Por José María Martín OSA
1- Todos buscamos la fuente que sacie nuestra sed de felicidad. Es lo que le pasaba al personaje de esta historia:
Iván era un humilde trabajador que pasaba sus días cortando bloques de piedra al pie de una montaña. Un día vio pasar el cortejo todo engalanado de un príncipe. Iván sintió gran envidia y deseó tener la riqueza de aquel príncipe. El Gran Espíritu escuchó su deseo y lo convirtió en un príncipe. Iván fue feliz con sus ropas de seda y su poder hasta que un día vio cómo el sol marchitaba las flores de su jardín. Deseó tener el poder del sol y su deseo fue satisfecho. Se convirtió en el sol con poder para secar los campos y humillar a las personas con una gran sed. Iván fue feliz siendo el sol hasta que un día una nube lo cubrió y su poderoso calor se eclipsó. Así que tuvo otro deseo y el Gran Espíritu se lo concedió. Convertido en nube, Iván tuvo el poder de inundar la tierra con sus tormentas y riadas.
Iván fue feliz hasta que observó cómo la montaña a pesar de las tormentas permanecía firme y segura. El Gran Espíritu obedeció. Iván se convirtió en la montaña y fue más poderoso que el príncipe, el sol y la nube. Y fue feliz hasta que sintió el pico cavando a sus pies. Era un humilde cantero que estaba cortando bloques de piedra para ganarse el pan de cada día”.
Iván somos cada uno de nosotros, siempre buscando algo mejor, algo más agradable y placentero y, a pesar de todas nuestras búsquedas en los lugares más remotos, seguimos teniendo hambre y sed.
2.- El don del Maná viene de Dios. Los Judíos, en el desierto, a pesar de sus protestas e impaciencias, recibieron algo para comer: ellos recibieron el maná milagroso, ellos encontraron comida para esta vida terrenal gracias a la intervención del propio Dios! La Providencia esta siempre ahí, cuidándonos y proveyéndonos todas nuestras necesidades, principalmente nuestras más urgentes necesidades. Así como Jesús reveló a los judíos de su tiempo la acción de Dios en su vida cotidiana, en la misma manera, él nos enseña a reconocer, poco a poco, como el tiempo pasa, que su Padre esta incesantemente trabajando para prodigarnos su amor y su ayuda!.
3.- El alimento que perdura y sacia. Las cosas de este mundo, siempre nuevas, siempre más abundantes, nunca podrán ser suficientes para saciarnos. Nos entretienen pero no nos llenan. Su poder es tan transitorio como nuestra vida. ¿Existe algo que pueda darnos plenitud? Cuando Jesús dio de comer a los cinco mil hombres en el descampado y éstos quisieron hacerlo rey, Jesús les dijo: "Me buscáis no porque habéis visto signos sino porque os he dado de comer. Trabajad por el alimento que perdura". Necesitamos las cosas de cada día pero tenemos que encontrar la conexión que tienen con las cosas que pueden darnos paz y crear armonía en nuestra vida más profunda. Sólo Dios permanece para siempre. Alimentar el cuerpo es fácil pero llenar el alma, el espíritu…sólo Dios tiene poder para hacerlo. El trabajo de los hombres es comer y dar de comer a todos. El trabajo de Jesús es darnos de comer el pan de vida, en este aquí y ahora, para el mañana y para siempre.
4- El discurso del pan de vida es una clara invitación a encarnar en nuestra vida personal y comunitaria a Jesús y su opción por la vida. ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Le buscamos porque queremos saciar nuestra hambre corporal o más bien para satisfacer nuestra sed de plenitud? ¿Trabajamos nosotros solamente por la comida perecedera, o más bien trabajamos nosotros además suficientemente por la comida que permanece para vida eterna? ¿Qué significa comer la carne de Jesús? El don de Dios se nos da a través de la carne, o sea, a través de lo humano. En Jesús, la Palabra eterna del Padre asumió lo humano con toda su realidad. Jesús, con su vida y su palabra nos mostró cómo es Dios encarnado: compasivo, misericordioso, fiel, capaz de servir y dar la vida por amor. Ese es el pan vivo bajado del cielo, es decir, ese es el verdadero culto a Dios: asumir la vida tal como la asumió Jesús. Comer la carne y beber la sangre de Jesús significan vivir como Él, en entrega, servicio, dedicación y dispuestos a dar la vida por su causa. Ahí está la vida eterna. Celebrar la Eucaristía no es tanto un acto piedad individual; mi Dios y yo, en íntima estrechez (a veces egoísta estrechez). Si convertimos la Eucaristía en un acto individualista e intimista, por más santidad y adoración que se le ponga, no deja de ser un culto vacío, que no conduce a la vida, “como el que comieron sus padres y murieron”. Que nuestras eucaristías sean realmente comulgar en todo nuestro ser con Cristo encarnado en el hoy de nuestra historia para tener vida eterna.
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