Sunday, February 22, 2009

¡Volvamos al Concilio! Al de Calcedonia del 451

Un libro acusa a la Iglesia de tener miedo del Vaticano II. Pero hay quien objeta que el peligro es otro más grave: el de ofuscar la doctrina sobre Cristo que está en los Concilios de los primeros siglos. Diálogo imaginario entre un teólogo y su alumno


por Sandro Magister



ROMA, 19 de febrero del 2009 – ¿Quién tiene miedo del Vaticano II? Con esta pregunta el teólogo Giuseppe Ruggieri y el historiador del cristianismo Alberto Melloni titulan un pequeño libro con varias voces, curado por ellos, publicado hace pocos días en Italia.


El libro no es una novedad. Es la reimpresión del fascículo 2 del 2007 de "Cristianesimo nella Storia", la revista del Instituto para las Ciencias Religiosas de Bolonia, o sea del cenáculo de estudiosos que – junto a colaboradores de diferentes países – ha publicado la "Historia del Concilio Vaticano II" más leída en el mundo, en cinco volúmenes completados el 2001 y editado en siete idiomas. Una "Historia" de orientación muy marcada, que interpreta el Concilio más como un "evento epocal" que por sus documentos, más en el "espíritu" que en la letra, más como "nuevo inicio" que en continuidad con la Iglesia en el tiempo precedente.


Aparte de Ruggieri y Melloni – el único que agrega un nuevo capítulo a las tesis ya conocidas – los otros autores del libro son el francés Christoph Theobald, el estadounidense Joseph A. Komonchak y el alemán Peter Hünermann.


En el prefacio, Ruggieri y Melloni niegan que el libro sea una apología de la "Historia" boloñesa del Concilio Vaticano II. Pero leyendo se concluye precisamente esto: que son ellos los heroicos centinelas de la justa interpretación del mismo Concilio; son ellos los que no tienen "miedo" y conservan la verdadera "novedad" del mismo; son ellos quienes hacen lo que ni siquiera Benedicto XVI puede hacer ya: demasiado cambiado respecto al joven Ratzinger que escribía los discursos explosivos leídos en Concilio por el cardenal Frings.


Para un análisis detallado de los ensayos contenidos en el volumen basta volver al servicio que le dedicó www.chiesa después de que salieron en la revista "Cristianesimo nella Storia":


> Confirmado: el Concilio fue un "giro epocal". La escuela de Bolonia incorpora en sus filas al Papa (11.12.2007)


Mientras que la interpretación del Concilio Vaticano II que hace el Papa Joseph Ratzinger es la que expuso en el memorable discurso a la curia romana del 22 de diciembre del 2005:
> "Despierta, hombre..."


* * *

El texto que sigue no es una reseña del libro "¿Quién tiene miedo del Vaticano II?" Pero a propósito de su publicación expone – en la forma de un diálogo – las cuestiones frente a las cuales la Iglesia de hoy se enfrenta hoy.


Como se verá, son cuestiones de importancia capital, que llegan a tocar los fundamentos del Credo cristiano. Cuestiones a las cuales han dado respuesta no sólo el Vaticano II sino antes de este los Concilios cristológicos de los primeros siglos, los de Nicea, Éfeso y Calcedonia.


El autor, Francesco Arzillo, 49 años, romano, es magistrado administrativo de poco común competencia en filosofía y teología.

Breve diálogo sobre el Concilio, entre un maestro y un alumno

por Francesco Arzillo

El maestro (M.) es un profesor de teología de sesenta años, moderadamente progresista, dispuesto a dialogar con todos; se molesta sólo con quien parece poco propenso a valorizar plenamente el Concilio de su juventud, que lo recuerda, además, los tumultuosos años del seminario.


El alumno (A.) es más joven y no es un clérigo; es un poco irreverente, pero jamás contra el magisterio eclesial; muchos lo consideran un ultra conservador; pero también los tradicionalistas lo critican porque consulta – si bien con mucha cautela – los escritos teológicos de Henri de Lubac y defiende siempre a Juan XXIII y a Pablo VI.

–––––

M. – ¡Hola! Siempre con un libro en mano. Veamos un poco tu última adquisición.

A. – Aquí está: "Quién tiene miedo del Vaticano II?", curado por Alberto Melloni y Giuseppe Ruggieri.

M. – Me sorprendes. Lees a Melloni y a los teólogos católico-progresistas que siempre has criticado. Ya entendí: el titulo del libro ha tocado tu sentido de la culpa y quieres espiar.

A. – Maestro, veo que no has perdido el hábito del aplicar el psicoanálisis a la teología. No tengo sentido de culpa, al menos sobre este asunto. Tú sabes que siempre he aceptado con todo el corazón el Vaticano II. ¿Cómo se puede hablar hoy de la Iglesia sin la "Lumen gentium"? ¿O de la revelación sin la "Dei Verbum"? ¿O de la liturgia sin la "Sacrosanctum Concilium"?

M. – ¿Entonces de dónde está el problema?

A. – El problema está en esta interminable disputa sobre el concilio, en este muy intrincado conflicto de las interpretaciones. Cierto, los sabios contenidos en este libro son muy refinados, contienen reflexiones interesantes, debaten con las indicaciones de Benedicto XVI. Pero…

M. – ¿Pero qué?

A. – Me traen a la mente – al menos en parte – ambientes, climas y lugares comunes del área católico-progresista que tiende a hacer del Concilio un mito. Pero cuidado, no quiero etiquetar a los autores, uso un indicador ideal tipo y orientador.

M. – La verdad es que tú dices aceptar el Concilio, pero con una reserva mental, porque criticas a quien se bate por el Concilio.

A. – ¿Mira quién habla de una batalla? Precisamente allí está el punto, esta sobre-exaltación de algunos durante y después del Concilio, este clima de lucha continua, esta "agitation croissante aux alentours du Concile": palabras que no son mías sino del cardenal Henri de Lubac. ¡Y luego este modo de contar la historia! La famosa "semana negra"… ¿Pero qué significa? ¿Cuál es el valor heurístico de esta expresión? ¡Ninguno! Si leo las memorias de un ayudante de campo de Napoleón en Waterloo puedo comprender que hable de "día negro"; por de un historiador contemporáneo me espero un tono más calmado, que me haga entender. De Lubac en su libro "Entretien autour de Vatican II" publicado en 1985, habla de un "language historico-manichéen, qui sous un mode mineur s'est assez largement répandu". ¿O no te parece bien ni siquiera de Lubac, de quien me has hablado siempre con exorbitante admiración?

M. – Una historiografía neutral no existe.

A. – Sí, pero es necesario al menos se sobrios. Y hablo de una sobre-exaltación que no es sólo autobiográfica e historiográfica. Sino que es también filosófica, osaría decir.

M. – ¿O sea?

A. – Mira, tomemos por ejemplo el problema del "espíritu" y de la "letra".

M. – ¡No me saques la historia según la cual los documentos conciliares deberían ser leídos sólo según la letra!

A. – ¿Por qué quieres banalizar el discurso? Es verdad que la letra siempre se ha tener debidamente en cuenta, pero no es suficiente para una hermenéutica completa. Sorbe esto están de acuerdo el jurista romano Celso y san Pablo. Lo cuál a mí me basta.

M. – ¿Y entonces?

A. – Depende de qué cosa entendemos por "espíritu". Aquí entra en juego la sobre-exaltación. Por ejemplo Hegel en Jena. Estaba claramente sobre-excitado: en Napoleón veía la Historia que pasa a caballo… ¿Recuerdas ese pasaje de las "Lecciones de Jena" que no por casualidad ha sido también citado por el "negativista" Kojève como exergo de su "Introducción a la literatura de Hegel"? ¿Recuerdas el tono? "Señores, nos encontramos en una época importante, en un fermento en el que el Espíritu ha dado un paso adelante. Ha superado su anterior forma concreta y ha adquirido una nueva…". Cuando leo a ciertos teólogos, ciertos históricos de hoy, no puedo dejar de pensar en ese tono.

M. – Insinúas, aludes y no concluyes. ¿Acaso es cuestión de tono?

A. – No me toca a mí decir hasta qué punto se trata sólo de tono, o de legitima asunción de puntos teóricos, o de un ceder a las lógicas inmanentistas. Cada autor es diferente al otro.

M. – Volvamos al Concilio. Citas al jurista romano Celso, insistes en el texto, y descuidas el acontecimiento.

A. – Otra palabra clave: el acontecimiento. ¿Hegel? ¿Heidegger? ¿Pareyson?

M. – ¡Pero olvida a los filósofos!

A. – ¡No olvido nada! Ustedes los teólogos de hoy conocen poco de filosofía, quieren una teo-logía sin "logos", a-filosófica o trans-filosófica. Pero frecuentemente es sólo retórica. Y luego lo peor es ser influenciado por Hegel sin ni siquiera darse cuenta. Si Hegel estuviera aquí entre nosotros, estaría sorprendido por el gran número de sus descendientes intelectuales, de sus hijos e hijastros… Y ni siquiera saben escribir manuales. Es muy difícil encontrar a uno que no salte de Santo Tomás a Rahner, omitiendo todo lo que está en medio de ambos. Hoy uno se puede diplomar en teología sin saber casi nada de Scoto, de Suárez, de Melchor Cano, de Cayetano. Has la prueba y pide a diez que se acaban de diplomar si han escuchado hablar de Scheeben, y dime si encuentras más de un par que te respondan afirmativamente. M. – Estás exagerando. A. – Tienes razón. Me calmo.

M. – ¡El acontecimiento! Piensa en la teología, piensa en la "Dei Verbum": Dios se revela a través de acontecimientos y palabras íntimamente conectadas entres sí...

A. – ¡Si pienso en la teología! Pienso que la Revelación divina culmina en Cristo, en el cual Dios nos ha dicho todo. La Revelación está completa, aunque no está completamente explicitada todavía, como recuerda el Catecismo en el párrafo 66. Y luego en el párrafo 83: la tradición "viene de los Apóstoles y trasmite lo que ellos han recibido de la enseñanza y del ejemplo y lo que han aprendido del Espíritu Santo". Sería un error pensar en un evolucionismo histórico. No es la realidad revelada por Dios la que se modifica o evoluciona; es la inteligencia creyente la que aumenta haciéndose más profunda. Si esto es verdad, el Acontecimiento único es Cristo, no existe una edad del Espíritu que supere a la de Cristo.

M. – Ahórrame la historia de Gioacchino da Fiore, por favor…

A. – ¿Y por qué no? Si precisamente queremos buscar un acontecimiento epocal pensemos en san Francisco. ¿Quién ha sido más epocal que él, por todo el segundo milenio? Sobre esto podríamos estar de acuerdo todos, conservadores, progresistas, incluso muchos no creyentes. Pero la interpretación de quien veía en Francisco la inauguración de la edad del Espíritu fue justamente rechazada. Francisco mismo se habría sorprendido, él veía sólo a Cristo y la Trinidad en todo.

M. – Pero la historiografía franciscana es compleja. Es necesario tener en cuenta la política de san Buenaventura al narrar la historia del fundador…

A. – ¡Pero cuál política! Ya el uso del término, referido a un ámbito que un medieval no habría jamás calificado como "político", me molesta, porque es fruto de una mala hermenéutica. Se leen los acontecimientos teológicos, filosóficos, jurídicos de ese tiempo con el lente del panpoliticismo moderno, se considera "político" cada ámbito de lo real. ¡Bonita forma de introducirse en otra época por parte de quien habla de manera continua de historia y de historicidad!

M. – En suma, ¿dónde quieres ir a parar?

A. – Quiero sólo decir que debemos pararla con esta historia del acontecimiento epocal. No existen acontecimientos epocales, en sentido estricto lógico y teológico. Lo de "acontecimiento epocal" corre el riesgo de ser sólo una retórica buena para la "movilización", una forma de cripto-ideología.

M. – ¿Pero qué deseas, el eterno retorno del idéntico?

A. – No. Agustín ha demostrado que la ciclicidad pagana es superada para siempre. Se trata, más bien, de saber ver al Eterno en el tiempo, que interseca un punto del tiempo, "aquel" punto del tiempo, encarnándose.

M. – Vuelves atrás...

A. – Vuelvo a las fuentes. Y a la Fuente.

M. – ¿Pero el Acontecimiento único revive hoy o no?

A. – Ello se cumplió. El tiempo se ha cumplido, mira Mc 1, 15. Aunque esperamos su plena manifestación.

M. – ¿Y el Concilio Vaticano II? ¿Te ayuda o no en el camino?

A. – ¡Cierto que me ayuda! Pero este presupone el Acontecimiento único y su definición dogmática irreversiblemente cumplida en los primeros siete Concilios ecuménicos. Entiendes que no puedo pensar en un acontecimiento que "descalcenodice" Cristo – o sea que le quite lo que de él se definió en Calcedonia – para inculturarlo en la modernidad.

M. – ¡Pero nadie quiere esto!

A. – Aparentemente casi nadie. No quiere este Vaticano II, que no ha pretendido innovar la fe, como soporte especularmente, con objetivos opuestos, las versiones extremas del tradicionalismo y del progresismo. Pero me pregunto cuanto arrianismo tendencial y virutal haya hoy en giro, cuando nos empuje a humanizar a Jesús demasiado. Pienso por ejemplo a los críticos de la "Dominus Iesus" que en el 2000 ha debido recordar el abc de la cristología. Me pregunto: ¿quién tiene del miedo de los Concilios de Nicea, de Éfeso y de Calcedonia?

M. – El tuyo es un sugerente expediente retórico. Tú jerarquizas los Concilios para quitar vida en modo engañoso al Vaticano II.

A. – No. Pero me parece que hoy están en juego los fundamentos de la fe. Me agradaría por lo tanto que se dé evidencia adecuada también a los congresos sobre Nicea y sobre Calcedonia, en vez de dejarlos a pocos especialistas eruditos.

M. – Basta, me canse. Regreso a casa y leo algo de mi libro favorito, el "Diario del Alma" de Angelo Giuseppe Roncalli.

A. – Qué coincidencia, yo también lo estoy leyendo...

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El libro: "Chi ha paura del Vaticano II?", a cura di Giuseppe Ruggieri e Alberto Melloni, Carocci, Roma, 2009, pp. 152, euro 16,50.

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Traducción en español de Juan Diego Muro, Lima, Perú.

Chiesa

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