Basada en una novela homónima del autor japonés Shusaku Endō, la película es una sutil y profunda reflexión sobre temas fundamentales de la fe cristiana
En el año 1989, el cineasta Martin Scorsese leyó, en un tren de camino a Kyoto, la novela “Silencio”, del japonés Shusaku Endō. Decidió entonces llevarla al cine. La obra versa sobre Cristóvão Ferreira, una de las figuras más controvertidas en la historia de la misión jesuita de Japón. La película, recientemente estrenada, es una obra maestra que trata con competencia y brillantez temas esenciales de la vida humana: el drama de la vida y de la fe en Dios. Por Javier Monserrat.
Cristóvão Ferreira es una de las figuras más controvertidas en la historia de la misión jesuita de Japón. Su apostasía en 1633 causó gran impacto en la Europa católica. Ferreira había nacido en la villa portuguesa de Torres Vedras en 1580. Entró en la Compañía de Jesús en Coimbra, el 25 de diciembre de 1596. Hizo su noviciado en Campolido y sus primeros votos en Coimbra el 27 de diciembre de 1598.
El 4 de abril de 1600, embarca en Lisboa junto con otros 19 jesuitas destinados a China y Japón. A partir de ese momento, toda su vida y su misión la desarrollaría en Japón, un país que perseguía a los cristianos. A través de la fracasada misión de los religiosos jesuitas que en el siglo XVII intentaron evangelizar el Japón y de las tribulaciones de sus personajes, Shusaku Endō propone, en su novela Silencio, una sutil y profunda reflexión sobre temas fundamentales de la fe cristiana.
La idea de producir la adaptación al cine de esta novela llegó cuando en el año 1989 Martin Scorsese, en un tren de camino a Kyoto la leyó. Entonces le impactó tanto en su visión del mundo y la fe que decidió que algún día haría una película sobre el tema. El rodaje empezó el 30 de enero de 2015.
Silencio, es una gran película. Lo es desde un punto de vista estético: el paisaje brumoso, los encuadres, el ritmo… Pero, sobre todo, lo es porque trata con competencia y brillantez temas esenciales de la vida humana: el drama de la vida y de la fe en Dios. La calidad de la película no significa que llegue a ser popular ante el público. Difícilmente. Pero el ritmo de la acción y la seriedad del drama humano-religioso que plantea pueden ser intuidos por muchos y presenta un simbolismo universal. Por ello podría tener interés para sectores imprevistos. En todo caso SILENCIO es una película de calidad que quedará en Internet y en las videotecas: se verá durante años y pasará a ser, sin duda, un clásico del cine de temática religiosa.
La película de Martin Scorsese
Se ha estrenado en Estados Unidos el 23 de diciembre. En España se lanzó el 6 de enero. Silencio se presentó a finales de noviembre en Roma ante 400 jesuitas, en una proyección especial. Uno de los invitados fue el jesuita estadounidense James Martin, que asesoró a los actores antes del rodaje. Después de ver la película, Martin la calificó de “obra maestra, que muestra a la perfección las complejidades de la fe y el viaje espiritual de los hombres”. Según el jesuita “conectará con la gente, creyentes y no creyentes”.
Es uno de los estrenos más esperados del año. El aclamado director de películas como Las últimas tentaciones de Cristo (1988) o El lobo de Wall Street (2013) vuelve con esta obra que puede considerarse una de las más personales de su carrera.
La película está basada en la novela homónima escrita por Shūsaku Endō y ambientada en la segunda mitad del siglo XVII. Narra las aventuras de dos jesuitas que son enviados a Japón al llegar a Roma noticias de que el P. Cristóvão Ferreira (Liam Neeson, en el film), misionero portugués, tras ser torturado, ha renegado de su fe. Los dos jóvenes jesuitas –P. Sebastiao Rodrigues (Andrew Gardfield) y Francisco Garupe (Adam Driver)– sufrirán en sus propias carnes la persecución y los suplicios a los que se vieron sometidos numerosos cristianos de Japón en aquella época.
El film se sitúa en un contexto histórico real: “sakoku” o “nación cerrada”. Una época de la historia del país que se caracterizó por el cierre del país a cualquier influencia. Este periodo duró desde mediados del siglo XVI hasta mediados del siglo XIX. Tres siglos en los que las relaciones comerciales con el exterior fueron mínimas y en los que la persecución contra los cristianos fue absoluta.
La novela “Silencio” de Shusaku Endo
Silencio es una novela publicada en 1966 por el escritor japonés Shūsaku Endō (1923-1996). La novela fue reconocida ese mismo año con el premio Tanizaki, uno de los más prestigiosos galardones literarios japoneses. Es el trabajo más conocido de su autor, y suele citarse como su obra maestra.
Shūsaku Endō es uno de los grandes escritores japoneses del siglo XX, con la particularidad de ser cristiano católico, religión en la que fue bautizado a los once años por deseo de su madre, en un país en el que la población cristiana no llega al 1%. Fue presidente del Pen Club japonés y su nombre sonó en numerosas ocasiones como candidato a recibir el premio Nobel de Literatura. La religión es un tema presente en varias de sus obras.
Silencio es una novela histórica, cuyo personaje central está basado en la figura histórica de Cristóvão Ferreira, un misionero portugués de principios del siglo XVII que llegó a ser vice-provincial en el Japón durante la época de las persecuciones contra los cristianos y que, tras sufrir terribles torturas, se convirtió públicamente en un apóstata, adoptando el nombre de Sawano Chuan.
La novela sigue los pasos de Sebastiao Rodrigues, un joven jesuita portugués lleno de ideales que, en 1640, viaja de Macao a Japón junto a otros dos compañeros, con la misión de ayudar a los cristianos japoneses perseguidos y descubrir la verdad tras los rumores de apostasía de su famoso mentor Ferreira. El «silencio» al que alude el título es el silencio de Dios ante el martirio de las víctimas, que tan incompresible resulta al padre Rodrigues.
El caso del P. Ferreira
Cristóvão Ferreira es una de las figuras más controvertidas en la historia de la misión jesuita de Japón. Su apostasía en 1633 causó gran impacto en la Europa católica. Ferreira había nacido en la villa portuguesa de Torres Vedras en 1580. Entró en la Compañía de Jesús en Coimbra, el 25 de diciembre de 1596. Hizo su noviciado en Campolido y sus primeros votos en Coimbra el 27 de diciembre de 1598. El 4 de abril de 1600, embarca en Lisboa junto con otros 19 jesuitas destinados a China y Japón. A partir de ese momento, toda su vida y su misión la desarrollaría en Japón, un país que perseguía a los cristianos.
A través de la fracasada misión de los religiosos jesuitas que en el siglo XVII intentaron evangelizar el Japón y de las tribulaciones de sus personajes, Endō propone una sutil y profunda reflexión sobre temas fundamentales de la fe cristiana.
La publicación de este libro causó una gran conmoción en Japón, donde nunca hasta entonces se había tratado de modo tan la brutal la persecución sufrida por los cristianos desde finales del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII. La obra inspiró con anterioridad otra adaptación cinematográfica: Os Olhos da Ásia (1996) del director portugués João Mário Grilo.
Ferreira continuaría sus estudios (Teología y Filosofía y estudios humanísticos) en Macao (China). En 1608 fue ordenado sacerdote y celebró su primera misa el día de Navidad de ese año. El 16 de mayo de 1609 deja Macao y embarca hacia Japón. Llega a Nagasaki el 29 de junio. Es destinado al seminario de Arima para continuar sus estudios de lengua japonesa. En el verano de 1612 se interrumpen dichos estudios cuando el daimio local, Arima Harunobo, se convierte en perseguidor de cristianos. El seminario y los misioneros tienen que trasladarse a Nagasaki. Ese mismo año Cristóvão Ferreira es destinado a Tokyo.
El 27 de diciembre de 1614 se promulga un edicto para censar a miembros de distintas religiones. Y el 12 de febrero de 1615 se promulga una orden para que todos los sacerdotes, hermanos y catequistas acudan a Kyoto. Se decidió que algunos sacerdotes no se presentaran y permanecieran ocultos en el país. El provincial jesuita decidió que Ferreira fuera uno de los que permaneciera en Kyoto, junto a Bento Fernández, y a varios hermanos jesuitas y catequistas. Los demás misioneros iniciaron su exilio el 8 ó 9 de noviembre de 1615.
Ferreira fue nombrado superior del distrito Kami, encargado de los cristianos de Miyako y Fushimi. Las persecuciones continuaban. Pronunció sus últimos votos en Nagasaki el 1 de octubre de 1617. Y comienza a actuar como secretario del provincial Mattheus de Couros SJ. Durante este tiempo, y debido a la enfermedad del provincial, el P. Ferreira tuvo que viajar mucho por la provincia y mantener constante contacto con los demás misioneros jesuitas que permanecían en Japón.
En el verano de 1621 el P. General de Roma nombra provincial a Francisco Pacheco SJ y Ferreira es relevado de su puesto de secretario-socio siendo destinado al centro de Japón en 1621, a Osaka donde residió durante 4 años. En 1625, el provincial Pacheco es apresado y quemado el 20 de junio en Nagasaki. Couros de nuevo asume el cargo de provincial y vuelve a llamar a Ferreira, quien reportaría a Roma numerosos y detallados casos de martirios de cristianos durante los siguientes años.
El 12 de julio de 1632 el provincial Couros muere oculto en la villa de Hasami. El jesuita mayor de la provincia, Sebastiao Vieira, asume su administración esperando el nombramiento de un nuevo provincial desde Roma. Pero es arrestado en el verano siguiente y Ferreira se convierte de facto, aunque no oficialmente, en vice-provincial, y asimismo en vicario general de la diócesis de Japón (ya que el provincial de los jesuitas había asumido hacía un tiempo ese cargo). Finalmente Roma le nombra vice-provincial el 23 de diciembre de 1632, aunque nunca llegaría a recibir el nombramiento.
En ese momento los martirios y persecuciones están en su punto álgido. Se había creado un nuevo martirio, llamado “la fosa”. La lista de religiosos y cristianos muertos bajo este tormento es larga.
El 18 de octubre de 1633 Ferreira es arrestado junto a un grupo de sacerdotes y religiosos, entre ellos otros jesuitas y dominicos. Después de cinco horas sufriendo la fosa, cede y apostata. Tenía en ese momento 53 años de edad y 37 como jesuita.
Las autoridades japonesas le trasladaron a Nagasaki y le obligaron a vivir en una casa con la viuda japonesa de un mercante chino. Adoptó el nombre de Sawano Xhuan. Vivía al modo japonés y recibía del gobernador un estipendio anual para vivir.
Como las pocas noticias que llegaban de Japón eran heroicos relatos de martirio de cristianos (muchos de ellos escritos por el propio Ferreira), su apostasía causó un gran impacto en el mundo católico europeo. Las autoridades japonesas lo emplearon de traductor de documentos españoles y portugueses. Y varios documentos lo sitúan como testigo en otras apostasías de cristianos. Su nombre llegó a aparecer en la historia de la medicina japonesa.
El 27 de junio de 1643 arribó un grupo de jesuitas, donde estaba Giussepe Chiara (el P. Sebastiao Rodrigues en la novela y película), a la isla de Oshiva con la intención de entablar comunicación con Ferreira. E inmediatamente fueron arrestados.
Aunque no existe documento ni fecha oficial, se ha admitido la versión que narra que al final de sus días, con unos 70 años, Cristóvão Ferreira, en 1650, tras haber abjurado su apostasía es martirizado en la fosa donde muere. Según otras fuentes, Giussepe Chiara también abjuró su apostasía y acabó sus días en una inhumana celda de castigo.
Argumento y teología
El argumento. El argumento de la película responde a la novela de Shusaku Endo. A su vez, la novela está construida en parte sobre hechos históricos relativos a las figuras de Cristóvao Ferreira y de Guisesepe Chiara. En la novela y película el P. Ferreira sale con su propio nombre, pero Chiara se convierte en Sebastiao Rodrigues.
Hay suficientes datos históricos que apoyan el admitir que Ferreira abdicó de la fe cristiana y quedó absorbido por la sociedad japonesa, a la que prestó variados servicios, incluyendo la medicina. Una de sus funciones era intervenir en la apostasía de otros cristianos. Parece ser que este fue el caso en la abdicación de Chiara (Sebastiao Rodrigues). Existen también indicios de que tanto Ferreira como Chiara, ambos integrados en la sociedad japonesa tras su abjuración, volvieron a manifestar su fe cristiana. Fueron entonces apresados, torturados y llegaron a perder la vida, siendo martirizados. Pero, en todo caso, no existe certeza total sobre lo que realmente aconteció.
Obviamente, la novela de Endo y la película de Scorsese, partiendo de estos hechos, ofrecen una interpretación libre de lo que en realidad aconteció. A partir de una construcción imaginativa, novelada, de la historia se construye el argumento de la novela/película.
El argumento parte, pues, de las noticias que llegan a Portugal sobre la abdicación de Ferreira. Esto crea desconcierto, ya que, para la mentalidad de la época, era un grave escándalo que se renegase de la fe cristiana. Esta debía estar preparada para el martirio, y mucho más en cristianos sacerdotes, de probada virtud durante años y años. ¿Qué había pasado con el P. Ferreira? ¿Se le podía ayudar? Dos jesuitas deciden afrontar el peligro de ir a Japón para intentar averiguar qué ha pasado con Ferreira, y, en su caso, ayudarlo. Son, en la película, Sebastiao Rodriguez y Francisco Garupe. Llegan a las costas de Japón y son acogidos por aldeas de cristianos ocultos que los amparan. Pero, al final, se separan y son apresados.
Tras diversas vicisitudes, Garupe muere heroicamente. Rodrigues atraviesa un largo acoso psicológico, en el que interviene Ferreira, y torturas, hasta que al final, ante él, se tortura a diez cristianos que van a morir lentamente, a no ser que Rodrigues abjure de su fe. Duda, hasta que cede, decide abjurar y salvar a los cristianos.
Pero queda entonces envuelto, como pasó ya con Ferreira en la sociedad japonesa, recibiendo, como antes Ferreira, una mujer como esposa. El argumento acaba siguiendo con brevedad los últimos años de vida de Rodrígues, incluyendo su contacto con unos mercaderes holandeses. La película concluye con su muerte. El supuesto histórico (del que parece haber indicios) de que tanto Ferreira como Garupe hubieran vuelto al cristianismo y hubieran sido entonces martirizados, no es contemplado por el argumento.
La teología de Enzo/Scorsese. Esta dramática historia permite a Enzo/Scorsese construir una reflexión teológica de fondo, que aparece al hilo del mundo interior de Rodrigues, verdadero protagonista del filme.
En relación a Ferreira no hay una incursión en su mundo interior. Sólo se presenta su figura objetivamente, dando por supuesto que abjuró del cristianismo, que estaba integrado en la sociedad japonesa y que intervino en la abjuración de Rodrigues. Lo que interesa al filme es el drama interior de Rodrigues. El drama interior de Ferreira, si existe, se ignora.
La teología de la historia fílmica son las ideas, experiencias, angustias, dudas del mundo interior de Rodrigues, metido hasta el fondo en acontecimientos dramáticos en que la capacidad de sufrir, el equilibrio psicológico y la fidelidad a las propias convicciones del ser humano, quedan sometidas a una prueba extrema. En realidad, los sufrimientos y torturas a que se ve sometido Rodrigues son casi inimaginables. Desde un punto de vista fílmico, la crudeza de las imágenes y el espectáculo de crueldad son realmente muy fuertes.
Ahora bien, ¿cuál es entonces la “teología” que discurre por el mundo interior de Rodrigues? En primer lugar, debemos constatar que Rodrigues, todos los jesuitas que aparecen en la historia (los Superiores en Europa, Ferreira, Garupe y Rodrigues), así como los cristianos creyentes de Japón, viven subjetivamente en un estado de certeza incuestionable de la verdad de Dios.
Esta certeza tenía una base en la filosofía y teología teocéntrica de la época, más presente en los jesuitas que en los creyentes japoneses, sin apenas formación teológica. Pero en ambos, jesuitas y creyentes, existe la persuasión de la fe – de la experiencia mística de Dios – que produce una seguridad emocional cuasi absoluta, incontrovertible. Por ello, tiene sentido que Rodrigues y Garupe emprendan su arriesgada aventura (casi un suicidio) confiados en que el Dios (del que no dudan y en el que confían) deberá ayudarlos.
Sin embargo, frente a esta expectativa de amparo divino, el calvario que atraviesan Rodrigues y Garupe, desde su arribada al Japón, es indescriptible. Garupe, hasta su muerte, parece mantenerse entero (por otra parte, su mundo interior no es seguido en la película). Sin embargo, la película muestra que este desamparo hace mella en Rodrigues. La constatación de que, ante tanto sufrimiento y solicitud de ayuda, de parte de Rodrigues y de los cristianos ocultos, Dios parece ausente, en silencio, se convierte en un hecho desconcertante para Rodrigues.
Esta experiencia de silencio divino ante el drama del creyente es lo que sentido al título del filme: SILENCIO. Frente a este silencio, el sistema de sentido religioso construido por Rodrigues lo lleva a la resignación y a aceptar sin rechistar que Dios esté en silencio. Pero hay un momento de la película que muestra que el sin-sentido de este silencio divino no es fácil de aceptar y lo está llevando al extremo de la angustia y de la duda. Es cuando exclama atormentado: … durante años he estado rezando a la Nada! Sin embargo, Rodrigues se sobrepone y sigue adelante superando las contrariedades, apoyado en su fe cristiana. Pero todo llega al final en el momento extremo en que entiende, manipulado psicológicamente por Ferreira, que, si no apostata, diez cristianos van a morir, tras un tormento terrible. Es entonces cuando, angustiado y entre dudas, apostata objetivamente, d forma externa y social.
A partir de este momento, Rodrigues se desmorona interiormente. Se derrumba el mundo que le había dado sentido. Queda, por decirlo así, atrapado en la sociedad japonesa que quiere asimilarlo y usarlo para sus fines. Recibe también a una esposa que acabará siendo una gran mujer. La película describe, pues, la vida de Rodrigues hasta su muerte.
Da la impresión de que discurre como un autómata, obligado por las circunstancias que lo atrapan y por su mala conciencia de creerse lejos de Dios, irremediablemente culpable.
Sin embargo, la película sigue todavía, hasta el final, el mundo interior de Rodrigues. El filme va dándonos una serie de pistas para entender que el Dios cristiano, a pesar del complejo de culpa por la apostasía, sigue presente en su interior. En un momento oye una voz, la voz de Dios, que le dice: … pensabas que no estaba ahí por mi silencio, pero Yo estaba ahí siempre presente por detrás de mi silencio.
Cuando muere es enterrado en un féretro (curioso féretro de estilo japonés) y su mujer deja deslizar entre sus manos cadavéricas una pequeña y rudimentaria cruz de madera que le pertenecía. Su mujer había entendido el drama cristiano interior de su conciencia, lo había respetado, y quiere que su mundo cristiano lo acompañe hasta el final. Por eso decía que su esposa se muestra como una gran mujer.
La película, como decía, no sigue el mundo interior de Ferreira. Sólo describe sus acciones en esa sociedad japonesa, en la que había quedado atrapado, por un proceso previo de apostasía, similar al posterior de Rodrigues.
Quizá (esto es una suposición que queda abierta como posible por la historia narrada en el filme) su mundo interior pudiera estar atravesando un proceso criptocristiano similar al de Rodrigues. Ya hemos dicho que informaciones de la época afirmaban que tanto Ferreira como Rodrigues volvieron al cristianismo y murieron martirizados. Nunca lo sabremos con certeza. Pero el argumento de la película no lo contempla.
El argumento. El argumento de la película responde a la novela de Shusaku Endo. A su vez, la novela está construida en parte sobre hechos históricos relativos a las figuras de Cristóvao Ferreira y de Guisesepe Chiara. En la novela y película el P. Ferreira sale con su propio nombre, pero Chiara se convierte en Sebastiao Rodrigues.
Hay suficientes datos históricos que apoyan el admitir que Ferreira abdicó de la fe cristiana y quedó absorbido por la sociedad japonesa, a la que prestó variados servicios, incluyendo la medicina. Una de sus funciones era intervenir en la apostasía de otros cristianos. Parece ser que este fue el caso en la abdicación de Chiara (Sebastiao Rodrigues). Existen también indicios de que tanto Ferreira como Chiara, ambos integrados en la sociedad japonesa tras su abjuración, volvieron a manifestar su fe cristiana. Fueron entonces apresados, torturados y llegaron a perder la vida, siendo martirizados. Pero, en todo caso, no existe certeza total sobre lo que realmente aconteció.
Obviamente, la novela de Endo y la película de Scorsese, partiendo de estos hechos, ofrecen una interpretación libre de lo que en realidad aconteció. A partir de una construcción imaginativa, novelada, de la historia se construye el argumento de la novela/película.
El argumento parte, pues, de las noticias que llegan a Portugal sobre la abdicación de Ferreira. Esto crea desconcierto, ya que, para la mentalidad de la época, era un grave escándalo que se renegase de la fe cristiana. Esta debía estar preparada para el martirio, y mucho más en cristianos sacerdotes, de probada virtud durante años y años. ¿Qué había pasado con el P. Ferreira? ¿Se le podía ayudar? Dos jesuitas deciden afrontar el peligro de ir a Japón para intentar averiguar qué ha pasado con Ferreira, y, en su caso, ayudarlo. Son, en la película, Sebastiao Rodriguez y Francisco Garupe. Llegan a las costas de Japón y son acogidos por aldeas de cristianos ocultos que los amparan. Pero, al final, se separan y son apresados.
Tras diversas vicisitudes, Garupe muere heroicamente. Rodrigues atraviesa un largo acoso psicológico, en el que interviene Ferreira, y torturas, hasta que al final, ante él, se tortura a diez cristianos que van a morir lentamente, a no ser que Rodrigues abjure de su fe. Duda, hasta que cede, decide abjurar y salvar a los cristianos.
Pero queda entonces envuelto, como pasó ya con Ferreira en la sociedad japonesa, recibiendo, como antes Ferreira, una mujer como esposa. El argumento acaba siguiendo con brevedad los últimos años de vida de Rodrígues, incluyendo su contacto con unos mercaderes holandeses. La película concluye con su muerte. El supuesto histórico (del que parece haber indicios) de que tanto Ferreira como Garupe hubieran vuelto al cristianismo y hubieran sido entonces martirizados, no es contemplado por el argumento.
La teología de Enzo/Scorsese. Esta dramática historia permite a Enzo/Scorsese construir una reflexión teológica de fondo, que aparece al hilo del mundo interior de Rodrigues, verdadero protagonista del filme.
En relación a Ferreira no hay una incursión en su mundo interior. Sólo se presenta su figura objetivamente, dando por supuesto que abjuró del cristianismo, que estaba integrado en la sociedad japonesa y que intervino en la abjuración de Rodrigues. Lo que interesa al filme es el drama interior de Rodrigues. El drama interior de Ferreira, si existe, se ignora.
La teología de la historia fílmica son las ideas, experiencias, angustias, dudas del mundo interior de Rodrigues, metido hasta el fondo en acontecimientos dramáticos en que la capacidad de sufrir, el equilibrio psicológico y la fidelidad a las propias convicciones del ser humano, quedan sometidas a una prueba extrema. En realidad, los sufrimientos y torturas a que se ve sometido Rodrigues son casi inimaginables. Desde un punto de vista fílmico, la crudeza de las imágenes y el espectáculo de crueldad son realmente muy fuertes.
Ahora bien, ¿cuál es entonces la “teología” que discurre por el mundo interior de Rodrigues? En primer lugar, debemos constatar que Rodrigues, todos los jesuitas que aparecen en la historia (los Superiores en Europa, Ferreira, Garupe y Rodrigues), así como los cristianos creyentes de Japón, viven subjetivamente en un estado de certeza incuestionable de la verdad de Dios.
Esta certeza tenía una base en la filosofía y teología teocéntrica de la época, más presente en los jesuitas que en los creyentes japoneses, sin apenas formación teológica. Pero en ambos, jesuitas y creyentes, existe la persuasión de la fe – de la experiencia mística de Dios – que produce una seguridad emocional cuasi absoluta, incontrovertible. Por ello, tiene sentido que Rodrigues y Garupe emprendan su arriesgada aventura (casi un suicidio) confiados en que el Dios (del que no dudan y en el que confían) deberá ayudarlos.
Sin embargo, frente a esta expectativa de amparo divino, el calvario que atraviesan Rodrigues y Garupe, desde su arribada al Japón, es indescriptible. Garupe, hasta su muerte, parece mantenerse entero (por otra parte, su mundo interior no es seguido en la película). Sin embargo, la película muestra que este desamparo hace mella en Rodrigues. La constatación de que, ante tanto sufrimiento y solicitud de ayuda, de parte de Rodrigues y de los cristianos ocultos, Dios parece ausente, en silencio, se convierte en un hecho desconcertante para Rodrigues.
Esta experiencia de silencio divino ante el drama del creyente es lo que sentido al título del filme: SILENCIO. Frente a este silencio, el sistema de sentido religioso construido por Rodrigues lo lleva a la resignación y a aceptar sin rechistar que Dios esté en silencio. Pero hay un momento de la película que muestra que el sin-sentido de este silencio divino no es fácil de aceptar y lo está llevando al extremo de la angustia y de la duda. Es cuando exclama atormentado: … durante años he estado rezando a la Nada! Sin embargo, Rodrigues se sobrepone y sigue adelante superando las contrariedades, apoyado en su fe cristiana. Pero todo llega al final en el momento extremo en que entiende, manipulado psicológicamente por Ferreira, que, si no apostata, diez cristianos van a morir, tras un tormento terrible. Es entonces cuando, angustiado y entre dudas, apostata objetivamente, d forma externa y social.
A partir de este momento, Rodrigues se desmorona interiormente. Se derrumba el mundo que le había dado sentido. Queda, por decirlo así, atrapado en la sociedad japonesa que quiere asimilarlo y usarlo para sus fines. Recibe también a una esposa que acabará siendo una gran mujer. La película describe, pues, la vida de Rodrigues hasta su muerte.
Da la impresión de que discurre como un autómata, obligado por las circunstancias que lo atrapan y por su mala conciencia de creerse lejos de Dios, irremediablemente culpable.
Sin embargo, la película sigue todavía, hasta el final, el mundo interior de Rodrigues. El filme va dándonos una serie de pistas para entender que el Dios cristiano, a pesar del complejo de culpa por la apostasía, sigue presente en su interior. En un momento oye una voz, la voz de Dios, que le dice: … pensabas que no estaba ahí por mi silencio, pero Yo estaba ahí siempre presente por detrás de mi silencio.
Cuando muere es enterrado en un féretro (curioso féretro de estilo japonés) y su mujer deja deslizar entre sus manos cadavéricas una pequeña y rudimentaria cruz de madera que le pertenecía. Su mujer había entendido el drama cristiano interior de su conciencia, lo había respetado, y quiere que su mundo cristiano lo acompañe hasta el final. Por eso decía que su esposa se muestra como una gran mujer.
La película, como decía, no sigue el mundo interior de Ferreira. Sólo describe sus acciones en esa sociedad japonesa, en la que había quedado atrapado, por un proceso previo de apostasía, similar al posterior de Rodrigues.
Quizá (esto es una suposición que queda abierta como posible por la historia narrada en el filme) su mundo interior pudiera estar atravesando un proceso criptocristiano similar al de Rodrigues. Ya hemos dicho que informaciones de la época afirmaban que tanto Ferreira como Rodrigues volvieron al cristianismo y murieron martirizados. Nunca lo sabremos con certeza. Pero el argumento de la película no lo contempla.
Nuestra interpretación de "Silencio"
Silencio es, a nuestro entender, una gran película. Lo es desde un punto de vista estético: el paisaje brumoso, los encuadres, el ritmo… Pero, sobre todo, lo es porque trata con competencia y brillantez temas esenciales de la vida humana: el drama de la vida y de la fe en Dios. La calidad de la película no significa que llegue a ser popular ante el público. Difícilmente.
Pero el ritmo de la acción y la seriedad del drama humano-religioso que plantea pueden ser intuidos por muchos. Podría tener interés para sectores imprevistos. En todo caso SILENCIO es una película de calidad que quedará en Internet y en las videotecas: se verá durante años y pasará a ser un clásico del cine de temática religiosa. Creo que caben aquí algunas sugerencias interpretativas, expuestas obviamente como opinión personal.
El “silencio” de Silencio y el “silencio” de nuestro tiempo. La temática de fondo de la película es, por tanto, el silencio de Dios. Sin embargo, es un silencio referido al sufrimiento humano; en este caso la perversidad humana que inflige terribles torturas para doblegar la voluntad. Por lo demás, los creyentes creen que Dios les es manifiesto y no dudan en absoluto de su existencia.
Es lo propio de la creencia en el siglo en que se sitúa la acción del filme. En el mundo moderno, no obstante, el silencio de Dios tiene una doble vertiente (no sólo la del sufrimiento): por una parte, el silencio de Dios en la naturaleza, puesto que, aunque haya indicios que hablan de la existencia de Dios, la ciencia, la filosofía y la cultura moderna han abierto la posibilidad de que Dios no existiera, ya que sería posible construir una hipótesis explicativa sin Dios; por otra parte, el silencio de Dios ante el sufrimiento humano, que es el que se muestra en el drama de la historia que narra la película y que, además, es vivido también por todo ser humano en el mundo moderno.
En este sentido, entender la película Silencio supone situarla correctamente en su época teocéntrica y distinguirla de la forma más radical y amplia con que hoy se presenta el silencio de Dios en la cultura moderna. Pero lo que la obra de Scorsese dice es correcto porque el silencio de Dios ante el sufrimiento se lo plantea todo hombre y conduce, a pesar del teocentrismo, a la angustia ante la existencia de un Dios que no se entiende. La angustia ante el silencio de Dios ante el drama de la historia y del sufrimiento de los individuos, sigue siendo hoy actual como en el siglo XVII.
La experiencia universal de sufrimiento: el simbolismo de "Silencio". Por esto mismo puede decirse que Silencio, aun siendo la historia concreta de Rodrigues y de las angustias de su mundo interior, tiene un simbolismo que refleja algo que pasa en el mundo interior de todos los hombres. Todos los hombres, en el fondo en su conciencia, se preguntan qué sentido tiene que un Dios bueno haya creado un mundo como el nuestro.
Un mundo donde se despliega el Mal de la naturaleza ciega que produce terremotos, enfermedades, y desgracias incontables. Un mundo que, además, produce todos aquellos males y sufrimientos producidos por la perversidad humana, en la historia civil y en la historia religiosa. Es la pregunta de si tiene sentido creer en un Dios que permanece en silencio ante el drama de la historia en su conjunto y ante el sufrimiento de todo ser humano concreto. Rodrigues contempla sus sufrimientos extremos y constata la ausencia de Dios: por ello, en él nace una duda, una sensación de absurdo, que le hace exclamar, como antes decía, que …ha estado durante años rezándole a la Nada.
Todo ser humano, quizá no con la fuerza de Rodrigues, tiene en su vida la experiencia del drama de la historia y de sus sufrimientos personales que abocan terminalmente a la muerte. Por ello, la historia de Rodrigues, aunque extrema, es símbolo de lo que, en alguna manera, acontece en todo hombre.
En este sentido es una historia inteligible porque todo hombre puede llegar a intuir que las angustias que abruman a Rodrigues son las mismas angustias, en pequeño, que él mismo ha pasado, está pasando o deberá pasar en años por venir. Por ello es un filme purificador, como lo era la tragedia griega, porque nos induce a entender qué significa vivir y a asumir en profundidad lo que la vida dramáticamente significa.
La esencia de la religiosidad humana. La película presenta la desmoralización que se produce por el silencio de Dios, o inoperancia divina, ante el drama de la historia y el sufrimiento personal de los individuos. Pero no solo. En conjunto, y a pesar del silencio divino, la película presenta también un escenario diversificado de las experiencias de fe cristiana y religiosidad profunda.
En primer lugar, la religiosidad heróica de Rodrigues y Garupe que afrontan el peligrosísimo viaje clandestino a Japón apoyados en su fe. Sin duda que su vida anterior estuvo ya colmada de sufrimientos; pero el viaje a Japón supondrá el sufrimiento extremo. Pero, a pesar de ello, a pesar de que solicitan el amparo divino y reciben por respuesta el silencio de Dios, no desmayan en su religiosidad. Garupe muere entregado a la creencia de forma plena.
Rodrigues, aunque se ve asaltado por la duda, como hemos visto, sin embargo, sigue en la creencia religiosa cristiana heróica hasta el final. Solo cede cuando se le pone ante los diez cristianos terriblemente torturados, a los que puede salvar si apostata. Incluso tras la abjuración del cristianismo sigue, en su mundo interior, manteniendo una apertura dramática, con complejo de culpabilidad, al Dios del cristianismo, representado en la cruz de madera que su esposa pone entre sus manos cadavéricas, una vez en el féretro.
Pero, además, los cristianos ocultos de las aldeas japonesas muestran también una profunda fe, incontrovertible, a pesar de la persecución cruel a que son sometidos y de los frecuentes martirios. Su fe no se debilita por su experiencia dramática del silencio divino, mantenida a lo largo de los años.
Hemos dicho que toda posible religiosidad humana es asumida por hombres que tienen una experiencia similar de sufrimiento y de silencio de Dios. Por ello, igualmente, como los cristianos ocultos de Japón, al creer en Dios y confiar, en alguna manera, en su poder salvador, lo hacen siempre a pesar de su lejanía y de su silencio. Esta es la esencia de la única religiosidad posible para el hombre abierto a la experiencia dramática del silencio divino ante el sufrimiento (y, además, en el hombre moderno, la experiencia del silencio divino ante el conocimiento).
La fe no exige el heroísmo objetivo, es una actitud interior ante Dios. Debemos tener en cuenta que la película, por su época histórica y el tipo de teología del tiempo, marcadamente teocéntrica, muestra para los cristianos una exigencia moral extrema. El testimonio de la fe debe llevarse al extremo de poner en peligro la propia vida. Es lo que sienten Garupe y Rodrigues. No parecen admitir para sí mismos la menor excusa para la apostasía. No obstante, debe afirmarse que la fe en el Dios cristiano es la actitud interior de aceptarlo, a pesar del drama de la vida.
En otras palabras, una apostasía social, debida a una presión externa extrema, no es en realidad apostasía, si el individuo sigue interiormente abierto a Dios. No sería, en el fondo, apostasía, sino una estrategia social de supervivencia. Dios la comprendería pues, aunque la fe cristiana mueve al testimonio de la propia creencia, no hay una exigencia de cumplir este testimonio en grado extremo y heróico. En este sentido, ni Ferreira ni Rodrigues serían apóstatas reales. Pero la película muestra el sentido de culpabilidad extremo, sin excusas, que ambos jesuitas, dejan caer sobre su conciencia.
"Silencio" como imagen de la religiosidad interior de nuestro tiempo. La película tiene también algún otro contenido de extraordinario interés porque puede ser una imagen de lo que sucede en nuestro tiempo. Por ello aumenta su fuerza simbólica y su capacidad de representar lo que hoy pasa en el mundo interior de muchas personas.
En otras palabras, Ferreira y Rodrigues pueden representar – salvando las distancias históricas – el mundo interior de una parte importante de los hombres, ante todo en la sociedad occidental. ¿Qué es lo que pasa con Ferreira y Rodrigues? Su situación personal es descrita por la película mediante tres hechos. Primero, se describe una sociedad envolvente que ejerce una presión fortísima y cruel para conseguir que abandonen sus creencias.
Segundo, presentan el hecho de su final claudicación, dejándose arrastrar externa-objetivamente por la sociedad japonesa hasta aceptar sus reglas de juego sin rechistar. Tercero, claramente en el mundo interior de Rodrigues (y quizá por inferencia en el de Ferreira), se repliegan las fuertes creencias cristianas en Dios que siguen presentes sin manifestarse.
Esta estructura existencial trifásica muestra una extraordinaria similitud con lo que acontece en el mundo moderno. Primero, la sociedad moderna ha tejido una malla envolvente (distinta de la crueldad física de Japón, pero de una extremada finura en la presión psicológica y social) que ahoga el ejercicio de la religiosidad, tanto interior como social (en el mundo occidental la religión cristiana que ha perdido la capacidad de mostrar su fuerza significativa y armonía con la realidad).
Segundo, una parte importante de la sociedad claudica ante la presión social de la increencia, deja de hablar de Dios como algo “políticamente incorrecto” y se aceptan las reglas de juego de una sociedad sin Dios. No son héroes y no se sienten en condiciones personales de hacer frente a la fuerza organizada de la increencia.
Tercero, sin embargo, muchos de esos hombres, que han reducido a Dios al silencio, saben que en su mundo interior son absolutamente libres y pueden dar salida a los profundos sentimientos que verdaderamente tienen; es en ese mundo donde anidan todavía las experiencias religiosas y la relación con el Misterio último de Dios.
Silencio es, a nuestro entender, una gran película. Lo es desde un punto de vista estético: el paisaje brumoso, los encuadres, el ritmo… Pero, sobre todo, lo es porque trata con competencia y brillantez temas esenciales de la vida humana: el drama de la vida y de la fe en Dios. La calidad de la película no significa que llegue a ser popular ante el público. Difícilmente.
Pero el ritmo de la acción y la seriedad del drama humano-religioso que plantea pueden ser intuidos por muchos. Podría tener interés para sectores imprevistos. En todo caso SILENCIO es una película de calidad que quedará en Internet y en las videotecas: se verá durante años y pasará a ser un clásico del cine de temática religiosa. Creo que caben aquí algunas sugerencias interpretativas, expuestas obviamente como opinión personal.
El “silencio” de Silencio y el “silencio” de nuestro tiempo. La temática de fondo de la película es, por tanto, el silencio de Dios. Sin embargo, es un silencio referido al sufrimiento humano; en este caso la perversidad humana que inflige terribles torturas para doblegar la voluntad. Por lo demás, los creyentes creen que Dios les es manifiesto y no dudan en absoluto de su existencia.
Es lo propio de la creencia en el siglo en que se sitúa la acción del filme. En el mundo moderno, no obstante, el silencio de Dios tiene una doble vertiente (no sólo la del sufrimiento): por una parte, el silencio de Dios en la naturaleza, puesto que, aunque haya indicios que hablan de la existencia de Dios, la ciencia, la filosofía y la cultura moderna han abierto la posibilidad de que Dios no existiera, ya que sería posible construir una hipótesis explicativa sin Dios; por otra parte, el silencio de Dios ante el sufrimiento humano, que es el que se muestra en el drama de la historia que narra la película y que, además, es vivido también por todo ser humano en el mundo moderno.
En este sentido, entender la película Silencio supone situarla correctamente en su época teocéntrica y distinguirla de la forma más radical y amplia con que hoy se presenta el silencio de Dios en la cultura moderna. Pero lo que la obra de Scorsese dice es correcto porque el silencio de Dios ante el sufrimiento se lo plantea todo hombre y conduce, a pesar del teocentrismo, a la angustia ante la existencia de un Dios que no se entiende. La angustia ante el silencio de Dios ante el drama de la historia y del sufrimiento de los individuos, sigue siendo hoy actual como en el siglo XVII.
La experiencia universal de sufrimiento: el simbolismo de "Silencio". Por esto mismo puede decirse que Silencio, aun siendo la historia concreta de Rodrigues y de las angustias de su mundo interior, tiene un simbolismo que refleja algo que pasa en el mundo interior de todos los hombres. Todos los hombres, en el fondo en su conciencia, se preguntan qué sentido tiene que un Dios bueno haya creado un mundo como el nuestro.
Un mundo donde se despliega el Mal de la naturaleza ciega que produce terremotos, enfermedades, y desgracias incontables. Un mundo que, además, produce todos aquellos males y sufrimientos producidos por la perversidad humana, en la historia civil y en la historia religiosa. Es la pregunta de si tiene sentido creer en un Dios que permanece en silencio ante el drama de la historia en su conjunto y ante el sufrimiento de todo ser humano concreto. Rodrigues contempla sus sufrimientos extremos y constata la ausencia de Dios: por ello, en él nace una duda, una sensación de absurdo, que le hace exclamar, como antes decía, que …ha estado durante años rezándole a la Nada.
Todo ser humano, quizá no con la fuerza de Rodrigues, tiene en su vida la experiencia del drama de la historia y de sus sufrimientos personales que abocan terminalmente a la muerte. Por ello, la historia de Rodrigues, aunque extrema, es símbolo de lo que, en alguna manera, acontece en todo hombre.
En este sentido es una historia inteligible porque todo hombre puede llegar a intuir que las angustias que abruman a Rodrigues son las mismas angustias, en pequeño, que él mismo ha pasado, está pasando o deberá pasar en años por venir. Por ello es un filme purificador, como lo era la tragedia griega, porque nos induce a entender qué significa vivir y a asumir en profundidad lo que la vida dramáticamente significa.
La esencia de la religiosidad humana. La película presenta la desmoralización que se produce por el silencio de Dios, o inoperancia divina, ante el drama de la historia y el sufrimiento personal de los individuos. Pero no solo. En conjunto, y a pesar del silencio divino, la película presenta también un escenario diversificado de las experiencias de fe cristiana y religiosidad profunda.
En primer lugar, la religiosidad heróica de Rodrigues y Garupe que afrontan el peligrosísimo viaje clandestino a Japón apoyados en su fe. Sin duda que su vida anterior estuvo ya colmada de sufrimientos; pero el viaje a Japón supondrá el sufrimiento extremo. Pero, a pesar de ello, a pesar de que solicitan el amparo divino y reciben por respuesta el silencio de Dios, no desmayan en su religiosidad. Garupe muere entregado a la creencia de forma plena.
Rodrigues, aunque se ve asaltado por la duda, como hemos visto, sin embargo, sigue en la creencia religiosa cristiana heróica hasta el final. Solo cede cuando se le pone ante los diez cristianos terriblemente torturados, a los que puede salvar si apostata. Incluso tras la abjuración del cristianismo sigue, en su mundo interior, manteniendo una apertura dramática, con complejo de culpabilidad, al Dios del cristianismo, representado en la cruz de madera que su esposa pone entre sus manos cadavéricas, una vez en el féretro.
Pero, además, los cristianos ocultos de las aldeas japonesas muestran también una profunda fe, incontrovertible, a pesar de la persecución cruel a que son sometidos y de los frecuentes martirios. Su fe no se debilita por su experiencia dramática del silencio divino, mantenida a lo largo de los años.
Hemos dicho que toda posible religiosidad humana es asumida por hombres que tienen una experiencia similar de sufrimiento y de silencio de Dios. Por ello, igualmente, como los cristianos ocultos de Japón, al creer en Dios y confiar, en alguna manera, en su poder salvador, lo hacen siempre a pesar de su lejanía y de su silencio. Esta es la esencia de la única religiosidad posible para el hombre abierto a la experiencia dramática del silencio divino ante el sufrimiento (y, además, en el hombre moderno, la experiencia del silencio divino ante el conocimiento).
La fe no exige el heroísmo objetivo, es una actitud interior ante Dios. Debemos tener en cuenta que la película, por su época histórica y el tipo de teología del tiempo, marcadamente teocéntrica, muestra para los cristianos una exigencia moral extrema. El testimonio de la fe debe llevarse al extremo de poner en peligro la propia vida. Es lo que sienten Garupe y Rodrigues. No parecen admitir para sí mismos la menor excusa para la apostasía. No obstante, debe afirmarse que la fe en el Dios cristiano es la actitud interior de aceptarlo, a pesar del drama de la vida.
En otras palabras, una apostasía social, debida a una presión externa extrema, no es en realidad apostasía, si el individuo sigue interiormente abierto a Dios. No sería, en el fondo, apostasía, sino una estrategia social de supervivencia. Dios la comprendería pues, aunque la fe cristiana mueve al testimonio de la propia creencia, no hay una exigencia de cumplir este testimonio en grado extremo y heróico. En este sentido, ni Ferreira ni Rodrigues serían apóstatas reales. Pero la película muestra el sentido de culpabilidad extremo, sin excusas, que ambos jesuitas, dejan caer sobre su conciencia.
"Silencio" como imagen de la religiosidad interior de nuestro tiempo. La película tiene también algún otro contenido de extraordinario interés porque puede ser una imagen de lo que sucede en nuestro tiempo. Por ello aumenta su fuerza simbólica y su capacidad de representar lo que hoy pasa en el mundo interior de muchas personas.
En otras palabras, Ferreira y Rodrigues pueden representar – salvando las distancias históricas – el mundo interior de una parte importante de los hombres, ante todo en la sociedad occidental. ¿Qué es lo que pasa con Ferreira y Rodrigues? Su situación personal es descrita por la película mediante tres hechos. Primero, se describe una sociedad envolvente que ejerce una presión fortísima y cruel para conseguir que abandonen sus creencias.
Segundo, presentan el hecho de su final claudicación, dejándose arrastrar externa-objetivamente por la sociedad japonesa hasta aceptar sus reglas de juego sin rechistar. Tercero, claramente en el mundo interior de Rodrigues (y quizá por inferencia en el de Ferreira), se repliegan las fuertes creencias cristianas en Dios que siguen presentes sin manifestarse.
Esta estructura existencial trifásica muestra una extraordinaria similitud con lo que acontece en el mundo moderno. Primero, la sociedad moderna ha tejido una malla envolvente (distinta de la crueldad física de Japón, pero de una extremada finura en la presión psicológica y social) que ahoga el ejercicio de la religiosidad, tanto interior como social (en el mundo occidental la religión cristiana que ha perdido la capacidad de mostrar su fuerza significativa y armonía con la realidad).
Segundo, una parte importante de la sociedad claudica ante la presión social de la increencia, deja de hablar de Dios como algo “políticamente incorrecto” y se aceptan las reglas de juego de una sociedad sin Dios. No son héroes y no se sienten en condiciones personales de hacer frente a la fuerza organizada de la increencia.
Tercero, sin embargo, muchos de esos hombres, que han reducido a Dios al silencio, saben que en su mundo interior son absolutamente libres y pueden dar salida a los profundos sentimientos que verdaderamente tienen; es en ese mundo donde anidan todavía las experiencias religiosas y la relación con el Misterio último de Dios.
Shūsaku Endō (1923–1996). Fuente: Wikipedia.
Historia de la presencia de los jesuitas en Japón
El cristianismo llegó a Japón de la mano del jesuita San Francisco Javier en 1549. En pocas décadas se convirtió en una Iglesia floreciente para pasar poco después a ser una iglesia perseguida durante 250 años. El 15 de agosto de 1549 tres jesuitas españoles, San Francisco Javier, Cosme de Torres y Juan Fernández llegaron a Kagoshima (Japón). Con ellos se introdujo el cristianismo a este país asiático. A finales de octubre de 1550 Javier y Juan Fernández salieron rumbo a pedir al emperador, licencia para predicar por todo el país, permiso que lograrían en 1551.
Las conversiones fueron abundantes en esos primeros dos años que Francisco Javier permaneció en Japón, antes de partir hacia su ansiada China, a cuyas puertas moriría.
La actividad misionera se continuó bajo la dedicación de varios jesuitas como Cosme de Torres que entre 1551 y 1570, plenamente adaptado al ambiente y las costumbres japonesas, multiplicó los éxitos iniciales de Javier. Se abrieron diversas obras y entraron en la Compañía de Jesús los primeros nativos. La difusión de la fe fue rápida. De esta manera quedó establecida la Iglesia Católica y empezó a crecer con iglesias, colegios y hospitales en Kyoto, Osaka, Yamaguchi y en la región de Kyushu. La fe se extendió entre la nobleza feudal y los samurai y en el pueblo en general.
Sabemos por el P. Cabral SJ que en 1576 se habían bautizado más de 50.000 personas desde la llegada de los jesuitas a Japón. En ese momento, entre extranjeros y nativos, los religiosos de la Compañía de Jesús eran 75. En 1579 llegó a Japón el visitador de las Indias Orientales de la Compañía, el P. Alessandro Valignano SJ y presentó un programa para la formación sacerdotal de los japoneses creando los seminarios menor y mayor. En enero de 1582 la Compañía de Jesús elevó la misión de Japón (que incluía a Macao) a viceprovincia.
Pero toda esta floreciente labor se tornó cuando el 25 de julio de 1587 el gobernador Hideyoshi decretó el exilio de los jesuitas, forzándolos a recluirse en las islas de Hirado hasta la partida dela nave portuguesa para Macao. Las iglesias fueron cerradas y poco después destruidas, pero no se llegó a ejecutar el exilio. Comenzaba un tiempo de persecución que cerraría las puertas de Japón al cristianismo durante siglos, y que convertiría a la iglesia japonesa en una iglesia clandestina, perseguida y plagada de mártires.
En 1590 la Compañía contaba en Japón con 140 jesuitas entre japoneses y extranjeros, que estaban ilegalmente en suelo japonés. Tras largas controversias con los jesuitas en oriente y ante la Santa Sede, los franciscanos y un dominico se establecieron en Japón en los primeros años del mandato del Vice-provincial jesuita Pedro Gómez (1590-1600).
Aunque el dictador Hideyoshi había permitido de palabra que los misioneros residieran en Japón, en 1597 ordenó que un grupo de 6 franciscanos, 3 jesuitas y 17 seglares murieran alanceados en la cruz en Nagasaki (5 de febrero de 1597) y sus cuerpos fueron dejados en las cruces durante nueve meses. Entre ellos el jesuita Pablo Miki y el franciscano Pedro Bautista. Se les conoce como los 26 mártires de Nagasaki y fueron canonizados por el Papa Pío IX en 1862. En Japón su fiesta se celebra el 5 de febrero. Hideyoshi confirmó en marzo de 1597 por escrito la orden de exilio de 1587. Sin embargo, desde enero de 1598, debido a la enfermedad del dictador, los misioneros pudieron recorrer sin trabas varias zonas del país.
A partir de 1600 y con una situación política crítica se empezaron a ejecutar a varios cristianos de relieve. La situación fue a peor con el establecimiento de la administración de Tokugawa en Edo (actualmente Tokio) en 1603, cuando la persecución a los cristianos se hizo mucho más severa. En aquel tiempo los católicos de Japón eran unos 400.000 y en los comienzos del periodo fueron martirizados varias decenas de miles.
Mientras tanto, los jesuitas constituyeron la provincia de Japón en 1611 con Valentim Carvalho como su primer provincial. En 1612 se provoca la persecución sangrienta en Edo (Tokyo) y Suruga, causando numerosos mártires. En 1614 el edicto definitivo de expulsión de los misioneros y del aniquilamiento del cristianismo lo firmó Tokugawa Hidetada en Edo (shogun desde 1605). Censados los cristianos, las autoridades dejaron pasar un mes ante de forzarlos a la apostasía. Los martirios de seglares fueron numerosos.
Desde el decreto de Hidetada hasta la muerte del último jesuita en 1644 dieron su vida por la fe 93 religiosos de la Compañía de Jesús, a los que hay que añadir cuatro envenenados en Hirado en 1590 y tres crucificados por Hideyoshi en 1597. De ellos tres han sido canonizados, 37 beatificados y los demás tienen introducida la causa de beatificación. Después de 1644 quedaron en Japón sólo 4 jesuitas, autoexcluidos de la orden por su apostasía en el tormento: el viceprovincial Cristóvão Ferreira, el Provincial Pedro Marques senior, Giuseppe Chiara (P. Sebastiao Rodrigues en la película) y el hermano japonés Andrés Vieira.
Según algunas fuentes, Chiara y Ferreira recusaron después su apostasía: Ferreira murió por defender la fe en un segundo martirio y Chiara acabó sus días en una inhumana celda de castigo.
De 1644 a 1773 (año en que se suprime temporalmente la Compañía de Jesús) se desarrolló la provincia de Japón en el exilio en Macao y Filipinas. Desde allí sus misioneros mantuvieron contacto con Japón por medio de comerciantes, la mayoría chinos y algunos coreanos, que lograron frecuentes noticias sobre las percusiones a los cristianos.
Aunque a mediados del siglo XIX se abrieron los puertos a los extranjeros y regresaron los misioneros a Japón donde se encontraron todavía con algunos “católicos ocultos”, la Compañía tardaría en regresar. No sería hasta septiembre de 1906 cuando la Congregación General XXV de la Compañía de Jesús recibió un postulado de Pío X para restaurar la antigua misión jesuita en Japón, y en especial, para fundar una institución de estudios superiores. El 18 de octubre de 1908 llegaron de nuevo a Japón tres jesuitas, procedían de EE.UU., Alemania y China.
Se obtuvo el permiso y se fundó la universidad Sophia (1913). En 1923 la Santa Sede encomendó a la Compañía el recién erigido vicariato apostólico de Hiroshima.
Los cristianos ocultos de Japón
Durante 250 años del periodo Edo, 50.000 “católicos ocultos” de Nagasaki y Goyo en el norte de Kyshu, mantuvieron la fe ocultamente y la sostuvieron de generación a generación. Los padres bautizaban a sus hijos y los educaban en la fe, enseñándoles la doctrina cristiana y las oraciones en latín (que con los años de tradición oral se transformó en un latín corrupto), sin sacerdotes que les administraran los sacramentos, y con una transmisión oral de la Biblia.
Cuando Japón abrió de nuevo sus puertos al mundo llegaron en 1863 los primeros misioneros, que eran sacerdotes de las Misiones Extranjeras de París. Dos años después habían construido en Nagasaki la Catedral de Ouro, donde empezaron a celebrar el culto católico.
Un día entraron en aquella iglesia un grupo de japoneses de aspecto campesino. Un sacerdote les saludó y les preguntó de dónde venían. Ellos le dijeron que querían saber si él había sido envido por el Papa de Roma. El misionero les aseguro que sí. También le preguntaron si podía presentarles a su esposa a lo que el misionero les respondió que era sacerdote católico y que ellos no se casaban. Siguieron hablando y finalmente preguntaron al misionero si veneraba a la Virgen María.
Los llevó al altar en el que se encontraba una imagen de la Virgen con el niño, y delante de ellos los japoneses le dijeron: “Nosotros tenemos la misma fe que usted y venimos de los montes en donde hemos permanecido durante generaciones guardando la fe recibida de nuestros antepasados. Ellos nos dejaron estas tres señales (el Papa, la Virgen y el celibato) para descubrir si los misioneros que vinieran eran católicos o no”. Desde entonces, esa imagen de Nuestra Señora, que se conserva en la Catedral de Oura, se llama La Virgen del Descubrimiento.
Aquellos japoneses volvieron a los suyos y les comunicaron la buena nueva. La mayoría volvieron a la Iglesia Católica. Sólo hubo un pequeño grupo de los cristianos ocultos que no quisieron reconocer al misionero que había llegado a Japón y permanecieron escondidos. Todavía permanecen algunos en las pequeñas islas del sur de Japón y se les conoce con el nombre de “Kakure Crshtan” (cristianos ocultos), pero van desapareciendo poco a poco.
Recientemente el Papa Francisco ha reconocido la identidad cristiana de los “Kakure Chrshtan” de los que ha dicho que son cristianos y probados en su fe en tiempos de persecución. La pervivencia de la fe durante estos 250 años es un milagro de la fidelidad a la Fe de la Iglesia japonesa.
Artículo elaborado por Javier Monserrat, Universidad Autónoma de Madrid, Cátedra Ciencia, Tecnología, Religión, Universidad Comillas.
El cristianismo llegó a Japón de la mano del jesuita San Francisco Javier en 1549. En pocas décadas se convirtió en una Iglesia floreciente para pasar poco después a ser una iglesia perseguida durante 250 años. El 15 de agosto de 1549 tres jesuitas españoles, San Francisco Javier, Cosme de Torres y Juan Fernández llegaron a Kagoshima (Japón). Con ellos se introdujo el cristianismo a este país asiático. A finales de octubre de 1550 Javier y Juan Fernández salieron rumbo a pedir al emperador, licencia para predicar por todo el país, permiso que lograrían en 1551.
Las conversiones fueron abundantes en esos primeros dos años que Francisco Javier permaneció en Japón, antes de partir hacia su ansiada China, a cuyas puertas moriría.
La actividad misionera se continuó bajo la dedicación de varios jesuitas como Cosme de Torres que entre 1551 y 1570, plenamente adaptado al ambiente y las costumbres japonesas, multiplicó los éxitos iniciales de Javier. Se abrieron diversas obras y entraron en la Compañía de Jesús los primeros nativos. La difusión de la fe fue rápida. De esta manera quedó establecida la Iglesia Católica y empezó a crecer con iglesias, colegios y hospitales en Kyoto, Osaka, Yamaguchi y en la región de Kyushu. La fe se extendió entre la nobleza feudal y los samurai y en el pueblo en general.
Sabemos por el P. Cabral SJ que en 1576 se habían bautizado más de 50.000 personas desde la llegada de los jesuitas a Japón. En ese momento, entre extranjeros y nativos, los religiosos de la Compañía de Jesús eran 75. En 1579 llegó a Japón el visitador de las Indias Orientales de la Compañía, el P. Alessandro Valignano SJ y presentó un programa para la formación sacerdotal de los japoneses creando los seminarios menor y mayor. En enero de 1582 la Compañía de Jesús elevó la misión de Japón (que incluía a Macao) a viceprovincia.
Pero toda esta floreciente labor se tornó cuando el 25 de julio de 1587 el gobernador Hideyoshi decretó el exilio de los jesuitas, forzándolos a recluirse en las islas de Hirado hasta la partida dela nave portuguesa para Macao. Las iglesias fueron cerradas y poco después destruidas, pero no se llegó a ejecutar el exilio. Comenzaba un tiempo de persecución que cerraría las puertas de Japón al cristianismo durante siglos, y que convertiría a la iglesia japonesa en una iglesia clandestina, perseguida y plagada de mártires.
En 1590 la Compañía contaba en Japón con 140 jesuitas entre japoneses y extranjeros, que estaban ilegalmente en suelo japonés. Tras largas controversias con los jesuitas en oriente y ante la Santa Sede, los franciscanos y un dominico se establecieron en Japón en los primeros años del mandato del Vice-provincial jesuita Pedro Gómez (1590-1600).
Aunque el dictador Hideyoshi había permitido de palabra que los misioneros residieran en Japón, en 1597 ordenó que un grupo de 6 franciscanos, 3 jesuitas y 17 seglares murieran alanceados en la cruz en Nagasaki (5 de febrero de 1597) y sus cuerpos fueron dejados en las cruces durante nueve meses. Entre ellos el jesuita Pablo Miki y el franciscano Pedro Bautista. Se les conoce como los 26 mártires de Nagasaki y fueron canonizados por el Papa Pío IX en 1862. En Japón su fiesta se celebra el 5 de febrero. Hideyoshi confirmó en marzo de 1597 por escrito la orden de exilio de 1587. Sin embargo, desde enero de 1598, debido a la enfermedad del dictador, los misioneros pudieron recorrer sin trabas varias zonas del país.
A partir de 1600 y con una situación política crítica se empezaron a ejecutar a varios cristianos de relieve. La situación fue a peor con el establecimiento de la administración de Tokugawa en Edo (actualmente Tokio) en 1603, cuando la persecución a los cristianos se hizo mucho más severa. En aquel tiempo los católicos de Japón eran unos 400.000 y en los comienzos del periodo fueron martirizados varias decenas de miles.
Mientras tanto, los jesuitas constituyeron la provincia de Japón en 1611 con Valentim Carvalho como su primer provincial. En 1612 se provoca la persecución sangrienta en Edo (Tokyo) y Suruga, causando numerosos mártires. En 1614 el edicto definitivo de expulsión de los misioneros y del aniquilamiento del cristianismo lo firmó Tokugawa Hidetada en Edo (shogun desde 1605). Censados los cristianos, las autoridades dejaron pasar un mes ante de forzarlos a la apostasía. Los martirios de seglares fueron numerosos.
Desde el decreto de Hidetada hasta la muerte del último jesuita en 1644 dieron su vida por la fe 93 religiosos de la Compañía de Jesús, a los que hay que añadir cuatro envenenados en Hirado en 1590 y tres crucificados por Hideyoshi en 1597. De ellos tres han sido canonizados, 37 beatificados y los demás tienen introducida la causa de beatificación. Después de 1644 quedaron en Japón sólo 4 jesuitas, autoexcluidos de la orden por su apostasía en el tormento: el viceprovincial Cristóvão Ferreira, el Provincial Pedro Marques senior, Giuseppe Chiara (P. Sebastiao Rodrigues en la película) y el hermano japonés Andrés Vieira.
Según algunas fuentes, Chiara y Ferreira recusaron después su apostasía: Ferreira murió por defender la fe en un segundo martirio y Chiara acabó sus días en una inhumana celda de castigo.
De 1644 a 1773 (año en que se suprime temporalmente la Compañía de Jesús) se desarrolló la provincia de Japón en el exilio en Macao y Filipinas. Desde allí sus misioneros mantuvieron contacto con Japón por medio de comerciantes, la mayoría chinos y algunos coreanos, que lograron frecuentes noticias sobre las percusiones a los cristianos.
Aunque a mediados del siglo XIX se abrieron los puertos a los extranjeros y regresaron los misioneros a Japón donde se encontraron todavía con algunos “católicos ocultos”, la Compañía tardaría en regresar. No sería hasta septiembre de 1906 cuando la Congregación General XXV de la Compañía de Jesús recibió un postulado de Pío X para restaurar la antigua misión jesuita en Japón, y en especial, para fundar una institución de estudios superiores. El 18 de octubre de 1908 llegaron de nuevo a Japón tres jesuitas, procedían de EE.UU., Alemania y China.
Se obtuvo el permiso y se fundó la universidad Sophia (1913). En 1923 la Santa Sede encomendó a la Compañía el recién erigido vicariato apostólico de Hiroshima.
Los cristianos ocultos de Japón
Durante 250 años del periodo Edo, 50.000 “católicos ocultos” de Nagasaki y Goyo en el norte de Kyshu, mantuvieron la fe ocultamente y la sostuvieron de generación a generación. Los padres bautizaban a sus hijos y los educaban en la fe, enseñándoles la doctrina cristiana y las oraciones en latín (que con los años de tradición oral se transformó en un latín corrupto), sin sacerdotes que les administraran los sacramentos, y con una transmisión oral de la Biblia.
Cuando Japón abrió de nuevo sus puertos al mundo llegaron en 1863 los primeros misioneros, que eran sacerdotes de las Misiones Extranjeras de París. Dos años después habían construido en Nagasaki la Catedral de Ouro, donde empezaron a celebrar el culto católico.
Un día entraron en aquella iglesia un grupo de japoneses de aspecto campesino. Un sacerdote les saludó y les preguntó de dónde venían. Ellos le dijeron que querían saber si él había sido envido por el Papa de Roma. El misionero les aseguro que sí. También le preguntaron si podía presentarles a su esposa a lo que el misionero les respondió que era sacerdote católico y que ellos no se casaban. Siguieron hablando y finalmente preguntaron al misionero si veneraba a la Virgen María.
Los llevó al altar en el que se encontraba una imagen de la Virgen con el niño, y delante de ellos los japoneses le dijeron: “Nosotros tenemos la misma fe que usted y venimos de los montes en donde hemos permanecido durante generaciones guardando la fe recibida de nuestros antepasados. Ellos nos dejaron estas tres señales (el Papa, la Virgen y el celibato) para descubrir si los misioneros que vinieran eran católicos o no”. Desde entonces, esa imagen de Nuestra Señora, que se conserva en la Catedral de Oura, se llama La Virgen del Descubrimiento.
Aquellos japoneses volvieron a los suyos y les comunicaron la buena nueva. La mayoría volvieron a la Iglesia Católica. Sólo hubo un pequeño grupo de los cristianos ocultos que no quisieron reconocer al misionero que había llegado a Japón y permanecieron escondidos. Todavía permanecen algunos en las pequeñas islas del sur de Japón y se les conoce con el nombre de “Kakure Crshtan” (cristianos ocultos), pero van desapareciendo poco a poco.
Recientemente el Papa Francisco ha reconocido la identidad cristiana de los “Kakure Chrshtan” de los que ha dicho que son cristianos y probados en su fe en tiempos de persecución. La pervivencia de la fe durante estos 250 años es un milagro de la fidelidad a la Fe de la Iglesia japonesa.
Artículo elaborado por Javier Monserrat, Universidad Autónoma de Madrid, Cátedra Ciencia, Tecnología, Religión, Universidad Comillas.
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