Fragmentos del volumen de la editorial Emi, editado por el ex-secretario del arzobispo que dentro de poco será beatificado, con textos inéditos: el silencio «sería cómplice de quienes aquí pisotean los derechos humanos»
ANDREA TORNIELLICIUDAD DEL VATICANO
«El Salvador es un país pequeño, que sufre y trabaja. Aquí vivimos grandes diferencias en el aspecto social: la marginación económica, política, cultural, etc. En una palabra: INJUSTICIA. La Iglesia no puede quedarse callada frente a tanta miseria porque traicionaría el Evangelio, sería cómplice de quienes aquí pisotean los derechos humanos. Ha sido esta la causa de la persecución de la Iglesia: su fidelidad al Evangelio». Son palabras de Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo de San Salvador asesinado en 1980 por los Escuadrones de la muerte mientras celebraba misa y que dentro de poco será beatificado;precisamente hoy Papa Francisco reconoció su martirio. Se trata de una carta que escribió Romero a S. Wagner el 9 de febrero de 1978. Un fragmento contenido en el libro “Si me matan, resucitaré en el pueblo. Inéditos 1977-1980”, el volumen de cartas inéditas de la Editrice Missionaria Italiana que estará disponible en las librerías a partir del 24 de marzo, a 35 años de su muerte. Se trata de una antología que deja ver una vez más la estatura humana, cristiana y sacerdotal de Romero.
«Durante muchos años en la Iglesia –escribía el arzobispo mártir a Alfredo T. el 28 de octubre de 1977– hemos sido responsables de que muchas personas cieran en la Iglesia a un aliado de los potentes en campo económico y político, contibuyendo de esta manera a formar esta sociedad de injusticias en la que vivimos… Dios está hablándonos mediante los sucesos, las personas. Nos ha hablado mediante padre Rutilio, padre Navarro (sacerdotes asesinados, ndr.), los campesinos, etc. Nos habla mediante la paz, la esperanza que sentimos incluso en medio de tantos sufrimientos».
En otra carta privada, de noviembre de 1977, monseñor Romero hablaba del «pecado social»: «La situación social de El Salvador es terriblemente injusta. Vivimos en el pecado social. La Iglesia está tratando de hacer llegar su voz a todos los ambientes para que, como cristianos, asumamos nuestra responsabilidad para vencer al pecado y construir la fraternidad con base en la justicia».
En el libro surge también, y claramente, que el arzobispo asesinado no era ningún tipo de agitador político: su decisión de caminar junto a los pobres era evangélica y Romero pedía a los sacerdotes y religiosos que se abstuvieran de participar en manifestaciones políticas. Mientras se aproximaban algunas manifestaciones de grupos estudiantiles y sindicatos, escribió en junio de 1977 al padre José C.R., Romero le pidió «vvivamente que se abstenga de participar. Usted no ignora todos los problemas que nuestra Iglesia debe afrontar en este momento histórico. No sería ni justo ni oportuno añadir otros problemas con la participación de sacerdotes en manifestaciones políticas. Tenemos demasiadas y amargas experiencias».
Pero este particular, obviamente, no significaba indiferencia: «Es despreciable que los trabajadores que de la viña, que deberían estar en primera línea en la pastoral de Medellín y Puebla –escribió Romero en agosto de 1979– elijan una cómoda posición que los deja indiferentes ante los necesitados de los que habla el Evangelio. Recemos por nuestra perseverancia y para que muchos vuelvan a la fidelidad».
Es notable, para concluir, el pasaje de una carta a José Heriberto S.R., escrita el 16 de noviembre de 1977: «Como me preguntas qué pienso de la formación en un cuartel, trataré de darte mi opinión mediante la realidad que vemos todos los días en nuestro país. Seguramente, en un cuartel no te educan a vivir según el Tú conoces las acciones de muchas personas que se forman en los cuarteles y puedes ver con claridad que no son comportamientos cristianos. Ser hombre significa tener el valor de construir un mundo de fraternidad, de afrontar los problemas que se presentan día a día tanto a nivel personal como a nivel social; en fin, significa desempeñar la tarea por la que Dios nos ha puesto en este mundo, SER HOMBRE es CONSTRUIR y no DESTRUIR. Si te enrolas o acabas en ese lugar, ten siempre presente tus principios cristianos, y defiéndelos con valor».
Como se sabe, la causa de Romero sufrió años de retrasos. Después de que comenzara la fase romana del proceso, en 1998 la Congregación para la Doctrina de la Fe examinó el caso. Este fue el resultado, según lo que afirmó el postulador de la causa, el obispo Vincenzo Paglia en una entrevista con Stefania Falasca en el periódico italiano “Avvenire”: «El resultado final del estudio de los testimonios procesuales, de los documentos y de las más de 50 mil cartas del archivo de Romero es que su pensamiento teológico era “igual al de Pablo VI, definido en la exhortación «Evangelii nuntiandi»”, como respondió él mismo en 1978 a quienes le preguntaban si apoyaba la Teología de la liberación. Y que, sustancialmente, en un contexto histórico caracterizado por exprema polarización y por una cruel lucha política, se interpretó, por conveniencia, con la ideología marxista la defensa concreta de los pobres, que Romero sostenía no por cercanía a las ideas socialistas, sino por fidelidad a la Tradición, que siempre reconoce la predilección de los pobres como elección de Dios».
Romero, explicó Paglia, frente a la represión del gobierno militar y al nacimiento de grupos guerrilleros revolucionarios, frente a los sacerdotes asesinados y torturados, frente a un clima de violencia y de persecución, reaccionó «como obispo» y pidió «con fuerza justicia a las autoridades», además de protección «para los oprimidos, el clero y los fieles perseguidos». Todo esto siguiendo las enseñanzas de los «Padres de la Iglesia y mediante el magisterio conciliar y pontificio. Pocos meses antes de morir, cuando un periodista venezolano le preguntó, por enésima vez, sobre su conversión de sacerdote en sotana a pastor militante, respondió: “Mi única conversión es a Cristo, y a lo largo de toda mi vida».
Vatican Insider
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