Friday, February 27, 2009

Cuaresma 2009: El desierto y el Antiguo Testamento


“Señor, condúceme por el camino de la salvación”
Enrique Sanz Giménez-Rico, SJ- Profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia Comillas y director de la revista Sal Terrae) El 25 de febrero, Miércoles de Ceniza, iniciábamos un año más el camino cuaresmal, un tiempo de desierto que expresa el paso de la noche (muerte) a la luz y la vida (resurrección). Ascesis, radicalidad, acción contracultural, rechazo de dignidades, independencia del poder civil y eclesiástico: he aquí cuatro términos que recogen con bastante exactitud las razones principales del nacimiento del monacato en Egipto a finales del siglo III de nuestra era, y una de cuyas características principales es el alejamiento de la ciudad en dirección al desierto, es decir, el retirarse de la cultura y la sociedad y marchar al desierto para encontrar allí, en soledad, la vida.

Se ha escrito en más de una ocasión que la Sagrada Escritura juega un decisivo papel en el nacimiento de la vida eremítica, en cuanto que es fuente continua y constante de inspiración para los padres del desierto, a los que “proporciona un horizonte de sentido a cuya luz contemplaban su búsqueda de la salvación”. Más en concreto, muchos de los textos que hacen referencia a la renuncia, al desapego, a que la perfección se alcanza vendiendo todo lo que se tiene y dándoselo a los pobres (Mt 19, 21).

Es cierto que han pasado muchos años, muchos siglos, desde que Antonio, Macario, Sisoes, primeros padres del desierto, optaran por una vida en consonancia con lo señalado. Es cierto, sin embargo, que, hoy en día, se sigue pensando con mucha frecuencia que el desierto es, ante todo, el lugar de la ascesis, la radicalidad, la acción contracultural, al que se acude para alcanzar la perfección y buscar la salvación bajo la inspiración de la Sagrada Escritura. Pues bien, en las páginas de este Pliego queremos, precisamente, volver nuestra mirada al valor y sentido que posee el desierto en la Sagrada Escritura, probablemente un poco distinto del presentado hasta ahora en las líneas precedentes.

No con la intención de minusvalorar la importancia e influencia que ejerció y sigue ejerciendo el importante movimiento monacal del siglo IV, sino, sobre todo, con el deseo de recuperar lo que la literatura bíblica anterior a dicho movimiento sostuvo con firmeza y suavidad: que el desierto es el lugar de la gratuidad y la justificación de Dios.
Vida Nueva

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