Tuesday, December 09, 2008

"Manteneos firmes", primeras palabras de Cañizares

Hermanos y hermanas, muy queridos en el Señor:

En la fiesta de Santa Leocadia, Patrona de Toledo y de la juventud de nuestra diócesis, me dirijo a vosotros para comunicaros la noticia, tan rumoreada, pero sólo hasta hoy real, de que, en su magnánima y grande benignidad, el Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, me ha nombrado Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos. Una vez más, el Señor me confía grandezas que superan mi capacidad. Me confío a Él e imploro su gracia que me basta.


No pretendo otra cosa en la vida que hacer la voluntad de Dios. Que Él me conceda nunca desviarme de ella. He aceptado esta misión que se me encomienda con plena obediencia, fidelidad, comunión y el gozo de hacer lo que me piden. Cuando se sirve y se cumple lo que la Madre Iglesia nos pide, sólo cabe el gozo y la alegría. Pero sabéis que estos sentimientos no eliminan, sino que avivan, mi gran dolor por dejaros. Para mí es una kénosis, una expropiación, un negarme a mí mismo, que es, en verdad, donde está la alegría. Os ruego a todos que pidáis a Dios por mí.


Gracias a todos. Muchísimas gracias. A todos me gustaría agradecer y pedir perdón; por todos quiero orar; con todos anhelo dar gracias al Señor. Algunos, con toda seguridad, me van a pedir que haga balance de este tiempo de gracia que Dios me ha concedido estar con vosotros y siendo enteramente para vosotros en expropiación de mi persona. Hacer balance es hacer juicio. No sé hacerlo. Y es pronto para hacerlo. Lo dejo en las manos de Dios. Y ante Él lo único que puedo hacer es darle gracias, por su infinita misericordia, por todo lo bueno que Él es y por todo lo bueno que Él ha hecho a través de mi ministerio en favor de su Iglesia, que está en Toledo, en estos seis años.


Por mi parte son tan inmensos los motivos que tengo para darle gracias, que necesito de vosotros; no puedo hacerlo solo. Pero, además, no debo hacerlo sin vosotros –queridos Obispo Auxiliar, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos– que formáis la Iglesia que está en Toledo, tan sumamente querida por mí, quienes habéis estado a mi lado ayudándome, colaborando conmigo, haciendo posible que la gracia y la misericordia de Dios se hiciesen presentes. Por otra parte, ¿cómo no habré de asociaros a vosotros a este gozo mío del humilde y dichoso agradecimiento a Quien obra todo en todos? Mi gozo, el gozo del amor de Dios manifestado en Jesucristo, del que soy testigo, es también el vuestro.


No puede faltar mi agradecimiento más sincero y pleno a las muy dignas y apreciadas autoridades y a las instituciones de España, de la Comunidad de Castilla-La Mancha, de Toledo y de todos los pueblos y ciudades de nuestra Provincia. Siempre he tratado de actuar con respeto, lealtad, espíritu de colaboración en la consecución del bien común. Y siempre he encontrado por mi parte la misma actitud, incluso mejor, en todas las muy queridas autoridades que están junto a nosotros sirviendo a nuestros intereses. Gracias, muchas gracias.


Tampoco han faltado sombras en mi ministerio al servicio vuestro –tal vez ha habido más sombras y oscuridades de las que esperabais–. Por ello os ruego que me acompañéis en la súplica de perdón al que es rico en misericordia y Dios de toda consolación.


¿Por qué esta comunicación de mi traslado a Roma en este día, fiesta de Santa Leocadia, Patrona de la ciudad de Toledo y de la juventud diocesana? Sencillamente porque en ella ha brillado la gracia del Señor, porque ella se ha encontrado con Cristo y con su amor y vive en Él y por Él, de manera que nada ni nadie puede separarle de su amor. Porque ella no ha querido saber otra cosa que a Cristo, y ha vivido de la caridad y del amor que viene de Él para anunciarle en una vida de caridad, darle a conocer, hasta el punto que toda su persona es testimonio de este Evangelio del Amor de Dios y que es Dios, hasta lo supremo que es el martirio. Porque es nuestra Patrona, y ella, además, representa a Toledo, la grandeza de Toledo, que siempre llevaré en mis entrañas de amor y de afecto. Entre vosotros, con toda mi imperfección y pecado, no he querido otra cosa que vivir en Cristo, conocer a Cristo, proclamar a Cristo, amaros a todos, orar por todos –como hacía esta joven mártir– convocaros a todos a que améis y sigáis a Jesús. Para esto fui enviado a vosotros.


Y para eso ahora me envía la Iglesia, junto a Pedro, para dar a conocer a Cristo y ser testigo de su misericordia, que tan fuertemente se ha manifestado en mi vida; para ayudar al Santo Padre en su oficio tan principal de santificar al pueblo de Dios; para colaborar, con él, inseparablemente unido a él y en comunión inquebrantable con su persona, a que la humanidad entera ofrezca a Dios el verdadero culto en espíritu y verdad, en adoración verdadera, donde está la gloria y la grandeza, y el futuro de la humanidad. Soy testigo de la misericordia de Dios y de la maravilla de postrarse ante Dios en adoración. Y a cantar y proclamar esa misericordia y a adorar a Dios os invito, porque ahí está vuestra santificación. Mirad a Cristo y seguidle. No os canséis de conocerle ni de proclamarle, de adorarle en espíritu y en verdad. En Él tenemos todos el gozo, la alegría, la felicidad, la paz. En Él sólo, y nada más que en Él está la Vida, la salvación, la esperanza.


Cuando fui nombrado Arzobispo de Toledo por el Papa magno, el Siervo de Dios, Juan Pablo II –¡qué gran benevolencia tuvo conmigo!– os decía en mi carta de saludo: «No querré saber otra cosa entre vosotros que a Cristo y a éste crucificado. No tengo ninguna riqueza especial, más bien soy débil y pobre como podréis apreciar, pero tenga una riqueza que he recibido por pura gracia de Dios en su Iglesia, ésta es la que compartiré con vosotros y os entregaré: Jesucristo, salvador único, esperanza única para todas las gentes, Camino, Verdad y Vida, el único que tiene palabras de vida eterna, fundamento y piedra angular sobre la que únicamente se puede edificar con solidez el edificio de una humanidad y de una cultura nuevas... Tened la certeza de que no poseo ninguna otra palabra que Cristo: pero ésta, con la ayuda de la gracia divina, ni la podré olvidar, ni la querré silenciar, ni la dejaré morir». Creo que esto se ha cumplido, con la gracia de Dios. Ésta ha sido mi razón de ser entre vosotros y mi paga en medio vuestro. ¡Qué gran paga he recibido!


Emprendo, enriquecido, un nuevo ministerio en la Iglesia, porque vosotros, para quienes vuestra dicha y mejor herencia también es Cristo que lo encontráis y vivís en la Iglesia, me habéis ayudado y ofrecido el testimonio y el rostro de la verdad y riqueza real de nuestra fe que recibimos de la Iglesia, ¡Qué gran sentido de Iglesia tenéis! Seguid amando a la Iglesia, permaneced fieles y firmes en la comunión sin fisura e inquebrantable con ella, con el Papa y los Pastores que os sirvan al frente vuestro. La eclesialidad, la fidelidad a la Iglesia y al Papa, la comunión con la Iglesia es vuestra mayor riqueza, vuestro mejor patrimonio, ya desde el Tercer Concilio Toledano, y aún antes como atestigua la joven Santa Leocadia. Manteneos firmes, porque sólo en la Iglesia se encuentra a Cristo, el verdadero y único futuro para los hombres y la historia.


Pasado mañana, fiesta de Santa Maravillas de Jesús, iniciaré mi ministerio en la Congregación para el Culto divino, tres días después de la fiesta de la Inmaculada, y un día antes, de la festividad de la Virgen de Guadalupe. Como veis, marcho protegido y comienzo la nueva misión con muy buena compañía. Se abre para mí un verdadero Adviento de esperanza, un tiempo de caminar bajo el signo de la fe, como Abrahán, hacia la «tierra» que Dios me va a mostrar, puesta mi vida en sus manos, y como el centinela de la noche en vela para estar atento por donde Dios llega. No os dejo todavía. Durante un tiempo, hasta que tome posesión el nuevo Arzobispo, seguiré, alternando Roma y Toledo, sirviéndoos como vuestro indigno siervo y pastor que os quiere de verdad, y que ha recibido de sus hijos y amigos, todos vosotros, mucho más de lo que yo os haya podido dar.


Que Dios os ayude y os bendiga, que Santa Leocadia y san Ildefonso os acompañen, que la Santísima Virgen María, –Virgen del Sagrario, Virgen de la Caridad, Virgen del Prado, Virgen de la Muela, Virgen de la Consolación, Virgen de Guadalupe–, os proteja, y no olvidéis sus palabras en Cana de Galilea: «Haced lo que Él, mi Hijo, os diga».

Un abrazo a todos


Antonio Cañizares
Cardenal de Toledo
Nuevo Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos

RD

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