Etimológicamente significa: Justa = “justa”, del latín; y Rufina = “ de pelo rojo”; del latín.
Estamos en Sevilla en el siglo III de nuestra era. En la ciudad andaluza nacieron esta dos hermanas en el seno de una familia pobre pero muy cristiana. Todo el tiempo libre lo dedicaban a aprender el Evangelio y a vivirlo con todas sus consecuencias. No participaban en las fiestas que la ciudad le tributaba a la diosa Venus. La gente llevaba su estatua a hombros por las calles y pedían limosna para su culto. Cuando entraron en la casa de estas hermanas, los acompañantes les rogaron que la adorasen. No lo hicieron. Entonces se vengaron de ellas rompiendo todos los objetos de valor que había en su propia casa.
Ellas, envalentonadas, rompieron al ídolo. La noticia corrió como la pólvora por todas partes. Llegó a oídos del gobernador Diogeniano. Este las halagó un montón pensando que de esta forma dejarían su vida de cristianas para convertirse en idólatras.
La cosa no fue fácil. Enfurecido el tal señor, ordenó que les diesen todo tipo de torturas. Por ejemplo, le hizo ir corriendo tras la marcha de su caballo hasta Sierra Morena. Justa murió por el camino. Su cuerpo lo tiraron a un pozo. Enterado del tema, el obispo envió a creyentes para que lo sacaran de ese lugar. El nombre del obispo era Sabino.
Rufina sufrió la suerte de su martirio en el anfiteatro. Era la ocasión propicia para contentar a la plebe. El león que iba a matarla, cuando la vio, no le hizo nada. Y para quedar bien ante la chusma, le arrancó el cuello.
Era el año 287. Pronto comenzó el culto a estas dos hermanas. Los mozárabes le levantaron un templo en Toledo a santa Justa. Intervino de nuevo el mismo obispo para enterrar sus cenizas en el mismo sitio en el que estaban las de su hermana. No hay quien pueda con alguien que tiene fe seria en el Señor.
¡Felicidades a quienes lleven estos nombres!
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