Mt 4, 1-11
El fin de semana en la casa rural prometía ser intenso. El departamento de recursos humanos había organizado un curso sobre “Liderazgo y estilo empresarial”; asistían el director general y las personas más representativas de la empresa.
El objetivo era profundizar en todo aquello que debía convertir a cada asistente en una persona segura, agresiva y triunfadora. Y, sobre todo, entregada en cuerpo y alma a la empresa.
Eva sabía bien lo que podía significar este fin de semana en su vida. Cada vez que había asistido a un curso de este tipo había ascendido un poco más en el escalafón. El “estilo empresarial” se había hecho carne de su carne y estaba a punto de lograr el puesto de directora regional, con el consiguiente aumento de sueldo.
El sábado la formación fue tan intensa que acabó rendida. Salió a tomar el fresco. Tenía un rato de descanso antes de la cena.
El sol se ponía tras la montaña. Empezó a caminar, absorta, por un pequeño sendero que llevaba a la cumbre. No conocía la zona y se fue alejando más y más de la casa rural. Sentía que, de este modo, se alejaba también de las tentaciones que le acechaban allí.
El director general le había dicho:
- Esta noche nos vemos.
Eva sabía que, tras la cena y las copas, tendría que someterse a sus deseos. Cuando se ponía de rodillas ante él, tenía asegurados viajes y joyas. ¡Recibía tanto a cambio de satisfacer sus caprichos! Había algo en la mirada del director que le desagradaba profundamente, pero no tenía valor para enfrentarse a él ni negarse a sus deseos.
Absorta en sus pensamientos, se fue adentrando en una zona rocosa que se hacía cada vez más escarpada, hasta que se dio cuenta de que no podía retroceder por el mismo camino. Cayó la noche. En medio de la oscuridad, tanteando entre las piedras, dio un traspié y rodó varios metros por la ladera de la montaña, hasta acabar en un lugar que parecía un pequeño barranco.
Al ponerse en pie sintió un dolor tan fuerte que no podía caminar. Durante un buen rato gritó con todas sus fuerzas, pidiendo auxilio, pero sus gritos se perdieron en medio de un silencio sepulcral. No tenía ninguna posibilidad de volver a la casa rural.
Se acurrucó junto a un árbol, en postura fetal, temiendo que fuera la peor noche de su vida. Quizá la última.
Pero no fue así.
El hambre, la sed, la soledad y el miedo fueron dando paso a una experiencia sobrecogedora: el cielo, plagado de estrellas, era como un manto que le cubría. Y, en medio de la oscuridad, empezó a percibir su vida con una claridad inusitada.
Se descubrió esclava de algunas personas y de muchas cosas. Se dio cuenta de que la vanidad y la codicia le habían ido enredando y ahora estaba totalmente atrapada. Veía con claridad el alto precio que había ido pagando para conseguir la imagen que tenía.
El cielo estrellado era como una pantalla que le ayudaba a recordar escenas de su vida, desde su infancia. Recordó que había descuidado la relación con sus abuelos y con la gente del pueblo porque le parecían pobres e ignorantes; ahora se daba cuenta de cuanto les debía. Había dejado a un lado el voluntariado que llenó de sentido su adolescencia y juventud. Había renunciado a sus sueños sobre la familia, y solo vivía experiencias puntuales en las que estaba más presente el alcohol que el amor. Apenas había estado en contacto con la naturaleza porque lo consideraba una pérdida de tiempo. Había dejado a un lado a Dios, porque ella se bastaba para conducir su propia vida…
Se despertó con las primeras luces del alba y el canto de los pájaros. Se arrastró como pudo hacia un reguero cercano; con el cuenco de su mano fue llevándose a la boca el agua fresca y transparente. Recordó que así bebía cuando era pequeña, en el manantial que había en el prado de sus abuelos. Comió algunas frambuesas salvajes. Se sintió profundamente agradecida a la naturaleza, que le ofrecía estos pequeños placeres, gratuitos y al alcance de su mano.
De repente, oyó que un helicóptero sobrevolaba la zona y gritó con todas sus fuerzas, agitando con fuerza sus brazos. La vieron. Por megafonía le dijeron que estuviera tranquila, que un equipo se acercaría a rescatarla.
Se arrodilló. Oró. Dio gracias a Dios. No sólo porque le salvaban la vida, sino porque la noche en el barranco le había salvado de perder su dignidad y le había permitido recuperar los valores que había ido perdiendo.
De vuelta hacia la casa, con la pierna entablillada, le dijeron:
- Ha tenido usted mucha suerte. Hay fieras en esta zona y podía haber muerto esta noche.
- He pasado buena parte de la noche luchando contra las fieras que hay en mi interior, sobre todo contra la ambición y la cobardía, –respondió Eva con aplomo–. La lucha ha sido dura pero he vencido.
Los miembros del equipo de rescate se miraron y uno de ellos dijo en voz baja:
- Pobrecilla, después de una noche en este barranco, herida, es normal que diga tonterías.
El director general, al verla, le dijo al oído:
- Cuando te recuperes, nos vemos.
El encuentro con sus compañeros fue apoteósico. Tras agradecer las muestras de cariño, Eva les dirigió unas palabras.
- He logrado un buen puesto en esta empresa renunciando a muchos de mis principios. Mi sueldo ha ido creciendo en la misma medida en la que yo he dejado a un lado mis valores para hacerme a imagen y semejanza de lo que me pedían. Desde hace años he sucumbido a todas las tentaciones que se me presentaban, incluso he sucumbido a los deseos del director general.
Se detuvo unos momentos. Le dirigió una mirada que todos comprendieron. Él se puso rojo y miró hacia otro lado, incapaz de sostener la mirada de Eva. Ella prosiguió.
- Ayer vine a este lugar para aprender a ser una ejecutiva agresiva y adquirir herramientas para triunfar. He pasado la noche en el barranco, sobrecogida por la belleza de las estrellas y experimentando mi fragilidad. He visto con claridad que no quiero que el centro de mi vida sean ni este trabajo, ni los viajes ni las joyas. Me voy de la empresa. Os deseo que también cada uno de vosotros veáis vuestra vida “desde algún barranco” y Dios os ayude a recordar todo lo bueno que habéis perdido por el camino.
Se subió al helicóptero. En tierra quedaban un grupo de hombres y mujeres mirando hacia lo alto, impactados al ver cómo Eva había roto sus ataduras y volaba hacia otro horizonte.
Cuaresma es como el barranco en el que, tomando distancia de nuestra vida diaria, podemos ver con más claridad las tentaciones que nos enredan y esclavizan cada día.
Marifé Ramos González
Fe Adulta
Fe Adulta
No comments:
Post a Comment