Thursday, April 01, 2010

Me duele el alma por Monseñor Fernando Chomalí, Obispo Auxiliar de Santiago




Al conocer los casos de abusos sexuales por parte de sacerdotes en varias partes del mundo, me duele el alma. Un amigo me preguntó cómo podía, viendo todo lo que acontecía, seguir siendo sacerdote. Encontraba muy duro tener que hacerme cargo de actos de personas que nunca había visto en mi vida y además tener que padecer la duda que en más de alguien mi persona despertaba por el solo hecho de serlo. Más difícil aún encontraba que siguiera promoviendo el matrimonio, la fidelidad conyugal, la abstinencia y la castidad cuando los hechos narrados por la prensa demostraban que algunos clérigos no sólo no respetaban el celibato, sino que además cometían el peor de los crímenes: abusar sexualmente de niños. Por último, me dijo: "Ponte una corbata, saca tu título de ingeniero que tienes colgado en la pared y pega no te va a faltar". Estoy cierto de que muchos sacerdotes, al igual que yo, estamos dolidos, indignados y tristes por el comportamiento de un muy reducido número de sacerdotes. Faltaron a su promesa con Dios y con la Iglesia. Abusaron de la confianza que depositaron en ellos en cuanto sacerdote. Y, como si fuera poco, atentaron contra inocentes. Sus actos son reprobables, condenables, y frente a Dios y la justicia tendrán que responder. La prensa, cada vez que surge un caso de un sacerdote involucrado en estos hechos, le dedica la mejor de sus páginas. En colores y con lujo de detalles. Resulta noticia que un hombre consagrado a Dios realice estos actos tan reprobables, y ciertamente hay que mostrarla. Lástima que para muchos medios no sean noticia quienes, en el anonimato, se entregan generosos a sus comunidades anunciando la Palabra de Dios y promoviendo un mundo más justo, y sirviendo en nombre de Dios. En el mundo hay cinco mil obispos y más de 400 mil sacerdotes. Dada la gravedad de los hechos, que por lo demás se da en todas las instancias de la sociedad (en EE.UU. hay 54 sacerdotes y 6 mil profesores de gimnasia y entrenadores condenados por este delito en 42 años), esperaríamos que el rigor con que se trata a los sacerdotes con comportamientos tan condenables y espeluznantes vaya acompañado de la promoción, por parte de los mismos medios de comunicación, de una sociedad menos erotizada y más respetuosa de las personas. Pareciera ser que una de las notas características de la posmodernidad es que promueve todo, permite todo, muestra todo, induce a todo -es cosa de ver la programación de la televisión-, pero lapida y no perdona. He ahí el drama. Como decía el Padre Hurtado: "El mundo hace pecadores a los hombres, pero luego que los hace pecadores, los condena". Sin perjuicio de esto, nada justifica un acto de esa índole, venga de donde venga: repito una vez más, con claridad y sin ambigüedades, al igual que Juan Pablo II y Benedicto XVI, que no hay espacio en el sacerdocio para los pedófilos.


A quien me conminaba a tirar todo por la borda y ponerme en la vereda del frente le dije que el sacerdocio es lo más preciado que me han regalado y que tengo, y que a pesar de estos actos realizados por hombres, la Iglesia Católica es la Iglesia de Jesucristo, a la que amo entrañablemente y por la que entregué la vida. Me duele el alma los hechos que hemos conocido; sin embargo, con humildad y apelando a la gracia de Dios digo que volvería a ser sacerdote una y mil veces. ¡Es muy hermoso ser sacerdote y mostrar las enseñanzas de Jesús y de la Iglesia! Por último, a las puertas de Semana Santa, a los que creen en Cristo les pido, en mi condición de obispo, que nos apoyen, con su oración, amistad sincera y ayuda en nuestras tareas, a que, en el complejo contexto cultural en que vivimos, podamos ser buenos y santos sacerdotes.


Sección Opinión del diario El Mercurio
Fotografía: rebv. Blog Peregrinos

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