El Adviento es un tiempo breve. Apenas cuatro semanas para ponernos en orden, para darnos un toque de atención y enseguida sucede lo que tanto hemos ansiado. Celebramos lo que la humanidad estaba esperando desde siempre. Y nosotros, hoy, dos mil años después, seguimos todavía ansiando ver en su plenitud. Pero ya ha habido señales claras, distintas, de que ese momento está por llegar y de que llegará de verdad.
Las lecturas de este domingo ya no nos invitan, como las de los anteriores, a
la conversión. Ahora se nos invita a fijar la vista en el pasado. La mirada se centra en aquella esquina del mundo que era Palestina y que fue antes el reino de Israel. Es uno más de los territorios ocupados por los romanos. Reina una paz relativa, como en todos los lugares donde una potencia ocupante impide a los pueblos gobernarse a sí mismos. Hay ansias de liberación en unos, los que sienten oprimidos. Otros, los que se han beneficiado de sus tratos con los romanos, hay deseos de que la situación sea estable y permanezca en el tiempo.
Dos mujeres embarazadas
La mirada se centra todavía más. Estamos tan cerca que ya distinguimos a las personas, a los protagonistas de nuestra historia. Aparecen en el Evangelio María e Isabel. Se habla también de Zacarías, el esposo de Isabel. María e Isabel son primas. Las dos están embarazadas. Para ninguna de las dos ha sido un embarazo fácil. Las dos sienten en su interior que ha sido la gracia de Dios, el Espíritu de lo alto, la que ha hecho posible su embarazo. Sienten el gozo íntimo de tener en su interior una nueva vida, que es siempre motivo de esperanza, de alegría. Una mujer embarazada, un niño recién nacido, son siempre causa de esperanza, son el signo contundente, para el que lo quiere ver, de que la vida sigue, de que Dios continúa creando, de que la vida es más fuerte que la muerte.
P
ara nosotros hoy recordar aquel momento, el encuentro de las dos primas, es revivir y sentir en nosotros el gozo de la vida que puja por triunfar sobre la muerte. Sentimos la experiencia de la muerte demasiado presente en nuestro mundo. Socialmente porque la crisis económica nos afecta a todos. Hasta los habitantes de los países desarrollados hemos sentido la mordedura de la inseguridad. En otros países, que ya eran pobres de por sí, hay más pobres, hay menos futuro. Políticamente los conflictos parece que triunfan sobre el diálogo y la búsqueda del bien común. Las guerras siguen. La violencia no para. Se sigue condenando a muerte y, a veces, por razones increíbles.
No todo es malo ciertamente. No hay que pintar de color negro un mundo que ya es de por sí gris oscuro. Hay momentos de luz. Pero muchos de ellos son artificiales, ilusorios, fruto sobre todo del egoísmo, del “que cada uno se busque la vida”. La verdadera fraternidad escasea y no llega a todos. Hay muchos excluidos. Demasiados.
La alegría de la esperanza
Por eso, hoy tiene que aparecer en nuestro rostro una gran sonrisa al escuchar estas lecturas. Nos hablan de esperanza y de futuro. Nos dicen que hubo un momento en que la llegada era inminente. Hay que releer en esta clave la primera lectura. De estas mujeres sencillas, María e Isabel, nacerán Juan, el Precursor, y Jesús, el Cristo. Nuestra esperanza no es infundada porque eso ya sucedió hace muchos años. Y sabemos que el Reino de Dios ya está aquí. De Jesús dice el profeta que “pastoreará con la fuerza del Señor” y que “será nuestra paz”.
Viene a cumplir la voluntad de Dios, como se dice en la segunda lectura. No es una voluntad abstracta y desconocida. Sabemos que Dios quiere la vida, nuestra vida, que su voluntad es que todos nos salvemos. La voluntad de Dios no es motivo de amenaza sino de esperanza. No se perderá nada de lo que Dios ama. Y Dios ama su creación. Dios nos ama a cada uno de nosotros.
Lo que el Señor dijo a María se cumplirá. Se ha cumplido ya en Jesús. Nosotros seguimos esperanza su cumplimiento definitivo. Pero nuestra espera está dominada por el gozo y el compromiso. Por la alegría íntima que nos nace de dentro y por la voluntad de construir ya este mundo según el Reino. Es tiempo de alegría. Es tiempo de gozo.
Fernando Torres Pérez, cmf
fernandotorresperez@earthlink.net
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