Ernesto Cardenal en su casa de Managua, en 2015. DANIEL MORDZINSKI
El poeta nicaragüense y antiguo dirigente sandinista denuncia su situación política y considera que la muerte no es definitiva: "Creo en la resurrección"
Ernesto Cardenal (Granada, Nicaragua, 1925) recibe a EL PAÍS en su casa modestamente amueblada del barrio de Los Robles, en Managua, de cuyas paredes cuelgan obras del poeta y pinturas primitivistas, técnica desarrollada en la comunidad de artistas que impulsó en el archipiélago de Solentiname. Allí llegó en los años sesenta del siglo pasado para fundar una utopía que aún hoy sigue atrayendo el interés de periodistas, documentalistas, investigadores, escritores y lectores. El lugar, en concreto la propiedad de un hotel llamado Mancarrón, está en el centro de una disputa en la que ha intervenido la justicia nicaragüense, que lo condenó al pago de una multa de 753.000 euros por supuestos daños y perjuicios a favor de Nubia Arcia, esposa de Alejandro Guevara, uno de los miembros de esa comunidad, fallecido en los noventa. Ella reclama el hotel como una herencia.
Cardenal ha denunciado una persecución política en su contra por parte del presidente Daniel Ortega y lo que ha llamado la instauración de una nueva “dictadura” en Nicaragua. Tras la presión generada por esta manifestación de solidaridad, un juez de Managua declaró nula la orden judicial que obligaba a Cardenal, de 92 años, a pagar la multa.
“Me alegra que el mundo entero se esté enterando de que soy un perseguido político en Nicaragua. Perseguido por el Gobierno de Daniel Ortega y su mujer [Rosario Murillo], que son dueños de todo el país, hasta de la justicia, de la Policía, y del Ejército. No te puedo decir más, porque esta es una dictadura”, explica Cardenal.
En Solentiname, Nubia Arcia prefiere guardar silencio sobre este caso. Consultada al respecto, la mujer catalogó como un “teatro” la reacción de Cardenal tras conocer el fallo inicial en su contra. “Ernesto Cardenal hizo un teatro. No siento que yo tenga que aclarar algo. Tengo todo en los juzgados, por lo que prefiero no hablar del tema”, responde.
A pesar de que el fallo que obligaba al pago de una indemnización fue congelado, la demanda contra el poeta Cardenal sigue en los juzgados, a la espera de que otro juez la reviva. “Ellos [Ortega y Murillo] son dueños de todos los poderes de Nicaragua. Tienen un poder absoluto, infinito, que no tiene límites, y ese poder está ahora en mi contra”, continúa Cardenal, que deja los comentarios políticos para hablar del tema que más le apasiona: la poesía y su acercamiento a la ciencia, que magistralmente trató en su obra cumbre: Cántico cósmico. “Siempre he tenido interés por las ciencias naturales, por libros sobre los océanos, sobre las mariposas, sobre las tribus primitivas”.
Pregunta. ¿Se define entonces como un innovador?
Respuesta. Sí. Creo que soy el único poeta, o al menos el único que yo conozco, que está haciendo poesía sobre la ciencia, poesía científica.
P. ¿Qué relación hay entre ciencia y religión? ¿Hay un punto de unión entre ambas?
R. Richard Feynman, un científico de física cuántica se pregunta, y leo: “A nadie inspira nuestra actual imagen del universo este valor de la ciencia, sigue sin ser cantado por los cantores. Uno está reducido a oír no una canción o un poema, sino una conferencia en la noche”. Yo soy una excepción, yo hago poemas sobre ciencia. Te leo lo que ha dicho el biólogo inglés (John Burdon Sanderson) Haldane: “La ciencia es más estimulante para la imaginación que los clásicos”. Y el físico Paul Davies ha dicho: “La ciencia es un camino hacia Dios más seguro que la religión”. Y yo así lo creo, porque las religiones dividen a los pueblos y la ciencia no. Otro científico ha dicho: “Demasiados poetas, y durante demasiado tiempo, han ignorado la mina de oro de la inspiración que ofrece la ciencia”. Estas son las razones por las que yo he hecho estos poemas con temas científicos. Y en cuanto a lo de Dios, estos también son poemas sobre la creación. Para mí es casi como una oración leer libros científicos. Veo en ellos lo que algunos han dicho que son huellas de la creación de Dios.
P. ¿En ese proceso de investigación, durante sus lecturas científicas, se le plantearon dudas sobre la religión, su fe?
R. No, porque simplemente mi fe cristiana me explica lo que la ciencia también dice en su lenguaje científico: la creación, que para mí es hecha por Dios. Creo que Dios también ha hecho la evolución de la creación.
P. ¿Tras esa inmersión científica y mística cómo se ubica a sus 92 años?
R. Tengo una visión distinta de la que antes se tenía, de que la tierra era el centro del universo, y de que todo giraba alrededor del planeta. Después se fue descubriendo que somos simplemente una galaxia y que son miles de planetas en la galaxia y de que son miles, millones, de galaxias las que hay en el universo. Creo que cada vez nos sentimos más pequeños ante esto, pero al mismo tiempo más grandes, porque nosotros, así tan pequeños como somos, comprendemos el universo, nos damos cuenta, somos la evolución consciente de sí misma. Somos también el centro del universo.
P. ¿Siente miedo a la muerte?
R. Sí. Cada vez estoy más cerca, pero al mismo tiempo pienso que la muerte no es definitiva; creo en la resurrección.
P. ¿Cómo afronta el erotismo?
R. Yo he sido muy erótico, muy enamorado del sexo, debo decir. Muy obsesionado incluso por el sexo en mi juventud y aun después de mi juventud. Mi poesía siempre había estado inspirada en el amor humano, hasta que descubrí el amor a Dios, la boda con Dios, ese erotismo también místico o religioso.
P. ¿Y el sexo entre dos hombres o dos mujeres?
R. También es amor.
P. Ha mencionado su obsesión por el sexo. ¿Cómo enfrentó el dilema de elegir entre el amor, el sexo, frente a la unión con Dios?
R.Hay una mística que dice que el sexo es parte de uno con Dios. Yo esto lo comencé a descubrir mucho tiempo después. Me doy cuenta de que si lo hubiera descubierto antes no hubiera entrado a la vida religiosa, no hubiera sido célibe, hubiera tenido una familia y entonces hubiera tenido menos contacto con Dios y menos compromiso político.
EL PAÍS
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