Wednesday, January 09, 2008

Un momento para la oración


Marcos 6:45-52
Inmediatamente Jesús ordenó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo fueran a esperar a Betsaida, a la otra orilla, mientras él despachaba a la gente. Jesús despidió, pues, a la gente, y luego se fué al cerro a orar.

Al anochecer, la barca estaba en medio del lago y Jesús se había quedado solo en la tierra. Jesús vió que discípulos estaban agotados de tanto remar, pues el viento les era contrario; antes de que terminara la noche fué hacia ellos caminando sobre el mar, como si quisiera pasar de largo.
Al verlo caminar sobre el mar, creyeron que era un fantasma y su pusieron a gritar, pues todos estaban asustados al verlo así. Pero Jesús les habló: "Animo, no teman, que soy yo." Y subió a la barca con ellos. De inmediato se calmó el viento, con lo cual quedaron muy asombrados. Pues no habían entendido lo que había pasado con los panes; tenían la mente cerrada.
¿Qué me estás diciendo, Señor?
Reflexiones sobre la lectura de hoy

Cuando los Apóstoles gritaron, algo sucedió.
Parecía ser que con esos gritos pudieron sacudirse del miedo y terror, y permitir que Jesús supiera como se sentían.
La mayoría de los signos y milagros de Jesús suceden cuando alguien o un grupo de personas lo piden de corazón.
No es un mago, un fácil repartidor de regalos.
Jesús interactúa con nosotros en la fe.
Cuando realmente le pedimos algo, algo siempre sucede.
¿Qué deseamos realmente pedirle en nuestras oraciones?
¿Qué tormenta de nuestra vida necesita calmarse?
¿En nuestra vida o en la de otros?
Sabemos y creemos que ninguna oración deja de ser escuchada; pero que siempre sucede algo en nuestra vida, cuando hablamos con Jesús desde nuestro corazón.
De Espacio Sagrado

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