Saturday, January 26, 2008

¡Me equivoqué de viejo!

Entré en el metro. Estaba lleno. Lleno de jóvenes. Yo tengo ya mi edad pero nadie se levantó a cederme el asiento. Sé que tengo derecho a hacerle levantar a quien se sienta en asientos reservados para viejos, como estaban varios jóvenes, pero no lo hice. Eran solo tres estaciones.

Detrás de mí entró un señor también de edad. Una joven que estaba sentada enfrente de mí y me había visto primero a mí se levantó al instante al verlo y le ofreció su sitio. Seguro que no me ganaba en años. Yo era mayor. Primero me pareció injusto que le cediera el sitio a él y no a mí que era mayor, e iba a sacar yo mi carné de identidad y enseñárselo a la chica para comparar edades, pero, al contrario, me consolé. Por lo visto yo no parecía tan viejo. Me vio a mí y no se levantó. Le vio al otro y se levantó. Hizo creerme que yo tenía buen tipo y que no había por qué levantarse por mí. Se lo agradecí en silencio más que si se hubiera levantado.

La muchacha salió en la misma estación que yo. Yo me puse a su lado y le dije: “Déjame felicitarte por haber dejado tu asiento a ese anciano. ¿Cuántos años crees tú que tendría?” Se sorprendió por mi pregunta, pero la tomó a bien, se rió, y dijo: “Por lo menos setenta.” “Yo tengo 82”, le dije. Me miró con asombro y los dos nos echamos a reír de buena gana. “¡Me equivoqué de viejo!” exclamó. Eso rejuvenece más que ir sentado en el metro.

De la página de Carlos G. Vallés sj

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