Pandora. Por primera vez, de hecho, se pusieron sobre la mesa temas antes considerados tabú, como el de los divorciados vueltos a casar, entre otros.
Al igual que el año pasado, cuando en víspera de la asamblea de obispos protagonizaron una campaña con libros y publicaciones para frenar cualquier apertura, los conservadores se preparan ahora aun con más agallas par dar batalla. Entre las armas por desplegar se encuentra una petición llamada "Filial súplica a Su Santidad el papa Francisco sobre el futuro de la familia", que hasta ayer fue firmada por 425.764 fieles, entre ellos, laicos, cardenales, obispos y sacerdotes. El objetivo es enviarle un mensaje al Papa y pedirle "que reafirme categóricamente la enseñanza de la Iglesia de que los católicos divorciados y vueltos a casar civilmente no pueden recibir la sagrada comunión y que las uniones homosexuales son contrarias a la ley divina y a la ley natural", según puede leerse en el sitio web correspondiente, en todos los idiomas.
El mismo sitio destaca la "generalizada desorientación" provocada entre los fieles por el sínodo pasado "causada por la eventualidad de que en el seno de la Iglesia se haya abierto una brecha que permita la aceptación del adulterio, mediante la admisión a la Eucaristía de parejas divorciadas vueltas a casar civilmente".
Francisco, sin embargo, más de una vez recordó que él es el garante de la doctrina católica y que nadie ha puesto en discusión el carácter indisoluble del matrimonio. No obstante, insiste en que hay que ver esa nueva realidad de miles de familias con varios hijos formadas por cónyuges que tienen sobre sus espaldas matrimonios fracasados, integrándolos y acompañándolos.
En junio pasado, al día siguiente de difundirse el Instrumentum Laboris, la virtual hoja de ruta del debate que cerca de 300 obispos de todo el mundo tendrán en el sínodo de octubre próximo, significativamente, advirtió que no le gusta que los divorciados vueltos a casar sean llamados parejas "irregulares".
"No me gusta esta palabra", destacó, durante la audiencia general. Y, en línea con esa Iglesia vista como un hospital de campaña después de la batalla, que debe curar a los heridos de nuestro tiempo, reiteró que hay que preguntarse: "¿Cómo ayudarlos, cómo acompañarlos?".
Al hablar de las heridas internas de las familias, también reconoció que la separación de las parejas en algunos casos "es inevitable" y hasta "moralmente necesaria", sobre todo en casos de violencia doméstica.
"Hay casos en que la separación es inevitable, a veces incluso moralmente necesaria, para sustraer a los hijos de la violencia y la explotación, y hasta de la indiferencia y el extrañamiento", dijo, en una declaración que les puso los pelos de punta a los sectores más conservadores.
En su reciente viaje a América latina, finalmente, recordó que el sínodo de obispos pretende "encontrar soluciones concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos que la familia hoy debe afrontar".
De cara a este evento crucial, pidió intensificar las oraciones para que "Dios pueda transformar en milagro todo lo que nos parezca impuro, nos escandalice o espanta". Otra frase que puede ser leída como parte de esa subliminal y silenciosa batalla en curso entre dos sectores con visiones opuestas de Iglesia.
La Nación
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