Wednesday, August 27, 2008

“Operación esperanza" de Cáritas en Kenia


Cuando las crisis desaparecen de las portadas de los periódicos o de las pantallas de televisión, organizaciones como Cáritas siguen trabajando a largo plazo para rehabilitar a las víctimas. Además de repartir víveres y reconstruir casas hay que ayudar a la gente a superar los traumas profundos causados por la violencia.


Este es el caso de Kenia, donde más de mil personas murieron durante la oleada de violencia que siguió a las elecciones del 27 de diciembre del año pasado. Hubo también 300.000 desplazados internos. Las protestas sobre los disputados resultados de los comicios presidenciales que enfrentó al presidente Mwai Kibaki y a su opositor Raila Odinga tuvieron un carácter político en la superficie, pero debajo había un problema de fondo de tensiones étnicas –sobre todo entre Kikuyus y Lúos- azuzadas por la pobreza y la marginación que sufre una gran parte de la población de este país de África del Este.


Cáritas respondió con ayuda de emergencia como reparto de alimentos, alojamiento temporal y ayuda médica a los afectados, y con acciones reivindicativas dentro y fuera de Kenia.


El primer llamamiento fue para atender a 30.000 personas en las provincias de Rift Valley, Nyanza y Western. En mayo, ya con las aguas más calmadas después del acuerdo alcanzado con mediación internacional en marzo entre ambos líderes políticos, Cáritas lanzó otra campaña para una rehabilitación más a largo plazo para beneficiar a 25.000 personas directamente – y a otras 150.000 indirectamente- para su reasentamiento.


Una de estas iniciativas, puesta en marcha por la Cáritas local en el arrabal de Kibera es la “Operación Esperanza”, un programa de terapia para víctimas que han sufrido trauma a causa de la violencia. Los míseros “slums” de Nairobi, donde 3 millones de personas viven hacinadas en apenas el 5% de la superficie de la capital, fueron algunos de los escenarios de los peores episodios de matanzas y ataques incendiarios.


La coordinadora de “Operación Esperanza”, Rosemary Wanjala, de 32 años, explica: “En nuestra cultura la gente no expresa sus emociones o llora, quizás porque no quiere que los niños lo vean, pero cuando empezamos este proyecto nos dimos cuenta de que la gente necesitaba hablar y compartir lo que llevaban dentro”.


La “Operación Esperanza” se ha centrado mucho en los jóvenes, que han sido los que han sido más manipulados por algunos líderes políticos para perpetrar ataques a grupos rivales. Como afirma Wanjala “cuando les organizamos en grupos con camisetas con mensajes de paz la gente se identificó con ellos”.


Una de las personas que dirigen estas terapias de “counseling”, Susan Buyukah, está convencida de que en épocas de crisis “una vez que el estómago está satisfecho puedes entrar en la mente de las personas. Cuando las víctimas de la violencia empezaron a contar sus historias y a llorar yo les animé para que lo hicieran, porque es una buena manera de dar salida a las emociones. Podías ver en las caras de muchos de ellos que estaban deprimidos, viviendo en ninguna parte. Cuando pasan por esta terapia pueden hacer opciones personales que les ayuda a rehacer sus vidas”.


“Encontré a un hombre que había sido herido de bala –continúa Susan- Le pregunté qué haría si se encontrara con el policía que le había disparado y me respondió que le mataría. Le seguí el hilo y le pregunté que cómo lo haría. ¿Tal vez a pedradas? El hombre tenía una gran ira dentro de él porque estaba sufriendo mucho y al final como no sabía cómo matar vio otra opción delante de él y acabó diciendo que le perdonaría”.


Lillian Sirena, madre de dos hijos, es una de las personas que acudió a estas sesiones de counseling. “Cuando llegamos al centro de Cáritas esperábamos que nos iban a repartir comida gratis, pero nos dieron consuelo y nos escucharon”.


“Soy madre soltera y dependo de mi trabajo para vivir. Tenía una pequeña tienda en la que vendía ropa de segunda mano y tuve que presenciar cómo la quemaban. No me lo pude creer. Me quedé sin nada. Tengo amigos a los que mataron. Nunca olvidaré lo que vi aquellos días. Si no hubiera tenido un sitio donde me escucharon no sé qué habría sido de mí. Tenía tantos pensamientos negativos que me di cuenta que me estaba haciendo daño a mí misma y a mis hijos. Después de ir al centro de counseling me resulta más fácil rehacer mi vida. Aún tengo sentimientos de amargura, pero la salida a todo esto es el amor y la paz”.


Religión Digital

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